Celebración eucarística: Domingos a las 11:00h - ¿cómo llegar?

¡QUÉ HERMOSA ES FRANCIA! (Diario de dos viajeros al monasterio de Taizé, Francia)

1- Los dos viajeros.

Esta es la historia de dos personas que fueron a Taizé, un monasterio de Francia, a buscar algo que les habían contado que allí sucedía. Les habían dicho que ahí miles y miles de jóvenes se concentraban semana tras semana para orar y cantar, que el que iba deseaba volver, y que lo añoraba tanto que a su vuelta se reunía en sus iglesias y parroquias en grupos de oración “tipo Taizé”. Esas dos personas de las que quiero hablar somos Dani, un chico de mi iglesia. Los dos éramos, y somos, muy diferentes. él es rumano, yo soy español (o vasco, si se quiere especificar), él tiene veintiséis años, yo cuarenta y cuatro largos, yo sé mucho de algunas cosas y él de otras. Durante el viaje pudimos ver que en algunos aspectos nos complementábamos y que en otros chocábamos, pero eso también fue enriquecedor. El camino que recorrimos fue un poco un reflejo del camino que todos queremos hacer hasta llegar a nuestra casa, a Dios. Empecemos.

2- Un poco de la historia de Taizé.

Quizá habría que aclarar un poco qué es Taizé y cómo surgió. Cuando comenzó la segunda guerra mundial, con Francia ocupada y dividida por los nazis y sus campos empobrecidos, un hombre, el que después se conocería como el hermano Roger, vino de Suiza con una bicicleta y se detuvo en un pueblo de la borgoña francesa. Venía sólo y enseguida dio a entender cuál era su intención: crear un lugar de refugio para aquellos que huyeran de los nazis. El pueblo, Taizé, era ideal, porque estaba cerca de la Francia ocupada y cerca, por tanto, de aquellos que huyeran del horror nazi. Así, con la ayuda de su hermana Geneviève, comenzó a recibir a gente en una modesta casa. Pronto la noticia de que Taizé era un sitio de acogida se extendió. Comenzó a llegar más gente. Roger, que todavía no era monje ni había fundado ninguna comunidad, pero tenía profundas convicciones religiosas, trabajaba sin descanso en condiciones muy duras: no había agua corriente y tenía que ir todos los días a buscarla, la comida era muy sencilla y debía ser compartida por todos. Pero sin duda para él lo más importante era el alimento espiritual. En ocasiones se retiraba al bosque, a la naturaleza. Allí oraba y cantaba a solas mientras recorría los campos. Lo hacía por respeto a muchos de los que acogía, que eran judíos o agnósticos. Esta primera estancia en Taizé de Roger acabó en 1942, cuando advirtieron a los dos hermanos de que el refugio había sido descubierto y que iban a detenerles. Hasta el final de la guerra, se refugió en Suiza. Allí empezó a reunir gente con el objetivo de crear una comunidad de monjes que trabajen por la paz y la unidad, tan necesarias ambas en ese momento. Aunque Roger era luterano, es decir protestante, y no había tradición monástica en su iglesia, él tenía claro que eso era lo que él tenía que hacer. Tal vez por eso, Taizé surge ya desde el principio como algo genuino. Pero curiosamente, al mismo tiempo que Taizé parece algo original, su modo de vida tiene cosas que nos retrotrae a tiempos pasados e incluso a la época de los primeros cristianos, que vivían en comunidad en paz, amándose y compartiendo todo. Siguiendo su idea de unidad, desde el principio acepta en su comunidad tanto a católicos, como a protestantes y todos conviven en paz y armonía.

Cuando el hermano Roger y esos primeros hermanos llegan de nuevo a Taizé en 1944, una vez se produce el desembarco de Normandía y la guerra en Francia va dejando paso poco a poco a la paz, la comunidad se propuso en primer lugar acoger a niños huérfanos de la guerra, con la ayuda de Geneviève, la hermana de Roger, que se convierte así en la madre de todos esos niños. También acogían los domingos a soldados alemanes recluidos en un campo de prisioneros cercano, demostrando, con ello, su deseo de paz y reconciliación de manera práctica.

Poco a poco empezaron a acercarse algunos hombres jóvenes que se unieron a los primeros hermanos. Era la primera comunidad. Las sencillas reglas por las que se rigen las escribió el hermano Roger en el invierno entre 1952 y 1953. Hoy la comunidad de Taizé reúne a unos cien hermanos, católicos y de diversos orígenes protestantes, procedentes de más de treinta naciones. Por su existencia misma, la comunidad es un signo concreto de reconciliación entre cristianos divididos y pueblos separados, que es lo que quería su fundador.

Con el tiempo su modo de vida, de acoger a gente, y sobre todo sus cantos, que se han distribuido por todo el mundo, han atraído a millares de jóvenes de toda Europa y posteriormente de todo el mundo. En un principio los hermanos no querían realizar campamentos de jóvenes, su vida se centraba en el trabajo diario y la oración. Sen embargo, el número de jóvenes que llegaba para compartir sus oraciones y silencios seguía aumentando, hasta el punto que tuvieron que buscar sitio para más grande para acogerlos. Así, las reuniones de oración dejaron de celebrarse en la pequeña iglesia románica del pueblo, porque no cabían. Construyeron cerca una iglesia de madera, más grande y espaciosa, al lado de unos descampados ideales para que los jóvenes plantaran sus tiendas de campaña. También pidieron ayuda de voluntarios que se ocuparan de la acogida de los miles y miles que, a veces, llegaban en un día. Esa es una de las más destacadas características de Taizé: el voluntarismo. Si hay alguien que lo pueda hacer, lo hará de manera voluntaria. Todo el equipo de acogida de la gente que va llegando es voluntario, y todo lo que ellos gastan lo consiguen de donativos dedicados a la acogida. Los hermanos no participan ni de ese dinero ni de la organización de la acogida. Las hermanas de San Andrés, comunidad católica internacional fundada hace más de siete siglos, las hermanas ursulinas polacas y las hermanas de San Vicente de Paúl también se encargan de una parte de las tareas de acogida de los jóvenes. Y es que nada de lo que ha sucedido en la corta historia de Taizé se ha hecho por una planificación detallada, pues todo se ha ido desarrollando según las necesidades lo han ido exigiendo.

En cuanto a la vida comunitaria, es muy sencilla. Los hermanos viven de su propio trabajo. No aceptan ningún donativo. Tampoco aceptan para sí mismos sus propias herencias, sino que la comunidad hace donación de ellas a los más pobres.

Algunos hermanos viven en lugares desfavorecidos del mundo para ser allí testigos de paz y para estar al lado de los que sufren. En estas pequeñas fraternidades en Asia, en África y en América Latina, los hermanos comparten las condiciones de vida de aquellos que les rodean, esforzándose en ser una presencia de amor al lado de los más pobres, de los niños de la calle, de los prisioneros, de los moribundos, de aquellos que han sido heridos hasta en lo más profundo por causa de rupturas de afecto o por abandono.

También los hombres de Iglesia visitan Taizé. Así, la comunidad ha recibido al papa Juan Pablo II, a tres arzobispos de Canterbury, a metropolitas ortodoxos, a los catorce obispos luteranos de Suecia y a numerosos pastores del mundo entero.

Hace cinco años, en 2005, un trágico suceso vino a empañar la corta historia de la comunidad. Una chica que padecía esquizofrenia atacó con un cuchillo y mató al padre Roger en plena oración vespertina. Nadie pudo hacer nada. El hermano Roger fue enterrado en el pequeño cementerio que hay al lado de la iglesia románica, donde empezó su labor de oración y paz. Parece un triste final para una persona que lo dio todo, pero como suele decirse, es necesario que el grano muera para que dé fruto. Aunque el fundador y antiguo prior de la orden ha muerto, los monjes siguen adelante con su vida y el hermano Aloise, el nuevo prior, da continuidad a una orden que parece más viva que nunca. El espíritu de Taizé, que en gran medida predica la confianza, no ha sufrido cambios por este trágico suceso. De hecho, en el tiempo que estuvimos en Taizé no hubo mención de esa terrible pérdida, y cuando un monje nos lo comentó añadió también que la asesina en cuestión está ahora encerrada en un psiquiátrico francés, y que su madre teme que la extraditen a una institución de Rumanía, su país de origen, donde las condiciones son peores y moriría. En las palabras del monje se mostraban a la par misericordia y compromiso con un modo de vida que sigue predicando la confianza en el otro y el perdón.

3- El largo y tortuoso camino.

Todo lo anterior parece ser lo suficientemente interesante como para ir a Taizé, a lo que yo os animo. Para ir no debéis prepararos excesivamente, la sencillez es norma de vida en Taizé y se contagia. Con muy poco podéis llegar muy lejos. Así, nosotros sólo llevamos una tienda de campaña (una para cada uno, eso sí), un saco, ropa para cinco días (la exterior, que sea la misma para todos los días, y la interior con recambios, lógicamente), cosas para el aseo y ya está. El resto vendrá.

Nosotros fuimos en coche particular, pero hay grupos que organizan viajes a Taizé. En Bilbao los grupos parroquiales católicos van de vez en cuando. El ir en grupo te asegura que no te pierdas, cosa que nos sucedió a nosotros. En efecto, el viaje, al principio, empezó como una aventura hermosa y emocionante, íbamos por la carretera de Bilbao a San Sebastián y, una vez pasada la frontera, pudimos disfrutar de una autopista sin curvas, recta. ¡Qué hermosa es Francia! Dijimos una y otra vez durante el viaje. ¡Qué hermosa es Francia! Decíamos viendo sus campiñas, sus bosques, sus tranquilos lagos que aparecían a los bordes de nuestro camino. Dani, mi compañero, alababa una y otra vez la grandeza de este país, sus escritores, su eficiencia. Yo escuchaba y decía en voz alta, medio irónico: “¡Qué hermosa es Francia!”, con una media sonrisa, porque era escéptico en cuanto a que todo lo bueno fuera de Francia y en España todo se hiciese mal. Y así, entre puyas y conversaciones distendidas, fue pasando el camino. El mapa, que mi compañero de viaje había sacado de Internet (a mí no me gusta andar en el ordenador, me pone nervioso) nos condujo casi sin desviarnos a Taizé, una bonita y pequeña aldea al Norte de Aquitania. Pero no era nuestro Taizé. Después supimos que había tres pueblos con ese nombre en Francia. Nosotros conocimos dos: el que buscábamos y este otro. En efecto, un sonriente hortelano, un señor mayor con gorra y aspecto simpático, nos dijo, ji, ji, que, ji, ji, ése no era el publo, ji, ji. Que el que buscábamos, ji, ji, estába en el departamento cincuenta y dos, ja, ja, a setecientos kilómetros de ahí, ja, ja, ja, ji, ji. Pues vaya gracia. Como no nos lo creíamos preguntamos a otra persona. Este otro no se reía. Y menos nos reímos nosotros cuando nos dijo que era verdad, que teníamos que recorrer toda Francia para llegar.

Como decía no sé quién, lo que diferencia a un hombre de un niño es que cuando a un hombre se le hunde el mundo, vuelve a empezar de nuevo. Y nosotros fuimos dos hombres. Con la ayuda de un mapa que compramos, Dani reconstruyó el camino que debíamos hacer. ¡Qué hermosa es Francia! (me decía una y otra vez yo mismo mientras conducía) ¡Amo sus autopistas, sus curvas oscuras y cerradas en las carreteras nacionales, las áreas de servicio tranquilas y solitarias de sus grandes vías de comunicación! ¡Qué hermosa es Francia! ¡La recorrería de Norte a Sur, de Este a Oeste! ¡De la melancólica Aquitania, pasando por el ya familiar Burdeos, hasta la bulliciosa Lyon! Pues bien, eso: recorrer Francia, es lo que hicimos durante toda una larga noche en la que apenas dormimos dos horas. ¡Qué hermosa es Francia! ¡Olé!

4- El día a día en Taizé.

Llegamos a Taizé por la mañana, a las diez más o menos. Pronto nos instalamos y nos olvidamos de la aventura carreteril. Básicamente, entramos en la rutina del día a día. Lo primero que nos llamó la atención era la cantidad de gente que había. Parecía que, si habíamos venido a buscar paz y tranquilidad, ése no era el lugar adecuado, porque ahí estábamos metidas cinco mil personas. Era, además, Semana Santa, y eso hacía que muchos vinieran buscando vivirla de manera especial. Llegamos justo para participar en un estudio que se hacía en la iglesia. La iglesia, así como casi todas las dependencias dedicadas a acoger a los visitantes, está construida en madera, lo cual le da un curioso aspecto como que has entrado en la zona del Salvaje Oeste en Port Aventura, no sé si me entendéis, vamos, que todo era muy rústico. Nada más entrar, Dani fue a un grupo donde estaban reunidos los jóvenes y yo al de adultos. En el interior de la dependencia de la iglesia donde yo entré la gente estaba dividida en grupos sentados en el suelo. Pronto divisé un grupo de españoles. Uno de ellos estaba haciendo de traductor improvisado (ya se sabe, el voluntarismo de Taizé), mientras una mujer delgada, con aspecto de monja (aunque no llevaba hábito) explicaba un cuadro de Rubens, una crucifixión. Tenía su sentido porque estábamos a viernes santo y el cuadro servía de foco de reflexión. Reflexionábamos sobre lo que el autor había querido decir y sobre cómo considerábamos nosotros la crucifixión.

En efecto, Rubens se había situado en el cuadro, como uno de los personajes que participan en la crucifixión. La pregunta y la reflexión era clara: ¿Hasta qué punto nosotros nos sentimos parte en la muerte de Cristo? ¿Hasta qué punto sentimos que nosotros, con nuestros pecados, somos partícipes de esa muerte? A fin de cuentas, no somos mejores que esa gente que lo mató creyendo con ello cumplir la ley. Tras el estudio había oración a las doce y veinte, a la que no fuimos porque todavía estábamos instalándonos, pero poco a poco fuimos cogiendo el ritmo de Taizé.

La vida en Taizé al principio es un caos, cientos, miles de personas, se reúnen a todas horas en todas partes. Al principio no sabes a donde ir, luego, acabas aceptando que esa vida también tiene su atractivo. Cuando preguntaba a mis nuevos conocidos españoles (la mayoría Bilbao), qué había que hacer, me decían: “Déjate llevar”. Y la verdad es que al final es fácil dejarse llevar. La rutina ayuda. Por la mañana, a las ocho y cuarto, había oración, hasta el desayuno, que era sobre las 9:00. La oración, todas las oraciones, consistían en cantos y de vez en cuando lecturas. Las lecturas se hacían en varios idiomas: francés, inglés, alemán, español, italiano, portugués… siempre al final encontrabas algún idioma por el que te enterabas de algo. Los cantos también eran en varios idiomas, había muchos en latín, pero también en todos los idiomas europeos, incluso creo que había alguno en catalán. Sorprendente. Son cantos de sólo dos o tres versos y con una línea melódica muy sencilla, pero muy hermosa. Se repiten hasta la saciedad, con la intención de que lo que se dice penetre en el corazón. Suelen ser textos de la Biblia como aquél en el que Jesús dice a sus discípulos, cuando va a orar a Getsemaní, antes de ser detenido: “Quedaos aquí y velad conmigo, velad y orad” (ésta era una canción en alemán), o aquel en el que uno de los ladrones le dice al Señor: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino” (ésta se cantaba en inglés). Hay uno muy bonito de Santa Teresa de Jesús que dice:

Nada te turbe, nada te espante;

quien a Dios tiene nada le falta.

Nada te turbe, nada te espante:

sólo Dios basta.

Lo más hermoso era ver que todos teníamos las letras en todas las lenguas y que todos acabábamos cantándolas o haciendo el esfuerzo de cantarlas en la lengua correspondiente, de manera que veías a miles de personas cantando según tocara en castellano, portugués, latín, italiano, alemán, inglés, francés… ¡Era el Pentecostés! En medio de los cantos siempre había un momento de silencio. Cinco, diez minutos en silencio, nada más que silencio, sin oraciones en voz alta. Yo creo que muchos vienen a Taizé por este silencio. Miles de personas tranquilamente sentadas en una iglesia enorme y en silencio. Ése es el milagro de Taizé. Porque en el silencio podemos dejar que Dios nos hable y que nos diga lo que nos tiene que decir.

Tras la oración matinal se desayuna: leche en polvo con agua, cacao también en polvo y algún bollo. Muy sencillo.

A las diez se producen los encuentros, como aquél en el que se habló del cuadro de Rubens. En otra ocasión hablamos de un icono que representaba el descenso de Jesús al lugar de los muertos antes de su resurrección, tal como se narra en el Credo.

Luego hay otra oración al mediodía, parecida a la de la mañana. Tras la oración del mediodía se come a la una. La comida es muy sencilla, como siempre: un platito de guisantes con jamón, un trozo de pan, algo de fruta y poco más. La reparten voluntarios, y en la zona de los jóvenes las colas son impresionantes. Pero no parece que haya problemas. Es la paz de Taizé.

A las dos el que quiera puede ir a ensayar los cantos. Por la tarde hay reuniones de grupos que hablan sobre preguntas que se han planteado previamente en los estudios de la mañana. En un grupo en el que yo participé respondimos a la siguiente pregunta: ¿Alguna vez alguien te ha ayudado a levantarte cuando estabas en el suelo? Era una pregunta que tenía que ver con el icono de Jesús bajando al lugar de los muertos. En el icono se le representa tomando de la mano a Adán, el primer hombre, y ayudándole a salir de ese lugar de oscuridad al lugar de luz, donde está el Padre. Es decir: ¿alguna vez alguien nos había salvado de la depresión, del hundimiento personal? El grupo fue muy hermoso, había varios italianos, un alemán o austriaco que sólo sabía hablar inglés, una catalana, médico, que no sabía inglés, un venezolano que sí sabía inglés y algunos italianos que también necesitaban traducción. Inmediatamente nos organizamos para que hubiera traductores y fue, como siempre, muy hermoso. Si no querías participar en grupos de trabajo también había talleres. Yo participé en uno titulado: “Ciencia: ¿un problema para la fe?” En principio el título era interesante, lo daba uno de los hermanos (uno de los frailes) y, aunque al final repartió un folleto-resumen (que todavía no he leído) la verdad es que no me enteré mucho, bien porque estaba medio dormido, bien porque se empeñó en traducirse él mismo del francés al inglés, con lo que yo me perdía.

¿Qué más? Por la tarde también había encuentros. Así, hubo un encuentro con un hermano de la comunidad, que era de Álava. Nos contó cómo, a pesar de tener una carrera y un medio de vida (era ingeniero) se vio atraído por la vida en comunidad y eligió comprometerse de por vida con sus hermanos.. Yo estaba ahí de invitado, pues todos los demás eran de monitores de grupos católicos de scouts junto con sus jóvenes componentes, pero me atreví a hacer dos preguntas. La primera hacía referencia a la unidad, la base de la comunidad de Taizé. ¿Cómo podían convivir hermanos católicos y protestantes? Más concretamente ¿de quién dependían? ¿Estaban dentro de la Iglesia católica? ¿De alguna de las protestantes? Él me aseguró que no, que no dependían de nadie. Directo y sencillo, como todo en Taizé. También le pregunté si, en ese ambiente de libertad tan bonito, no tenían miedo que viniera alguien “y lo fastidiara”. Él me habló de la traumática muerte del hermano Roger (alguno de los jóvenes no sabía lo de su muerte ni de cómo había sido y se sorprendió). Sí, claro que sabían a qué se exponían cuando confiaban, pero consideraban que era la única manera de llevar adelante una comunidad como Taizé. Y de hecho funcionaba.

Hubo también encuentros regionales otra tarde. Es decir, encuentros de los distintos países. En el grupo de España había gente de toda nuestra geografía, y salieron a hablar dos representantes de Granada: un pasionista, creo, y una joven. También se vio que, a pesar de que éramos el grupo de España, no éramos un grupo homogéneo, había chicos y chicas de varias razas, lo cual me mostró el empuje de la emigración de otros países. Entre los catalanes también había dos cubanos de no sé qué orden, muy jóvenes y muy buena gente, según me pareció en los pocos días que convivimos. También se nos presentó una chica que venía de Méjico con su familia y que estaba en nuestro grupo por cercanía con su lengua. Además nos hablaron de encuentros en varios sitios: en Bosnia, en Rótterdam, e incluso más lejos (hay información de todo ello en la página web www.taize.fr). Hubo también un encuentro de rumanos, del cual yo no me enteré y tampoco Dani. No obstante, creo que eran muy pocos, no más de cuatro.

La tarde acaba con la cena, que se sirve (mejor dicho, te la dan después de esperar a tu cola) a las siete de la tarde. La noche comienza con la oración nocturna, que empieza a las ocho y media y acaba cuando quieras. A las nueve y media o así acaban los cantos “oficialmente”, pero la gente sigue cantando hasta más tarde. Yo el primer día, viernes santo, que era un día especial además, me fui a la cama (o mejor dicho al saco) a las doce y media de la noche. Y había todavía muchísima gente en la iglesia. No sé hasta qué hora seguían.

5- Algunas celebraciones importantes: la vigilia del viernes y el domingo de resurrección.

La vigilia del viernes es un día especial, ese día la gente canta durante la noche, como he dicho. Lo especial era que los monjes sacaron una cruz para que la gente la adorara. La pusieron en el suelo, tumbada, y la gente hacía cola. Cada uno, según le tocaba el turno se acercaba a la cruz, se arrodillaba alrededor de ella y reposaba su cabeza sobre una parte del madero. Ahí estaba el tiempo que considerara, hasta que se levantara y otro ocupaba un lugar sobre la cruz. No se trataba, en mi opinión, de idolatría, se trataba de reflexionar sobre la muerte de Cristo usando un objeto que representaba la cruz. El que se acercaba sabía que no era la cruz de Jesús, pero verla y sentirla le ayudaba a acercarse a lo que Jesús hizo por él, por cada uno de nosotros, muriendo en la cruz. Tengo que decir que yo me sentía muy a gusto en ese ambiente. De hecho intenté marcharme antes de las doce, pero algo me arrastró hasta cerca del altar de la iglesia, donde la gente estaba adorando la cruz, y no pude evitar arrodillarme y seguir cantando durante media hora más casi sin darme cuenta. Y es que el tiempo se pasa volando. Te sientes como en casa en Taizé, y quieres más. Eso, estoy convencido, sólo se logra con mucha oración.

También el sábado hubo una celebración especial. Uno de los hermanos entraba en la comunidad. Fue una ceremonia sencilla en la que los votos fueron pronunciados con sencillez. El nuevo hermano vistió por primera vez el hábito blanco, hábito de paz, y todos aplaudimos al acabar, parecía una boda.

El domingo de resurrección es el día central de la celebración de Semana Santa. Hay una eucaristía. Es decir, que los católicos toman la comunión. Me dijeron que también había pan bendito, para los protestantes, pero como no pregunté qué era eso y cómo se solicitaba, preferí no ir a la comunión. La eucaristía es a las diez y se cantan cantos alegres, para celebrar que en este día Jesús resucitó. Se enciende el cirio pascual, símbolo de la resurrección de Jesús. Seguidamente, primero los hermanos y luego uno a uno todos los que participábamos, fuimos pasándonos el fuego de vela en vela, pues cada uno de nosotros teníamos una delgada velita al efecto. Al final toda la iglesia estaba iluminada por velitas. También el hermano Aloise tuvo unas palabras en conmemoración de este día y para felicitar al nuevo hermano que en ese día se unía a la comunidad. Lo más bonito es que al final se decía en todos los idiomas: “Cristo ha resucitado” y todos debíamos repetir: “verdaderamente ha resucitado”. Los que más sonaron fueron los alemanes, que son legión, y los que menos los rumanos, pues sólo respondió Dani, pero todos teníamos una alegría casi infantil porque podíamos celebrar este día proclamándolo en nuestra lengua aunque fuésemos de países distintos, y todos podíamos participar.

6- Las pequeñas celebraciones personales.

Hubo muchas veces en las que deseé no haber ido a Taizé. Cuando nos perdimos pensé que no lo lograríamos. Atravesar Francia de noche, con cansancio acumulado, con riesgo de un accidente… No sabía por qué estaba haciendo eso, no era lo normal, no era lo prudente. Tampoco estaba en mi mejor momento cuando, noche tras noche, dormía en mi tienda de campaña, con la lluvia golpeando la lona y el agua helada corriendo bajo el saco de dormir (gracias a Susan, la mujer de mi pastor, que se acordó de las esterillas que guardaban en su casa para aislarme del frío y duro suelo). Mucho menos estaba contento cuando, la primera noche, se me mojaron los zapatos, los únicos que tenía, y tuve que ir todo el santo día con los pies mojados. Tengo que agradecer el consejo que me dio un chico de San Sebastián que me aconsejó meter los pies en bolsas de plástico. Tampoco disfruté con la comida, que era poca, escasa y nada sabrosa, sobre todo para mí, que como decían en mi pueblo, me como el diablo por las patas. ¿Por qué recomendaría ir a Taizé? Hubo momentos mágicos que justifican todo el viaje.

Me hablaron que en la iglesia, pero entrando por fuera del edificio, había una cripta, un lugar de oración. Una tarde, en lugar de echar la siesta, encaminé mis pasos hacia allá. Me senté con mi biblia y, tras leer un pasaje, cerré los ojos. Los abrí media hora después. Se me había pasado el tiempo en una paz tal que no sé si había estado dormido o despierto. Lo que sé es que estaba yo sólo. Con él. Intermitentemente, continué mi momento de silencio. Estuve cosa de una hora sin moverme. Sólo con los ojos cerrados y sentado en una silla. En una ocasión entró una familia. Una niña apenas salida de la niñez y apenas adolescente, de doce o trece años, no tendría más, se acercó al altar de piedra tras el que un Cristo crucificado de estilo románico y cubierto con una curiosa vestimenta de vivos colores que componían motivos geométricos la contemplaba. En su mano la niña llevaba una sencilla margarita del campo, diminuta como un botón. Llena de reverencia, respeto y amor, la depositó a los pies del altar y se arrodilló, los cabellos oscuros, lisos, perfectos, rodaron en cascada por sus hombros al hacerlos como si fueran una ofrenda a Dios Padre. Allí estuvo con reverencia, con respeto, durante unos segundos, la rodilla clavada en tierra, como si hubiera nacido para estar ahí. Luego se levantó y se fue. Fue el momento más hermoso de toda mi estancia en Taizé. Nadie puede saber la belleza que vi yo en esa niña agachada ante el altar. Ni siquiera la propia niña, que lo hizo sin pensar en que yo la estaba viendo. Lo hizo pensando sólo en Dios.

En otra ocasión me fui paseando por una zona dedicada a meditar, donde se encontraba un precioso lago. En el lago se pedía silencio y hasta los patos que nadaban parecían respetarlo. Encontré un corazón hecho con florecitas y palitos. En el centro alguien había escrito: “Taizé”.

Otro día, Dani y yo bajamos al pueblo y estuvimos acariciando un caballo. Era manso como un perro, y reaccionaba a la voz suave y susurrante. Me acordé de la famosa película “El hombre que susurraba a los caballos”. También los caballos saben reconocer espíritus buenos y me alegré que éste, a su manera, nos aceptara. Llegué incluso a reclinar la cabeza sobre su largo hocico, como si fuéramos buenos amigos.

Quizá los momentos más dulces fueron el silencio y ciertas palabras que se cantaban en las canciones. Repetidas una y mil veces, las canciones parecían metérsete en la cabeza. Y provocaban sensaciones y sentimientos que parecía que estaban guardados en el fondo de mi alma. A veces tenía ganas de llorar, y no sabía por qué, otras parecía lleno de un espíritu de alegría, pero la mayor parte de las veces lo que sentía era paz. Todo estaba bien. Cuando estoy en una iglesia, sobre todo si estoy de visita y es un sitio nuevo, me suelo imaginar que Jesús entra y me pregunto qué haría. ¿Saldría corriendo porque ahí no hay ni uno sólo que tenga fe? ¿Se quedaría en la puerta con temor de no ser bien recibido? A menudo me lo imagino consolando a algunas personas de la reunión dándoles un abrazo y diciéndoles que no están solos. Esas imaginaciones parecen tener vida propia. No es mi voluntad imaginarme a Jesús de una u otra manera. Sencillamente me lo imagino. Por eso tenéis que ir a Taizé. Cuando estaba en la oración, un día, me imaginé a Jesús. Entre la gente. No huía ni estaba en la puerta, con miedo. Estaba en mitad de la gente. Y las iba besando una a una. Tenéis que ir a Taizé porque sólo ahí podéis experimentar el beso de Dios.

1 Response to “¡QUÉ HERMOSA ES FRANCIA! (Diario de dos viajeros al monasterio de Taizé, Francia)”

  1. Anonymous mayo 12, 2012

    I am a Peruvian. I went tpo Taize with other Latin Amaricans in 1965.There was a Peruvian monk in Taize with a German name. Leprecht Sellschopp. When he knew I was a Peruvian he asked to meet me in the Monastery. I went, we had known each other some years ago in Lima. It was an inspiring meeting! Is he still there. If he or someone could give me the information, I will me most thankful.


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