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Viaje a Israel (09-08-2009): Barcelona-Nazaret

Nuestro viaje comienza cuando desembarcamos en el aeropuerto Tel-Aviv – Ben Gurion y nos dirigimos hacia Nazaret. El aeropuerto está situado entre la antigua capital, Jerusalén, y la nueva, Tel-Aviv, por la cual vamos a pasar. Tel-Aviv es la capital moderna. En ella están las embajadas de todos los países que tienen relación con Israel. Es también la urbe cosmopolita, llena de ambiente y discotecas. Si bien es cierto que hay una antigua ciudad de Babilonia que tenía el mismo nombre, el de la capital de Israel está tomado de la arqueología. “Tel”, en concreto, es un nombre técnico de dicha ciencia con el que ésta se refiere a las colinas artificiales producidas por siglos y siglos de asentamientos humanos en un mismo lugar. El trasiego de diferentes pueblos, reconstrucciones de ciudades y, sobre todo, la costumbre de construir una y otra vez sobre los cimientos de edificios ya desaparecidos, hacen que aparezcan en el paisaje de Israel dichas colinas artificiales. En realidad, se trata de restos acumulados de antiguas construcciones humanas, destruidas y vueltas a reconstruir una y otra vez. “Aviv”, por su parte, significa primavera. En efecto, no es extraño que veamos entremezclado lo nuevo y lo viejo. Un escritor judío llamó a la ciudad de Jerusalén “Vieja nueva tierra”. Veremos, en efecto, en muchas partes, los “tel” (lo viejo) y el “Aviv” (la primavera, lo nuevo). Tel-Aviv es una ciudad muy grande, si tenemos en cuenta la extensión del país. Tiene entre 600.000 y 700.000 habitantes. Hay una población árabe (algunos de ellos cristianos) integrada. En Jerusalén, en cambio, que es la capital tradicional, la separación de poblaciones es más nítida. Pasamos por el fértil valle del Sharon. Es éste un valle que durante siglos ha ido perdiendo gran parte de su vegetación. Los primeros en talar los árboles fueron los turcos, para poder construir su ferrocarril. Más tarde, los sionistas también cortaron muchos árboles. Pero ahora se está reforestando. Nos dirigimos a Galilea, tierra de pastores. Seguimos por la Vía Maris, la ruta que transcurre paralelamente al mar Mediterráneo, hasta el Monte Carmelo, que más adelante visitaremos. Atravesaremos el valle de Armagedón, donde la Biblia sitúa la última batalla entre las fuerzas del bien y del mal, y de allí a Nazaret. Nuestro guía es Damián. Es judío, natural de un pueblo cercano a Nazaret (que creo que se llamaba Fulán, aunque no estoy seguro) pero ha vivido muchos años en Méjico y por eso sabe español, un español fluido y bastante correcto, con inflexiones muy expresivas en su voz. Comenta que de pequeño se metían con él por ser judío, con lo que decidió no decir que era de Israel, en su lugar decía que era de Fulán. Todo iba bien hasta que el profesor explicó qué era ser un “fulano”, entonces todos sus compañeros volvieron a meterse con él. En fin, las historias de Damián. Nuestro conductor es Gideon, y no sabe español, pero parece una buena persona, a lo largo del viaje lo demostrará con algunos detalles. Damián nos narra muchas y divertidas anécdotas. Recuerdo una que desgraciadamente no apunté, por lo que debo recurrir a mi pobre memoria para contarla. Cuando estábamos pasando por la Vía Maris, ya al Norte, cerca de San Juan de Acre, creo, pasamos al lado de una fábrica que tenía tres o cuatro chimeneas enormes, separadas una de la otra por una distancia media, ni mucha ni poca. Damián nos contó que un aviador, para demostrar su amor a la mujer que quería, la citó en un lugar enfrente de la fábrica en una determinada hora y le pidió que mirara hacia la fábrica. No le había dicho nada más, por lo que la mujer esperaba expectante a ver qué pasaba. En ese momento, la mujer vio pasar un avión sorteando en zigzag las chimeneas de la fábrica. Era el aviador, que con ello quería demostrar su amor. El comandante, cuando se enteró de lo que ese temerario había hecho, le echó del ejército, pues había puesto en peligro un material necesario para la guerra. Sin embargo, el aviador no le guardó rencor, pues comprendió que había hecho lo que tenía que hacer, y de hecho invitó al comandante a su boda. Éste, como regalo, le readmitió en el ejército de nuevo y con el mismo grado. Cuando los compañeros del aviador se quejaron al comandante él dio una explicación contundente. Hacían falta personas como esas, que supieran ir más allá de las órdenes e incluso que se rebelaran contra ellas, para poder ganar una guerra, pues las guerras también se ganan con el corazón y con el instinto, que a veces te dice que hagas algo contrario a lo que te mandan. El país es un lugar de contrastes: por un lado está la variedad de su población, compuesta por árabes y judíos, ambas identidades conviven una al lado de la otra, la mayoría de las veces pacíficamente. Sin embargo, los judíos no son un grupo homogéneo, de hecho hoy en día los judíos de Israel en su mayoría han venido de todas las partes del mundo. Por otro lado, en cuanto a su geología, también es un país de contrastes. De norte a sur el país se divide en tres franjas: la costera (la del Mediterráneo, que ahora recorremos), la Montaña y la falla o depresión sirio-africana. Pasamos por varios pueblos palestinos (aunque dentro del territorio que gobierna Israel). Damián nos comenta que los palestinos son, sobre todo, constructores. Construyen sus propias casas de varios pisos. Pertenecen a un pueblo, el árabe, en el que la familia es lo más importante, por eso las casas son muy grandes, para poder acoger a toda la familia (es decir, a varias generaciones de una misma familia). En cada piso de la casa convive una generación. Pasamos por el valle de Ar-Megido (es decir, Armagedón). Se trata de un valle que comunica tradicionalmente Israel con las grandes potencias de la época: Egipto y los grandes imperios de Asia (fuera éste el que fuera: Asiria, Babilonia, Persia…). No es de extrañar que la Biblia sitúe la gran última batalla en dicho lugar. Pasamos por Samaria, que pertenece a la autonomía palestina. Y llegamos ya de noche a Nazaret. Ya ahí cenamos y nos acostamos. No teníamos ni idea de cuánto iba a cambiar nuestras vidas, al menos la mía, este viaje.

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