12 de enero de 2014 (Primer domingo después de Epifanía) Notas tomadas del sermón del Reverendo Alberto Sánchez
Tema: el Bautismo de Jesús. Lecturas: Isaías 42: 1-9 Hechos 10: 34-38 Mateo 3: 13-17 El bautismo de Juan era para perdón de los pecados. Entonces ¿Por qué se bautiza Jesús? El no lo necesitaba, aparentemente. Sin embargo, en la Biblia, a la pregunta que le hace Juan sobre por qué tendría que bautizarse, Jesús responde que “así conviene que cumplamos con toda justicia”. ¿Qué significa eso ahora, en los tiempos actuales? Recordemos que la Biblia no siempre quiere decir lo que parece querer decir, porque la entendemos con valores actuales. ¿A qué se refería Jesús cuando hablaba de “justicia”? Justicia es rectitud, y no necesariamente cumplir todas las normas. Hablando desde un punto de vista vital, lo justo, aquello a lo que debe tender un ser humano, no es a ser bueno, ni a vivir con Dios, ni a seguir a Cristo, todo eso debe dimanar de una realidad anterior: la madurez. El hombre, el ser humano, cuando llega a ser maduro, elige ser bueno, vivir con Dios y seguir a Cristo, porque es la mejor manera de vivir. Juan llama a los hombres a vivir el arrepentimiento, a madurar, a cambiar. Jesús aparentemente no lo necesitaba, pero sí debía pasar por esa etapa de desarrollo a la madurez humana. Después, el evangelio de Mateo dice que Jesús vio una paloma y oyó la voz de su Padre. Esas fueron experiencias que solo el vio, o al menos así se refleja en Mateo. Es decir, cuando Jesús acepta pasar por el bautismo conoce quién es, conoce para qué ha venido y es consciente de su misión. El texto de Hechos nos habla de que Pedro se da cuenta de que para Dios todos son iguales. Dios es igual para todo aquel que le teme y hace justicia. ¿Qué es “temer a Dios”? Es aborrecer lo malo. ¿Y qué es “hacer justicia”? Vivir coherentemente, con integridad. Los dos textos nos están hablando de lo mismo: de la madurez. Tanto Jesús en el bautismo como Pedro en Hechos se dan cuenta de que Dios les encarga que sean maduros: que ocupen su sitio (en el caso de Jesús) y que aborrezcan lo malo y vivan coherentemente (en el caso de Pedro). Por ello, debemos ser maduros, porque de la madurez sale el ser bueno, coherente, y también ser feliz, porque no juzgas a los demás, sino que te entregas a ellos y los amas incondicionalmente. Lo contrario es ser legalista. Un niño es alguien inmaduro, y por tanto legalista y centrado en sí mismo que evalúa la utilidad de todo y todos. El niño te va a preguntar si puede hacer algo en todos los casos posibles, para saber en qué casos puede hacer lo que él quiere. Un legalista, un fariseo, mira los resquicios de la ley, pero el hombre maduro vive por unos principios superiores, no por leyes. En la Biblia aparecen tres etapas en la relación de Dios con los seres humanos. En la primera Dios es Dios. Es el Antiguo Testamento, donde Dios es intocable, incomprensible muchas veces. En la segunda Dios es Dios hecho hombre. No es un Dios disfrazado de hombre (como muchos creen), sino un Dios que se hizo hombre para poder vivir entre nosotros y compartir nuestra vida. Jesús dependía del Espíritu Santo y por ello, en ningún momento lo que hizo está fuera del alcance de los hombres. Si eso fuera así, Jesús nos habría enseñado un camino imposible de atravesar por nosotros. Pero nos enseñó un camino que todos podemos tomar, una senda que todos podemos caminar. Nosotros podemos hacer lo que Jesús hizo si dependemos del espíritu como hizo Él. Esa es la tercera etapa. Dios Espíritu en nosotros. Ahora vivimos en el momento de la historia humana en la que Dios se muestra como Espíritu de Dios que nos guía y transforma desde dentro. Si Jesús hizo lo que hizo con la ayuda del Espíritu Santo nosotros también podremos hacerlo si permanecemos unidos a él. Déjate guiar por el Espíritu de amor. Cumplir las normas no es la meta de nuestra vida. Las normas son herramientas que tenemos para aprender a discernir mientras nos acercamos a la madurez. Recuerda: si continuamente preguntas qué hay que hacer estás actuando como un niño que pregunta una y otra vez qué entra en el examen. A ese niño no le interesa aprender, solo le interesa aprobar. Pero Dios nos ha hecho libres de las normas porque nos ha dado su Espíritu y en él encontramos el sentido y propósito de Dios. Según la Biblia hay dos realidades: la espiritual y la material (carnal) que según Génesis fue creada buena. Dios vino a este mundo para que, con su ejemplo, aprendiéramos a vivir la realidad espiritual en nuestra vida terrenal. Jesús vino aquí para enseñar ese camino, esa “buena vida”, y para que vivamos según los valores de Dios. Vino para demostrar que ese camino era posible. En la historia de la modernidad ha habido dos revoluciones. En EEUU, las colonias se rebelaron contra el rey y declararon la libertad. Se trató de la exaltación y triunfo del individualismo de la burguesía frente a un rey que defendía los intereses de su Imperio. Con el nacimiento de los Estados Unidos de América nació el Liberalismo como ideología. Poco después, en Francia, los más pobres del país, que estaban sufriendo bajo la injusta opresión de la nobleza y los reyes, se levantaron reivindicando un estado igualitario. De esa revolución surgieron numerosas ideologías. Las más exaltadas fueron las de tipo comunitario, que no solo dieron origen al socialismo, sino en sus versiones más exageradas al comunismo y al anarquismo como formas de defender y conseguir el bien común. Pero, por otra parte, surgió la Francia moderna, basada en el estado de bienestar. El gobierno garantiza a los ciudadanos que les va a proteger y que no va a permitir abusos por parte de ningún poderoso. Algo que exige la entrega de tu responsabilidad personal y la confianza en las intenciones de los líderes. Hoy en día, entre medias de estas dos posturas están todos los gobiernos e ideologías. En la Iglesia también hay dos posturas: o estás en el mundo de los que viven de acuerdo al amor o de los que viven de acuerdo a la ley. Y hay que elegir. Es cierto, la elección resulta fácil si consideramos que Dios ya lo ha hecho, y ha elegido el amor. Pero nosotros tenemos libertad también para elegir, y debemos hacerlo. Es más fácil ser legalista, porque evitas riesgos. No es necesario cambiar, sólo adaptarse a las exigencias. Solo has de saber qué ley tienes que cumplir en cada caso. Pero rechazar la responsabilidad personal sobre las acciones impide llegar a la madurez, a la toma individual de decisiones. La legalidad está basada en pactos que a todos interesan y eso parece cómodo, claro y sencillo. Una vez conocido el camino bueno hay que seguirlo y ya está. Pero el camino del amor se basa en la libertad, en la seducción, no la imposición, en la afección de corazón que te une a los demás, porque a Dios no se le sirve con la ley, sino con el corazón. Es un camino más difícil, pero a la larga es el mejor. Jesús vino, según se dice en Isaías, para dar visión a los ciegos, liberar a los presos, sanar a los enfermos… Vino para liberar. Jesús te libera de tu realidad y de ti mismo, Jesús te abre el camino a una realidad espiritual que se vive aquí y con todo tu ser. Su compromiso, su pacto, no es que si tú cumples con unas leyes te vas a salvar, su pacto es que si tú sigues su camino del amor, Él te va a transformar para que seas aquello que está ya en la mente de Dios. Deja de luchar contra Dios. Puede que digas ¿y el pecado? Si no tengo normas que me lo impidan pecaré. Puede que sí, hasta los hombres más maduros y santos pecan, porque todavía no somos perfectos. Somos hijos pródigos. Pero la buena noticia del evangelio es que Dios es misericordioso y desea perdonar a todo el que, arrepentido, desea volver a Él. Acuérdate del hijo pródigo. Si honestamente deseas estar con Dios, siempre puedes arrepentirte, y reconocer que necesitas a Dios. En todo caso, Dios nos da la elección de seguirle o no, y nos dice que está en nuestra mano reconocerle, aceptarle, pedirle ayuda y dejarnos transformar desde dentro.
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