Amor carnal (I cor8: 1-13)
(De mi propia pluma XXII)
La primera cosa de este texto que llama la atención de nosotros, lectores posmodernos e incrédulos del siglo XXI, es la importancia que en él tiene el comer o no comer carne. Tal vez por eso el título del artículo, pues casi parece una obsesión.
Hay que tener en cuenta el contexto en el que está escrita la carta a los corintios. En primer lugar el contexto histórico y en segundo el cultural. Como ya dije en otra ocasión, Corinto en tiempos de Pablo era una próspera ciudad refundada por los romanos. Como tal, su población tenía una cultura mediterránea en la cual el culto a los dioses ligaba a toda la sociedad. En la filosofía de vida romana, comer la carne sacrificada a los dioses te unía a ellos. En principio, esta idea puede resultarnos escandalosa pero, ¿no nos recuerda a otra muy parecida? En efecto, la idea de que comer el pan y el vino es comer la carne y la sangre de Cristo para hacernos uno con él viene de ahí. No quiero decir, Dios me libre, que los cristianos copiaron a los paganos. Más bien quiero indicar que todos compartían un mismo trasfondo cultural, el cual era básico, lo entendían todos: paganos y cristianos. Hoy en día vemos al cristianismo como algo completamente diferente del politeísmo pagano, pero en aquella época todos (romanos, judíos, cristianos) tenían una misma cultura mediterránea y unos mismos valores a través de los cuales comprendían a Dios.
El propio Pablo viene a insistir en la idea de unión con la divinidad a través del alimento, sobre todo en el caso de los sacrificios paganos, en los versículos 5 y 6. En ellos viene a decir que solo hay un Dios, y que por lo tanto comer la carne sacrificada a los ídolos (a los dioses paganos) no nos une a ellos. En primer lugar porque no existen, y en segundo lugar porque, si somos cristianos, ya estamos unidos al Padre, y esa unión no se rompe por comer un trozo de carne, gesto que para un cristiano no tiene sentido. En efecto, si los otros dioses no son nada, no hay que creer que comiendo su carne nos convertimos en parte de ellos, o ellos en parte de nosotros, igual da, porque solo comemos carne.
Sin embargo, pese a la enorme libertad que Pablo proclama para su conciencia, el apóstol solo pone un límite: el amor a los cristianos más débiles, a los que están dudosos. ¿Quiénes son esos? Lógicamente, serán aquellos que se acaban de convertir y todavía creen algunas de las mentiras que se dicen en torno a los dioses. Si estos tales, dice Pablo (vv. 9-13), ven a un cristiano con más experiencia sentarse en un banquete en el que se sirve carne que sin duda ha estado sacrificada a los ídolos, pueden pensar: “Si a éste, que es cristiano de verdad y con experiencia, le parece bien rendir de esa manera culto a los dioses, ¿Quién soy yo para no hacerlo? Me volveré de nuevo al culto de los dioses, pues hasta a los cristianos les parece bien”. Solo en este caso, por amor al otro, debes coartar tu libertad, no porque te importe una ley o norma que tú sabes que es absurda, sino porque te importa tu hermano.
Y como siempre, yo concluyo: ahora ve y haz tú lo mismo. Ama a tu hermano y no permitas que tu libertad a la hora de seguir o no las costumbres de este mundo le haga dudar. Si hoy no hay problema en cuanto a comer carne, si puede haberlo respecto a otras cosas que relegan el amor al hermano a un segundo plano. Que nuestra libertad no sea tropiezo para el amor. Quizá por esta última idea puse el título de este artículo.
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