De mi propia pluma (X)
Jn 1, 1-5: Vidrieras de luz viva
Pasamos al evangelio de Juan, dejando atrás el de Lucas. Si la obra lucana se caracteriza por intentar superar a los anteriores evangelios, recogiendo todo lo que se sabía de Jesús hasta entonces, y continuando el relato tras la muerte y resurrección de Jesús con las primeras acciones de los discípulos, el evangelio de Juan sorprende por ser, sobre todo, contemplativo: estático y extático. En efecto, es como si hubiéramos pasado de un Jesús que actúa a otro que discute y razona. Parece como si nos hubieran cambiado el carácter del personaje. Pero no quiero decir que este Jesús sea mentira y el de Lucas verdad (o viceversa) sino que Juan nos enseña un aspecto de Jesús que no aparece en el evangelio anterior. De paso aprovecho para comentar: harían bien los que defienden a capa y espada el monolitismo del cristianismo primitivo en tener en cuenta este hecho, pues nos enseña que las diferentes comunidades primitivas de las que surgieron los evangelios no veían a Jesús de la misma manera. No había excesiva unidad entre ellas. Había discusiones sobre doctrina, aunque, eso sí, sin llegar la sangre al río.
En otro orden de cosas, para algunos el de Juan es el evangelio más espiritual y el mejor para entender a Jesús en su profundidad. Es más, en muchas iglesias se les recomienda su lectura a los recién convertidos antes que la de los otros evangelios, como si la obra joánica estuviera tocada por una varita mágica que le confiriera la capacidad de abrir los corazones y el entendimiento de los nuevos creyentes. Yo no estoy de acuerdo con esta última afirmación, aunque hubo un momento en que así lo creí. Pero lo cierto es que los discursos largos y llenos de controversia de Juan hoy en día me llegan a marear. Son puro silogismo y filosofía de Dios. Prefiero al Jesús itinerante, trabajando a pie de que calle, actuando, y sobre todo: explicando a los más débiles con una claridad y sencillez que sorprende su doctrina. Ese es el Jesús de Marcos, Mateo y Juan, Y esos son los evangelios que más me gustan, aunque lo cierto es que si me preguntaran dentro de un tiempo puede que mi opinión haya cambiado, pues para gustos están hechos los colores.
He citado los tres evangelios a propósito según el orden de antigüedad y no según el que aparecen en la Biblia, pues el personaje de Jesús sufre en ellos una transformación en cuanto a su retrato, haciéndose en cada uno de ellos más complejo respecto al anterior. Sin embargo, cualquier lector sensible se podrá dar cuenta que Jesús es el mismo en cuanto a sus rasgos teológicos en los tres, pues los tres beben de fuentes parecidas. Es decir: que el Jesús de los tres primeros evangelios es más activo que el de Juan, que, que como he dicho se caracteriza por estar lleno de largos discursos y discusiones.
Tal vez lo primero que sorprende es que el evangelio empiece con un breve texto, desvinculado del resto del relato, una especie de poema en que a Jesús se le llama “Verbo” (o “palabra”) y “luz”. Son las dos muy acertadas metáforas para empezar. Cuando uno entra en una catedral gótica se da cuenta de que es un edificio pensado para meditar, y para que tus ojos se eleven hacia arriba. ¿Y qué es lo que vemos entonces? Las vidrieras, muchas de ellas hermosas manifestaciones del arte medieval. Las vidrieras tienen la función de dar luz, pero también de decorar las catedrales con sus colores, pero sobre todo sirven para que el alma se eleve hacia la contemplación de Dios.
Cuando yo empecé a leer el texto de Juan, me di cuenta que era como si, en efecto, hubiera pasado de una historia narrada, llena de acción, a otra en la que los personajes no se movían, eran como dibujos situados en vidrieras, y eso me hizo pensar que era como si hubiera entrado en una catedral gótica.
En este evangelio Jesús es el personaje central, y casi nunca da la impresión de que “hace” nada. Simplemente “está”, “muestra” y “proclama”. Frente a él están sus enemigos, que le atacan de manera cruel. Dichos enemigos aparecen desde el principio, en efecto: dice el texto que la luz brilla en las tinieblas. Y con eso quiere decir (todo es muy metafórico) que Jesús es “la luz”, y a sus enemigos son “las tinieblas”. Más adelante dice que él vino a los suyos y los suyos lo rechazaron, y ese es el origen del drama: que él, siendo justo, bueno y divino fue rechazado por los que se suponía que vivían en la justicia, los que perseguían ser buenos, los que rezaban a Dios. Desde el principio los personajes están preparados, y la tragedia se masca: Jesús debe morir, porque la oscuridad no soporta la luz.
Ah, y por cierto: en ningún momento se dice en estas líneas que Satanás intervino en esta lucha. Creo que Jesús sabía que sus enemigos no necesitaban de Satanás para acabar con él. http://www.iglesiadelatrinidad.org/de-mi-propia-pluma-x/Se bastaban ellos solos. No echemos la culpa de la muerte de Jesús a Satanás: lo hicieron hombres que no querían aceptarlo.
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