De mi propia pluma (XI):
Jn 2, 23-25. Jesús veía el corazón de los hombres:
Durante la primera parte de su ministerio, Jesús sorprende porque ve cosas que otros no pueden ver. Misterioso parece, a este respecto, el reclutamiento de Natanael, uno de los primeros discípulos. Ya habían pasado con Jesús una noche Andrés, hermano de Pedro, y otro. No sabemos lo que vieron, pero lo cierto es que decidieron quedarse con Jesús y abandonar a Juan. Andrés trajo a su hermano Pedro a Jesús (ya eran tres discípulos). Jesús se encuentra después con Felipe y la escena se repite: algo ve Felipe en Jesús, y decide quedarse (ya eran cuatro discípulos, según las cuentas). Por último, Felipe trae a Natanael, que no se fía de Jesús porque es de Nazaret, pero que, por si acaso, va a verle. Y Jesús, sorprendentemente, dice que le conoce. Le dice que le ha visto debajo de la higuera. No sabemos qué hacía Natanael debajo de la higuera, pero es evidente que eso le convenció de que Jesús era el Mesías. El secreto de lo que hacía quedó entre Jesús y él. No tenemos ningún testimonio más en los evangelios que nos aporte luz sobre las enigmáticas palabras de Jesús. No sabemos si Natanael estaba haciendo algo malo o algo bueno. ¿Por qué, pues, incluye el evangelista esta anécdota a medio contar? La respuesta es sencilla: para que creamos. Para que creamos que Jesús es el Cristo, el Mesías, y que lo sabe todo.
La idea de que Jesús lo sabe todo está relacionada con el tema del que he hablado en el anterior comentario: que Jesús es la luz, y en la luz no hay tinieblas, todo queda a la vista. A este respecto, son muy poderosas las palabras que aparecen en el capítulo 2, v. 25. Jesús había bajado a celebrar la Pascua. No será la primera ni la última vez que Jesús visite Jerusalén y su templo. En esta ocasión Juan nos dice que realiza la escandalosa expulsión de los cambistas del templo. Otros evangelios sitúan este hecho al final de su vida pública, como una de las causas por las que se le condena a muerte. A mi juicio, no importa este pequeña discrepancia. Ya he señalado en otras ocasiones que los evangelistas no eran periodistas, ni estaban obligados a recordar rigurosamente el orden en el que habían sucedido los hechos, pero sí debían narrar con la mayor exactitud aquellos que realizó Jesús para que nosotros, sus discípulos, creyéramos en él. Una vez en Jerusalén, como digo, el texto nos dice que algunos de esos judíos que le preguntaban con incredulidad quién era él y por qué hacía esas cosas acabaron creyendo en él “viendo los milagros que hacía”. Pero Jesús sabía que los corazones de esas personas no estaban buscando la verdad. ¿Por qué? Porque él veía en su interior sus verdaderas intenciones como un médico ve hoy día los órganos enfermos por rayos “X”. No se fiaba de ellos por eso: porque (sin que nadie se lo dijese, he ahí lo extraordinario) sabía cómo eran los corazones de la gente que se acercaba a él. Eso sorprendió a sus discípulos. Por eso lo dejaron explicado en el versículo 25. Y eso me sigue sorprendiendo y admirando a mí.
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