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El camino de Santiago (25.04.2011)

El camino paso a paso:

25-IV-2011:

Sarria (Lugo):

Llego tras un viaje en tren alucinantemente largo (9:15 Bilbao-18:45 Monforte de Lemos, y de ahí he salido de nuevo en otro tren a las 18:35 para llegar a Sarria a las 18:57).

En el tren hay un grupo de chicas que salpican su castellano con euskera vizcaíno. Por su aspecto y sus conversaciones sin duda van al camino. Dos de ellas están todo el trayecto sentadas a mi lado, salvo en algún momento que salen fuera, al salón restaurante o vete a saber, quizá a visitar a otra compañera suya que, según creo está en otro vagón. Parecen chicas majas, pero se quedan en Astorga y yo no entablo ningún tipo de conversación con ellas. Sólo al final del viaje hablo con mi compañero de asiento. Casi se muere del susto, creo que ha debido pensar que soy mudo, pues ni me he dignado a dirigirle la palabra. También él se iba a bajar en Monforte de Lemos, como yo. Da la casualidad de que es un hombre de la zona, y que conoce muy bien el camino en esta parte. Me comenta que tiene un amigo que ha ido al Kilimanjaro y sabe lo que son grandes marchas. Por tanto, si mi compañero de asiento no es aventurero, sí que es cierto que conoce en qué consiste serlo. Cuando oye que es la primera vez que hago el camino me da ánimos. A partir de un cierto punto, dice, todo es bajar. Lo peor es el primer día, me comenta cuando le enseño los mapas que me he sacado de Internet con las rutas marcadas día a día. La primera etapa es una dura subida, me advierte, cuídate los pies y cualquier llaga que tengas cúratela enseguida. Las llagas, las ampollas y rozaduras pueden hacer que desistas de tu intención de continuar el camino. Según él, hay gente que hace el camino de muchas maneras: por etapas durante los fines de semana, con el apoyo de un coche que lleve los bultos de albergue en albergue, en fin, que se puede hacer de muchas maneras y todas no tienen por qué ser duras. Pero eso de hacer el camino con tantos apoyos, tan “light”, añade mi compañero, no es hacerlo de acuerdo con el espíritu que tenía al principio, eso es ser un dominguero. El camino es sufrir, es dormir en albergues (si puedes y te deja el vecino, depende quién te toque). Hoy en día hay gente que hace el camino como una competición deportiva, se ha perdido mucho de un cierto espíritu de convivencia que parecía que era lo normal al principio, cuando hace unos años se empezó a recuperar, concluye.

Desde luego, hablo poco con este hombre parco en palabras y de mirada seria, pero me sirve, no sólo me habla de la filosofía del camino, también me da consejos prácticos y me recomienda que la penúltima etapa no la acabe en Santa Irene, como era mi intención. Ahí no tienes nada, me dice, ni farmacia, sólo un albergue y un bar. Además, de Santa Irene a Pedrouzo es cuesta abajo, son cinco kilómetros más, pero se hacen muy bien, y ahí, en Pedrouzo, tienes farmacia, tienes restaurantes, muchos albergues, tienes de todo; en Santa Irene no tienes nada, sólo el albergue y un bar.

Me despido de mi informador en Monforte y continúo en tren hasta Sarria, tras esperar más de tres cuartos de hora en la estación. Me hace gracia ver los carteles de la estación. Estoy a punto de sacarles una foto, porque aunque están en gallego y en castellano, pues así lo marca la ley, podrían no estarlo, ya que todas las palabras que hay en ambos idiomas coinciden completamente en su escritura. Podríamos publicar la foto en Internet con el sugerente título de “adivina cuál de las dos palabras: “Cafetería” o “cafetería” está en gallego, se me ocurre no sin sorna.

Llego a Sarria. Tenía reservado un albergue, pero algo raro me ha sucedido está mañana. He llamado desde el tren por móvil al albergue para confirmar mi reserva, pero el dueño ha creído que llamaba para reservar por primera vez, así que me ha dado el número de otro albergue, pues el suyo estaba todo completo (incluida una de las plazas, que era mía). Así que he llamado al otro sitio y he reservado otra plaza. Pero luego el dueño del albergue primero me ha llamado a mí para confirmar la plaza y le he dicho que ya la tenía en otro albergue, el mismo del que él me había proporcionado el teléfono. Es entonces cuando nos hemos dado cuenta los dos de lo que había pasado. Me ha dicho que no importaba, que si tenía plaza en otro albergue mejor, porque estaba a falta de camas en ese momento. Total, héteme aquí que he acabado en el albergue Peltre. Sitio bonito, de aspecto bucólico, compuesto de una casa con dos plantas, decoradas rústicamente, aunque con limpieza, con jardincito y todo para sentarse en las horas últimas de la tarde y tender la ropa al sol. Tras localizar el sitio e instalarme, he salido a conocer el pueblo. He conseguido comprar pan y manzanas, amén de una cucharilla de recuerdo para mi hermano Carlos. De Alberto de Cuenca he recibido un mensaje enviándome muchas fuerzas y oración (él, lo sé bien, cree en la oración, a su manera, y no me cabe duda que toda plegaria será útil y se lo agradezco). De June (Zaloa) no sé nada. Mensaje sin contestar, como siempre.

Entro en un bar y como algo, aunque no tengo hambre, estoy nervioso por lo que sucederá mañana. ¿Seré capaz de aguantarlo? Estoy sentado en una mesa pequeña, solo, y a mi lado hay un sitio vacío en el que, repentinamente, se sienta ella, sonriendo como solo ella sabe hacer. ¿Qué haces aquí? Le pregunto alucinado. No soy ella, soy tu imaginación. Ah, contesto un tanto decepcionado. Quería decirte que mucho ánimo, y que me encantaría estar aquí hablando contigo. No importa, le respondo yo. A veces la vida es complicada, las cosas van sucediendo, no salen como quieres, y tus deseos se ven frustrados. A mí también me gustaría que tú estuvieras aquí, pero así son las cosas y así es la vida. Sí, añade ella, o mejor dicho, su recuerdo, así es la vida… Yo a veces pienso que “El corazón…” empiezo a recitar, ella acaba la frase: “…tiene razones que la razón desconoce”, lo sé, es una frase de Pascal, un filósofo. Me quedo de piedra. ¿Lo conoces? Soy tu imaginación, formo parte de ti, responde con naturalidad, claro que lo conozco. Vaya, otra decepción. Y es que, claro, no estoy hablando de verdad con quien creo, estoy hablando conmigo mismo y montándome una película. Me suele pasar. Y es que a veces imagino con tanta fuerza, que creo que llego a confundir la realidad con la ficción, hasta el punto de poner en boca de otros cosas que no han dicho, que sólo me las he imaginado. Espero que eso no me suceda nunca con ella, quiero decir, con la ella real, cuando la vea, no sé cuando, en fin, que como siempre, me lío más que la pata de un romano.

Su recuerdo me acompaña durante toda la cena, sentado a mi lado. Hablamos de la gente del bar, le cuento mis miedos, en fin. Imagino su recuerdo y disfruto pensando cómo podría ser si estuviera aquí, conmigo. Pero su imagen no es la única que me acompaña, como un fantasma amigo. También en este camino va mi hermano, y va Alberto, mi pastor, y el otro Alberto, el de Cuenca, que tan pendiente le noto de cómo vaya yo en esta aventura, y va mi padre, y tantos y tantos. En cierto modo, no me siento solo. Va hasta Paulo Coello. June, no sé si escribiré como él, pero estas líneas, este camino, te lo dedico.

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