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Jerusalén (IV): Elena, la arqueóloga

4- Elena, la arqueóloga:

A veces nos preguntamos cómo se saben ciertas cosas de la época de Jesús. Se nos dice que las conocemos por tradición, aunque en muchas ocasiones eso no nos ofrece seguridad, pues las noticias que nos llegan por esta vía están mezcladas con leyendas. Ya hemos visto el caso de la cruz de Cristo y sus miríadas de astillas esparcidas por todo el orbe. Hay, en cambio, otras tradiciones que parecen más fiables. La tradición dice, por ejemplo, que esta cueva que vamos a visitar es aquella en la que Jesús enseñaba. Lo sabemos por las primeras excavaciones hechas en Tierra Santa por Elena, la madre del emperador Constantino, allá por el siglo IV. Es cierto que ella fue la que encontró el lugar donde estaba la cruz, y que eso no es garante de exactitud científica (luego veremos por qué), pero también sabemos que de no ser por ella muchos de los lugares santos habrían desaparecido, olvidados definitivamente en el polvo de los tiempos. . Así pues, podemos decir que, con ser imperfecta, ella fue la primera arqueóloga que actuó en Jerusalén. Era cristiana, aunque no así su hijo. Lo más paradójico es que ella se convirtió al cristianismo gracias a la influencia de su hijo Constantino, al que muchos señalan como el primer emperador cristiano, aunque sólo al final de su vida se dejó bautizar y se convirtió. Fue, eso sí, el primero en legalizar la religión cristiana, con lo que ésta dejó de ser perseguida. Su madre, que es la que nos ocupa, recibió en un sueño el llamamiento de ir a Israel y descubrir todos los lugares santos. Cuando Elena llegó, el alma se le cayó a los pies, como se dice coloquialmente, al ver en qué se había convertido la ciudad. Se habían borrado todos los signos judíos y, por supuesto, cristianos, habían llegado incluso a cambiar el nombre de la ciudad para que no se recordase nada de los anteriores habitantes. Elena reaccionó y comenzó a organizar excavaciones siguiendo las tradiciones orales que todavía se mantenían frescas. Así fue como, de una manera milagrosa, encontró la cruz. En efecto, una de las tradiciones orales, sin duda la que la emperatriz consideró como la más fiable, decía que los discípulos habían intentado llevarse la cruz, pero que, como no se atrevieron, la enterraron. Elena oró, pidiendo ayuda a Dios para que la ayudara en su empresa, y además recurrió a cristianos y a sabios judíos. Todos convinieron en que la cruz estaba en el mismo lugar en el que enterraron a Cristo. La emperatriz empleó las legiones romanas para cavar en el lugar que dicha tradición señalaba como el del santo sepulcro. Al final encontró la tumba de Cristo y junto a ella tres cruces. ¿Cuál sería la de Jesús? San Macario, obispo de Jerusalén, le propuso llevar las tres cruces donde una mujer gravemente enferma. Aquella que la sanase sería la verdadera. Todo el pueblo acompañó la prueba con oraciones. El obispo dejó que la enferma tocase las tres cruces. Con las dos primeras no pasó nada, pero la tercera, la verdadera, la sanó.

También fue Elena la que excavó y embelleció esta cueva que estamos a punto de visitar, aquella en la que, según la tradición, Jesús se reunía con los discípulos y les enseñaba el Padre Nuestro. La labor de esta mujer fue impresionante para la época en la que vivió, sobre todo porque que su trabajo lo hizo sin conocer nada de arqueología. Aprovecho para comentar un poco respecto al papel de las mujeres durante la época del Imperio romano, cuando se está desarrollando el cristianismo primitivo. En ese momento la mujer, la matrona romana, se convirtió en un factor importante para expandir la nueva fe, y ello debido a la composición social de los primitivos seguidores de Cristo. Al ser ésta una religión perseguida, no practicada por los dirigentes del momento, la mayoría de sus miembros eran gente humilde y mujeres. Eso precisamente es lo que permitía que entre los cristianos mandaran y tuvieran cierta importancia personas que en la sociedad no cristiana no serían nada, pues no había gente de calidad entre sus filas. Así, una mujer podía enseñar y un esclavo podía ser obispo. En el caso de las matronas (y Elena lo era) su labor fue fundamental porque enseñaban y educaban a los niños paganos en el cristianismo. Minaban la estructura social y religiosa del Imperio desde abajo. El emperador Constantino fue el primero en darse cuenta del poder de la nueva religión, ya que vio que muchos de sus soldados eran ya cristianos. Su madre influyó también en él para que legalizara el cristianismo, y ella misma realizó una importante labor en Jerusalén, destruyendo los templos paganos que se habían construido sobre los lugares santos y levantando iglesias en su lugar. A partir de estos dos personajes (Elena y Constantino) la vida en las comunidades cristianas dejó de ser tan penosa, pues ya dejaron de ser perseguidas. Pero también empezaron otros problemas: los dirigentes políticos, muchos por conveniencia, se convirtieron al cristianismo, y se produjo la alianza entre la Iglesia y el Estado. A partir de ahí los seguidores del crucificado dejaron de ser tan humildes como solían y la Iglesia, convertida en otro poder más, comenzó a ser causante de injusticias, abuso de poder y guerras que todavía, para nuestra desgracia, estamos pagando.

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