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Jerusalén (VI): El árbol de espino y Félix

6- El árbol de espino y Félix:

Después de hacer estas reflexiones sobre la más famosa oración cristiana, nos preparamos a entrar en la cueva. Formamos un grupo heterogéneo, como se suele decir, cada uno de su padre y de su madre, lo digo por lo que a continuación voy a contar. Entre nosotros hay un hombre inquieto, que en ocasiones sorprende con actitudes, gestos y comentarios que descolocan al más pintado. Ésta es una de esas ocasiones, ya que mientras estamos bajo el árbol y Roberto nos habla sobre el Padre Nuestro, Félix, que así se llama el susodicho compañero de viajes, aparece encaramado a una de las ramas del árbol como si se tratara de un moderno Zaqueo que esperara desde hace siglos la segunda venida de Cristo subido, que curioso, no a un sicómoro, como en la Biblia, sino a un árbol de espino. En efecto, el árbol en el que está Félix subido es el mismo del que, según se dice, sacaron los guardias las espinas para trenzar la corona que seguidamente impusieron en la cabeza de Jesús, según nos explica Damián, que se siente también desconcertado por el turista trepador que le ha tocado en el grupo. Aparentemente es un árbol normal, pero nuestro guía nos llama la atención sobre unas espinas que acá y allá se esparcen entre el ramaje ocultas entre grandes hojas. Me estremezco al pensar en qué desgarros y laceraciones producirían esas terribles púas en la frente y la cabeza de Jesús. El episodio de la corona de espinas sucede en el momento en que Pilatos entregó a Jesús a los soldados para que éstos lo azotaran. La tortura a la que lo sometieron fue tanto física como psicológica. Por una parte, le dieron cuarenta latigazos (que era la cantidad máxima, pues se sabía que más solían provocar la muerte), por otra, los soldados, enterados de que Jesús había sido aclamado como rey de los judíos pocos días antes, decidieron llevar un poco más allá su maldad. Así pues, le vistieron con un manto púrpura (propio de los reyes), le pusieron una vara de nardo entre las manos (simulando un cetro) y entretejieron una dolorosa corona de espinas que encasquetaron no sin sufrimiento en la cabeza del reo. Su objetivo era reírse de él. Una crueldad que muestra el horror que puede encerrar el corazón humano. Uno a uno, los guardias pasaron delante haciendo reverencias ante un Jesús ensangrentado, envuelto en su manto burlescamente purpúreo. El martirio de Jesús no fue una broma, como las de nuestro compañero de viaje Félix. Jesús no se sentó en un trono al final de su vida en la tierra, se subió a una cruz a sufrir y morir.

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