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Jerusalén (XI): El huerto de los Olivos

11- El huerto de los Olivos:

Continuamos nuestro descenso por el monte desde la iglesia de “Jesus flevit” por una empinada cuesta. Nos siguen los vendedores de fotos panorámicas de Jerusalén y de postales. Uno de ellos va gritando con voz destemplada y acento claramente árabe: “¡Dos por uno! ¡Dos por uno!” para enseguida ofrecer, viendo que no consigue vender: “¡Tres por dos! ¡Tres por dos!”. Nosotros, divertidos, le replicamos: “¡Sinco por sinco!” y el responde como el rayo y con su misma voz de cuervo: “¡Veintisinco!” Todos nos reímos ante el ingenio del vendedor, seguramente musulmán, pues no hay vendedores más hábiles en el mundo que los educados bajo la sombra del Corán. Son astutos, aduladores, a veces muy pesados, más que moscas en verano en plena canícula, pero saben todos los idiomas habidos y por haber. Parece como si el ancestral instinto de vender hubiera imprimido en su ADN que deben sonreír mucho, ofrecer las cosas con ojos muy abiertos ante los clientes y, sobre todo, hablarles en su idioma, cosa que consiguen todos los árabes en poco tiempo y con pasmosa facilidad. Al día siguiente volveríamos a ver a ese mismo vendedor con grupos de diferentes países dirigiéndose a cada uno en su lengua. Increíble.

Tras superar a varios vendedores más insistentes que los cambistas del templo llegamos a la entrada del Huerto de los Olivos. Una puerta pequeña abierta en un muro sobre cuyo dintel se puede leer en latín “Hortus Gethsemani” (huerto de Getsemaní, como también es conocido) da acceso al recinto. A estas horas ya hay mucha gente entrando y saliendo del lugar y a nuestro grupo le cuesta acceder. Dentro, vemos que no hay más que una capilla franciscana, enfrente de la cual hay plantados algunos olivos muy arrugados y gruesos.

El olivo es un árbol curioso. Al contrario que otros, crece sin desarrollar capas de anillos en su interior, con lo que es difícil calcular su edad. Eso sí, se sabe que conforme envejecen su corteza se arruga cada vez más y aumenta su grosor. De todo ello puede deducirse que los olivos ante los que nos encontramos son muy antiguos. No son de la época de Jesús, pero no cabe duda que los franciscanos han procurado cuidar sobre todo los más viejos para que perduren y den una sensación de antigüedad y de perduración en el tiempo. No hubiera sido lo mismo con olivos jóvenes. Además, seguro que más de uno, influido por el entorno en el que está, cree que son los mismos que vieron llorar a Jesús. Aparte de ser curioso por cómo crece, el olivo es singular por ser un símbolo para los judíos. Ya hemos hablado de que significa luz, pues el aceite sirve de combustible para las lámparas, pero también simboliza eternidad. En efecto, un olivo puede estar muerto por fuera, pero mientras la parte de dentro siga viva el olivo continuará viviendo. Eso lo vemos en los olivos del huerto, a uno de ellos le sale entre los pliegues de su corteza, vieja como la piel de un dinosaurio, una rama fresca y tierna como el brazo de un jovencito. Por esa rama el árbol entero vive.

Por este lugar han pasado personalidades civiles y religiosas muy importantes. Hay, por ejemplo, un árbol plantado por el Papa Pablo VI. Éste fue el papa anterior a Juan Pablo I, el breve papa de la sonrisa que sólo duró unos meses y murió misteriosamente, como abatido por un rayo. A su vez, el papa breve fue el antecesor de Juan Pablo II y éste a su vez el del actual papa Benedicto XVI.

Justo delante del huerto y a su derecha se alza la Iglesia de Todas las Naciones, hermosa construcción de corte clásico que recuerda a un Partenón cristiano. Se llama así porque su construcción corrió a cargo de doce países diferentes. También se la llama, por el lugar donde está, basílica de Getsemaní de la Agonía. El edificio es una obra de Barluzzi, erigida sobre las ruinas de otras dos iglesias medievales. Tras las fotos de rigor ante los olivos y la breve escapada a ver el suntuoso interior de la Iglesia de Todas las Naciones continuamos la visita, porque no nos podemos quedar tras la visita de este lugar tan emblemático sólo con la idea de que los olivos se arrugan con los años. No olvidemos que aquí Jesús lloró, sufrió y tembló como cualquiera de nosotros ha de temblar al enfrentarse con su muerte. El lugar merece una reflexión. Ahora bien, nuestro avispado guía y nuestros no menos experimentados Roberto y Betty conocen un lugar adecuado. Enfrente del huerto atestado de visitantes hay una propiedad privada con olivos que no recibe tantas visitas, de hecho, casi no hay nadie en él. Llamamos y acude el dueño, o alguien al cargo del lugar, que nos franquea la entrada, una pequeña puertecita con barrotes. Se trata, como he dicho, de un huerto, en realidad un jardín con olivos no tan milenarios como los de la iglesia de enfrente, esparcidos acá y allá. Cerca de uno de ellos me llama la atención un cartel que reza: “Please, do not touch the trees” , y debajo traduce en español: “Por favor, no toquen los árboles”. Me da mala espina que hayan tenido que traducir al español el texto inglés. Yo para mí que es para evitar los destrozos en las ramas de los olivos por parte de españoles que allá donde vamos, arrasamos. Por cierto, en mi casa tengo una rama de olivo de ahí, del monte. Ahora me pregunto: La persona que me la trajo ¿la traería de esos mismos árboles ante los cuales piden inútilmente esos carteles a los españoles sinvergüenzas que no los dejen sin hojas, ramas y hasta sin raíces?

El lugar en el que estamos podría recordar más o menos a aquel en el que estaba Jesús la noche en que oró a su Padre cuando estaba a punto de ser apresado. Por uno y otro lado se diseminan olivos, como posiblemente sucedería en el lugar en el que lloró Jesús. Al otro lado de la valla del huerto, amenazadora, como a punto de caer sobre nosotros, se alza la muralla que señala el lugar en el que se encontraba el templo. Su terrible sombra amenazante, sin duda, también la vio Jesús esa noche. Viendo cómo es el huerto en el que estamos me puedo hacer una idea más exacta de qué pudo sentir Jesús, de qué es lo que vio. Así, me doy cuenta que, pese a estar en el monte de los Olivos, el huerto se encuentra en su parte más baja, en su falda. Jesús no había ido a orar lejos de la ciudad, en un lugar apartado (como yo hasta ahora siempre había pensado) estaba en un lugar muy cercano al templo. Por otra parte, en esos días el famoso huerto estaría abarrotado de gente durmiendo, habida cuenta que se estaba celebrando la gran fiesta de los judíos y que muchos acudían a la ciudad. Jesús estaba, por lo tanto, muy cerca del lugar donde se simbolizaba todo el poder y el esplendor de la religión y la sociedad judía, muy cerca del lugar donde los que le iban a apresar tenían puesta su mayor confianza.

Al poco de entrar en el huerto, en un recoveco, nos encontramos reunidos a un grupo de unos veinte cristianos de color escuchando atentamente a un predicador que sin duda les está aleccionando sobre la importancia espiritual del lugar. Este puñado de cristianos son los únicos, aparte de nosotros, que están visitando el lugar. Así pues el ambiente es mucho más propicio para realizar una reflexión que fuera, con todo el bullicio de visitantes. Además, al cabo de un tiempo, todos se dispersan, cada uno a un rincón del huerto: unos debajo de un olivo, otros al lado del muro, más allá se ve a otro reconcentrado en sí mismo. Esa circunstancia crea un hermoso ambiente para una charla de nuestro pastor y una reflexión. Así que nos aposentamos en la esquina opuesta a la del otro grupo y hacemos algo parecido a lo que están haciendo nuestros hermanos de color, por lo menos en su primera parte, pues nosotros no nos vamos a dispersar por el lugar para reflexionar. Así, sentados los que pueden en unos bancos que por ahí se encuentran y los que no de pie, escuchamos a Roberto que nos habla del lugar en el que estamos. A un lado de nuestro grupo, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, Damián escucha con atención. Roberto nos señala que la imagen que tenemos de Jesús orando solo en el huerto en la noche en que le iban a apresar con unos discípulos un poco apartados y en mitad de una noche tranquila es, en parte, falsa, porque Jesús no estaba solo, estaba en medio de una gran multitud. Como ya he señalado, el lugar está cerca del templo, y sin duda era un sitio ideal para que muchos que no tenían posada se quedaran a pernoctar. Sin duda el lugar estaría lleno de gente. Eso explica que, cuando Judas fue a ofrecerse para entregar a Jesús, los sacerdotes le insistieran cómo sabrían quién era él, y él les dijo que estuvieran tranquilos, que sería aquel a quien se acercara y le diera un beso. Eso no tendría sentido si Jesús hubiera estado solo, pues únicamente hubiera bastado con señalarle. Y eso era,.como ya he señalado, porque Jesús estaba entre una multitud de gente en el huerto de los Olivos esa noche.

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