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Jerusalén(I): De las iglesias de la Veracruz y de otras historias

  1. De las iglesias de la Veracruz y de otras historias:

Amanece un nuevo día. El primero que tenemos, entero, para visitar Jerusalén. Tras las rutinas de rigor (aseo, bajada en ascensor hasta el comedor, búsqueda de sitio en la mesa, caza de manjares exóticos en el “buffet”, ingestión y vuelta a la habitación para coger lo que se te ha olvidado o lavarte los dientes) subimos de nuevo al autobús. Luego, Damián nos cuenta unas cuantas cosas. En primer lugar, nos cuenta para saber si estamos todos y, una vez que arranca el autobús al grito de: “¡yala, yala!”, nos cuenta todo lo que vamos viendo y algunas curiosidades que se le ocurren.

Pasamos por el monasterio de la Cruz, asentado sobre el lugar en el que se descubrió el árbol de la cruz verdadero. De Jerusalén, de este mismo lugar, llevaron trozos de la verdadera cruz a todos los rincones de la cristiandad que sirvieron para adornar escapularios que protegían a los soldados en las batallas. Además, encerraron los preciosos trocitos en cajas, cofres o relicarios, y éstos a su vez los metieron en iglesias que, por ese motivo, recibieron el nombre de iglesias de la Veracruz (en latín “Vera cruz” significa “cruz verdadera”). Así, en Segovia hay una ermita templaria con dicho nombre. Se trata de una construcción misteriosa, de inusual planta octogonal, trepada a una cuesta al lado de unos barrancos que miran hacia el romántico alcázar, el castillo que se alza al otro lado del río coronando la ciudad. Mientras pienso en esa lejana ermita de la tierra de mis padres, reflexiono sobre el hecho de que haya tantas iglesias de la Veracruz y, por tanto, tantos trozos del leño en el que murió Jesús. La cantidad es ridículamente exagerada y se me ocurre que, si juntáramos todas las astillas y trocitos que existen por el mundo y que dicen ser de la cruz verdadera nos saldría para hacer la torre Eiffel con palitos y todavía nos sobraría para una cajita de mondadientes. Perdón por la broma un tanto irreverente, pero es estúpido, creo yo, pensar que todas las reliquias que dicen ser la de la cruz lo sean. Además, hay otro dato que me hace pensar que es muy difícil, incluso un milagro, que los primitivos cristianos hubieran podido conservarla. Y es que hoy sabemos que la cruz era un instrumento de ejecución romano formado por dos palos: un largo fuste vertical y un travesaño horizontal más pequeño. Pero no era un instrumento fijo, sino que sus componentes se iban intercambiando, ya que el fuste se quedaba colocado en el lugar de ejecución, de donde no se movía y el travesaño (seguramente cada vez uno diferente) lo traía el reo a los hombros, y se colocaba en el lugar de ejecución sobre el fuste en el momento en el que se iba a clavar el reo al madero. Ambas piezas eran usadas una y otra vez a lo largo de su vida útil por muchas personas diferentes. Después, sin duda, se tiraban cuando ya no valían. ¿Cómo saber, después de tanto tiempo, dónde se encuentran los dos palos en los que murió Jesús? Soy escéptico al respecto.

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