Jerusalén(III): La entrada en la Jerusalén antigua
3- La entrada en la Jerusalén antigua:
Pero no adelantemos más acontecimientos, todavía estamos en el autobús el día anterior y la visita, como digo, ni siquiera ha empezado. El vehículo pasa por el monte Scopus, aquel en el que estuvimos ayer y en el que hicimos el emotivo brindis y la oración del peregrino. Y cerca de ese lugar ya entramos en las inmediaciones del monte de los Olivos.
Uno se espera, de tanto leer la Biblia, otra cosa. Se imagina un monte lejano y solitario, perdido entre la sierra, fuera de la ciudad. Se lo imagina de noche, como creo que todos tenemos en mente cuando imaginamos a Jesús en dicho monte antes de ser detenido. En fin, se imagina un ambiente oscuro, triste y melancólico cuando oye hablar del famoso “Monte de los olivos”. Pero la imagen que se nos ofrece esta mañana nada tiene que ver con todo lo anterior: hace un sol maravilloso, estamos a la vista de la ciudad y además, aunque es temprano, ya hay mucha gente. Gideon nos descarga en un aparcamiento repleto de coches. Tiene que arrimar el autobús a la acera en un rincón del aparcamiento de aspecto abandonado, donde un burro está pastando, también hay cerca restos de vehículos dejados en desorden y apilados junto un muro. . En fin, ni rastro del ambiente intimista que yo me imaginaba en el lugar. En cuanto al burro y la chatarra, no es que estemos en el campo, es que en la Jerusalén antigua te puedes encontrar de todo: piedras milenarias al lado de turistas en pantalón corto, musulmanes oscuros llevando animales de carga amarrados de una cuerda al hocico y austeros judíos ortodoxos. Por ejemplo, el burro que he mencionado antes, el que pasta cuando nosotros salimos del autobús, lo hace tranquilamente al lado de unas plazas de aparcamiento donde se pueden ver vehículos último modelo. Lo que pasa a su alrededor no le interesa a nuestra despreocupada acémila. Sigue concentrado en ramonear unas míseras hierbecillas que crecen ralas al lado de la pared sin importarle el bullicio de la ciudad. Parece un burro filósofo, anclado en un pasado milenario, un Platero de Jerusalén.
Antes de poner el pie fuera del autobús Damián nos explica la importancia estratégica del monte, para que nos hagamos una idea de dónde estamos. Desde el monte de los Olivos se ven a la vez, nos dice, la ciudad verde y el desierto de Judea. Tal vez por su localización muchas profecías se han proclamado desde dicho lugar. Y tal vez también por eso Jesús lo eligió como el escenario en el que pronunció su discurso escatológico (discurso sobre el fin de los tiempos). En efecto, en cuanto salimos de la seguridad del autobús nos quedamos impresionados por la vista de la ciudad desde el monte. El lugar parece levantarse, acusador, ante la ciudad santa. Es, sin duda, un sitio inmejorable para dicho discurso. Tras andar un breve trecho (Gideon es experto en dejarnos casi a la puerta de los sitios) pasamos una puerta que da acceso al recinto de un monasterio carmelita construido a su vez sobre la iglesia que en dicho lugar edificó Santa Elena. Comenzamos el viaje en el tiempo.
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