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¿O es que acaso estamos celosos de la generosidad de Dios? (Rom 9, 29-30)

De mi propia pluma XVII

 

Recordemos que en esta carta de Romanos Pablo estaba escribiendo a gentiles que se acercaban a la fe y les daba la esperanza de que, contrariamente a lo que la mayoría de los judíos creían hasta entonces, un gentil podía ser salvo sin pasar por la circuncisión y el cumplimiento íntegro de la Ley. Es en ese contexto en el que escribe la famosa sentencia “el justo vivirá por la fe” (Rom 1, 17). En efecto, si la salvación viene por la fe, ya no hace falta seguir la Ley, pues lo que importa es tener fe y agarrarse a lo que Cristo ha prometido.

Siglos después Lutero hizo de esta sentencia uno de los puntos fuertes de su doctrina. Otro reformador, Calvino, en cierto modo más radical que Lutero, habló de la Predestinación, doctrina según la cual solo se salvaban aquellos que Dios quería. Se basaba para ello también en un fragmento de Romanos, concretamente en el capítulo 9, 29-30. En efecto, si se lee atentamente, parece que Pablo dice exactamente esa idea: que los que se salvan están predestinados por Dios, y por lo tanto da igual lo que hagan los que van a ir al infierno, porque están perdidos de antemano. Sin embargo, yo disiento a ese respecto, porque no se puede afirmar esa idea descontextualizándola de lo que Pablo dice en la carta y, además, de las ideas de su maestro Jesús.

En efecto, como he dicho, Pablo quiere dar una esperanza a los gentiles, que estaban condenados por la sinagoga. Ningún gentil podía salvarse si no se circuncidaba y cumplía la Ley. Sin embargo, Pablo hace constar que Abrahán fue considerado justo (es decir, buen creyente y, por lo tanto, salvo) antes de que se circuncidara y antes de que existiera la Ley. Dios le tuvo por justo porque Abrahán confió en él (eso significa creer) y tuvo por cierto que iba a ser padre a edad avanzada. Eso sí que es tener fe, y lo demás son tonterías . De la misma manera, dice Pablo, cualquier gentil que confía en Jesús, en que ha resucitado y es el Señor, es tan justo como Abrahán, pues camina en fe por la vida, a semejanza de lo que hizo el padre de los creyentes.

Así pues, no hay nada que un creyente pueda hacer para satisfacer a Dios, porque el cumplimiento de normas no le agrada, y lo que quiere son corazones humildes que lo alaben y que reconozcan que él es Dios. Podríamos compararlo con lo que sucede cuando un hijo intenta desesperadamente complacer a su padre y le pregunta constantemente: “¿Qué quieres que haga?” Es muy difícil que el hijo comprenda que el padre no quiere que haga nada especial, solo quiere que sea feliz y que se desarrolle como persona.

Dios no quiere que nadie se pierda, si no tenemos eso en cuenta, la lectura de romanos que habla sobre predestinación nos va a sonar a pura crueldad, porque si la entendemos como que él decide quién se salva y quién se pierde haga lo que haga eso sería injusto. Pero Dios no es injusto: es misericordioso, y quiere que todos se salven. Ahí tenemos, si no, la parábola de los obreros de la viña (Mt 20, 1-16) en la que Jesús proclama su postura en cuanto a la salvación: no se salvan los que más trabajan, ni los más fuertes, ni siquiera los más buenos. Se salvan todos, porque a todos ofrece la salvación. Pero ojo: eso no quiere decir que Jesús salve sin condiciones, hay una condición, y muy importante: hay que creer en él. Hay que creer que él es Dios, hay que confiar en su mensaje de amor y vivirlo. Claro que sí, porque si su mensaje de amor no tuviera sentido, su muerte hubiera sido en vano. Pero la salvación es para todos, y no hay que estar celosos de que perdona a todo el mundo, él es Dios y sabe lo que hace. Y digo lo de que a veces parece que estamos celosos porque Dios perdona a todo el mundo con causa porque ¿acaso no nos hemos sentido identificados en la parábola de la viña con los renteros que, después de haber estado todo el día trabajando, reciben lo mismo que los que llegan ya a última hora y, no solo no hacen nada, sino que además les pagan antes? ¿Qué justicia es esa? ¿O acaso no nos hemos sentido ofendidos, como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, que no solamente no recibe ninguna recompensa por ser bueno, sino que encima cuando llega su hermano juerguista, malgastador y egoísta, su padre no solo le perdona, sino que además le prepara una fiesta? En efecto, es entonces cuando nos olvidamos de que lo más esencial y difícil de entender de Dios es que es justo, pero que también es misericordioso, y que siempre va a estar de parte del débil. Lo dice más adelante, en el mismo capítulo de Romanos 9, 14-16: es Dios el que usa de misericordia con quien quiere, no depende de ti. Y ese fragmento coincide maravillosamente con el final de la parábola de los jornaleros. Cuando los que han estado trabajando todo el día vienen a quejarse, el amo les dice algo así como (cito libremente): “No tienes derecho a quejarte ¿Acaso no había acordado contigo esa cantidad por trabajar para mí? Además, con mi dinero hago lo que quiero, ¿o es que estás celoso de mi generosidad?”. Ese es el quid de la cuestión: Dios da su bendición a quien quiere (a todos) y no pide sacrificios: solo pide tu vida. O sea, no te pide nada y te pide todo. Por favor, entiéndelo, tú que estás leyendo esto, y aplícalo a tu vida: sé misericordioso como tu padre celestial es misericordioso.

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