Tomándose la justicia por su mano
De mi propia pluma XVII. Romanos 10; 3
El otro día estuve hablando por whatsapp (maravillas de la técnica) con una persona que me pedía, me suplicaba desesperadamente que la ayudara a encontrar una salida, una estrategia para poder salir de un problema. Yo la ayudé, porque no es la primera vez que yo también me he encontrado en el fondo del pozo, solo y sin ayuda en los momentos difíciles. Le dije que, cuando se viese sola, abandonada, sobrecargada de problemas y no entendiese por qué todo le tenía que suceder a ella y además en el mismo momento, se repitiese unas simples palabras de ánimo. Esas palabras son: “Dios es bueno siempre”. Porque puede que no sepamos qué quiere Dios con el sufrimiento, pero lo cierto es que Dios no quiere que nosotros ni nadie sufra, porque Dios es bueno. Lo que quería decirle a esa persona era que tenía que aferrarse a Dios y tener esperanza.
Muchas veces pedimos consejo, como esta persona hacía conmigo, y creemos que las cosas irían mejor si cambiáramos el modo de hacer las cosas, si nos esforzáramos por ser más ordenados, más tranquilos, más felices, más buenos… el problema es que eso no se consigue solo con la repetición de unas estrategias, porque hay problemas que ya forman parte de nosotros. Lo mismo pasa con Dios.
En efecto, pedimos que Dios nos ilumine, que nos diga cómo tenemos que comportarnos. Cuando los pecadores acudían a Juan el Bautista para cambiar de vida lo primero que preguntaban era qué tenían que hacer. Así había sido siempre en Israel. Llegaba un profeta, denunciaba lo que estaba fallando y proclamaba unas nuevas leyes de parte de Dios (que siempre eran las mismas) para volverse a él y que fueran perdonados. La historia de Israel, nos dice Pablo en este fragmento, es un continuo viaje de ida hacia Dios, un continuo intento de emular la torre de Babel para llegar a Dios como si pudiéramos llegar por nuestras propias fuerzas. Pero eso no es cierto, es una farsa la idea de que podemos ser buenos por nuestra fuerza de voluntad. No hay ni un solo pelo que se caiga de nuestra cabeza que no lo conozca Dios. Todas nuestras fuerzas son sus fuerzas, porque nos las ha dado él, todos nuestros esfuerzos por llegar a él tendrán éxito si él quiere.
¿Quiere esto decir, como dice Pablo, que no debemos esforzarnos? De ninguna manera, lo que pasa es que debemos realizar el esfuerzo correcto. Durante siglos los judíos se aferraron a la Ley como único modo de llegar a Dios. Era una ley y unas normas justas, el problema no estaba en la Ley, sino en la actitud de los judíos respecto a ella. Era tanto su orgullo por ella que odiaban a todo aquel que no la seguía, y se sentían superiores ante los que no llegaban a cumplirla en su totalidad. Por ese motivo, lo que tenía que ser un instrumento para extender la bondad fue usado para atacar a los pecadores y apartarles de la salvación. Y todo porque los judíos buscaban su justicia, no la justicia de Dios.
Es curioso que, teniendo delante de sus ojos la Ley de Dios, no llegaran a conocerle, a entender qué quería. Sí es cierto que lo conocieron algunos, pero en general la gente veía a Dios como un personaje alejado de sus vidas. Y todo por la manía que tenemos los humanos de buscar normas, caminos claros para evitar no hacer algo que nos conlleve un castigo. Antonio Machado lo expresa muy bien en muchos poemas, en uno de ellos dice:
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más.
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
Es decir: no hay leyes que te salven de la imperfección. Tú eres responsable de tu vida. Tienes que saber qué es lo que está bien y lo que está mal. Y eso solo te lo puede decir, añado yo, tu relación con Dios. En otro poema Machado habla de la verdad:
¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
¿Qué es la verdad? Preguntó Pilato a Jesús en el Pretorio, tal vez sin darse cuenta que estaba ante ella en la persona de Jesús. ¿Qué es la verdad? Repite Machado, y también nosotros, pobres desesperados y ciegos en un mundo que apenas entendemos. Desde luego, Jesús enseña que la verdad no está en unas leyes que, por muy justas que sean y muy “de Dios” que se digan nos esclavizan, porque la verdad, como el propio Jesús dijo, da libertad. La verdad tiene más que ver con algo que viene de Dios, y no con algo con lo que esclavizamos a todos nuestros hermanos. Por eso recuerda, tú que lees esto: no te enorgullezcas de ser bueno, porque solo hay uno bueno, y ante cualquier duda respecto a lo que tienes que hacer ora, enciérrate tú con Dios y él te dará las respuestas que pide tu corazón. Pondrá en tu corazón una nueva ley escrita sobre él, y te ayudará a conducirte conforme a su voluntad. Que así sea.
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