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Viaje a Israel (11-08-2009): Tiberias-alrededor del Mar de Galilea y los altos del Golán-Tiberias

1-Viaje en barca por el mar de Galilea y pesca nada milagrosa: Al día siguiente a nuestra llegada a Tiberíades estaba previsto que el grupo realizara una travesía por barco, cruzando el mar de Galilea y rememorando la pesca milagrosa. El barco estaba capitaneado por un judío mesiánico que también graba CD-s con música cristiana. Las letras las traduce él al hebreo. El tiempo era maravilloso y nos hicimos muchas fotos, cantamos en el barco junto con el judío mesiánico, que tenía muy bien preparado una especie de karaoke con la canción Cuán grande es él. Tiberíades y sus edificios modernos nos hacían pensar en la costa de un verdadero mar, en playa y en vacaciones. Yo, ahora que estoy en casa, me pregunto si ese judío mesiánico tan majo que capitaneaba el barco con una bandera desplegada y un cartel de “Worship boats LTD” (Barcos de adoración, S.A.) no usaría su embarcación por las noches como uno de esos barcos-discoteca que habíamos visto durante nuestro paseo la noche anterior. Bueno, no hay por qué pensar mal, la idea me resulta graciosa, pero nada más. Además ¿qué tendría de malo? Jesús vivió todo su ministerio en Cafarnaún y a orillas del lago tras ser expulsado de su pueblo por sus paisanos el día en que les acusó de falta de fe. Un día, en ese mismo lago en el que vivía y predicaba, sucedió un hecho extraordinario. Tras una jornada de trabajo muy mala para Pedro y sus hombres, en la cual no habían pescado nada, Jesús les manda que vuelvan a echar la red, que lo vuelvan a intentar. Los hombres obedecen a Jesús por el respeto que le tenían, aunque no confían en capturar nada. Sorprendentemente, tras lanzar la red como Jesús le había dicho, Pedro consigue tantas presas que debe pedir ayuda a los otros barcos. Quizá es esta la lección que debemos aprender de este milagro: que sin los demás, sin la Iglesia, no podemos hacer gran cosa, que Dios nos ha constituido Iglesia para que estemos juntos, y que no hagamos la guerra por separado. Al leer la Biblia este tipo de lecciones a veces se pierden entre tanto elemento milagroso, pero no debemos perder de vista que Jesús hacía milagros para que creyéramos y para que aprendiéramos quién era Dios. El judío mesiánico nos enseñó cómo se echaban las redes en un barco. Al final puso a la venta sus CD-s, que se abrían al revés que los nuestros, como buenos CD-s hebreos. Desde el lago se ven los altos del Golán a lo lejos, tras los cuales está quizá la amenaza más grande para Israel hoy en día: Irán. La zona del lago es fructífera y verde, por ello también es lugar de conflictos con Siria, que anhela una parte de la costa. 2- La vieja barca encallada: Desembarcamos al otro lado en un Kibbutz, despidiéndonos de nuestro capitán cantante. El embarcadero que pisamos al otro lado del mar posee unas piedras labradas hechas recientemente (no son nada arqueológico, aunque lo parecen) y colocadas ahí para adornar la pasarela de madera. También vemos unas columnas decorativas a manera de “tótems” que te hacen dudar si estás en Israel o en otro continente. El Kibbutz conserva dentro de una sala-museo lo que llaman “la vieja barca”. En efecto, se trata de una barca encontrada en el fondo del mar que es de la época de Jesús y que apareció un año en que por la falta de agua quedó al descubierto el fondo lleno de lodos. Los arqueólogos lograron sacar la barca e inyectándole una resina reconstruyeron más o menos el aspecto que tenía. Se conserva dentro de un edificio grande y acristalado del Kibbutz. Nosotros, sin embargo, pasamos de largo por el Kibbutz y continuamos. Gideon nos esperaba no lejos de ahí convenientemente aparcado. 3- Cafarnaum y la casa de Pedro. Tras las huellas de Jesús otra vez: A continuación Gideon nos llevó hasta Cafarnaum. Tras una verja que rodea todo el recinto arqueológico, entramos en la ciudad donde vivían Pedro y los primeros discípulos. A la entrada hay una estatua de Pedro con sus inseparables llaves, y luego, más adelante, restos arqueológicos. Había unas piedras que pertenecían a la sinagoga. Eran ya del siglo V y por lo tanto posteriores a la estancia de Jesús ahí e incluso a la destrucción del templo, y sus decoraciones eran interesantes. En una de ellas aparecía la estrella de David. En Cafarnaum aparece la estrella de David por primera vez vinculada a la sinagoga. Hoy en día todos la identifican con el judaísmo o con Israel, pero como vemos es en realidad un símbolo relativamente reciente y, aunque resulte paradójico, en los tiempos del rey David no se conocía. También aparecen en esas piedras elementos naturales. La naturaleza para los judíos tiene una importancia esencial, pues era un pueblo agrícola. Hay una serie de plantas sagradas: el higo, la granada, la vid, el olivo y el trigo, entre otras, porque no necesitan riego y, por lo tanto, son un regalo de Dios. Por eso, algunas de esas plantas aparecen grabadas en las piedras de Cafarnaum. También hay otra piedra en la que se ve la representación del templo con ruedas. En tiempos de Jesús había dos corrientes fundamentales de judaísmo: la representada por los saduceos y la de los fariseos. Estas dos corrientes constituían dos formas de entender la Biblia del momento. Los saduceos entendían que la Biblia había de ser leída y entendida literalmente. Los fariseos, en cambio, eran partidarios de interpretarla. Tras la destrucción del templo sólo los fariseos subsistieron y de ahí salen todas las ramas judaicas del momento. Ellos entendieron que el culto del templo y todo lo que en la Biblia se especificaba que debía hacerse para servir a Dios no era lo importante. Si el templo se había destruido eso no era el final del pueblo judío, pues allá donde fuesen el templo seguiría existiendo. “El templo somos nosotros”, decían, “nosotros lo llevamos encima”. Es por eso que se supone que esta figura del templo con ruedas es posterior a su destrucción. En efecto, ¿qué mejor manera para expresar la idea de la diáspora? Junto a la sinagoga está la casa de Pedro. Se trata de una construcción cuadrada encerrada en sucesivas ampliaciones de planta octogonal. Todo indica que es la casa de Pedro, porque ahí se reunían los primeros cristianos, que con el tiempo la fueron ampliando a medida que eran más y más. Es curioso cómo los cristianos primitivos conocían el valor de los números, como buenos judíos. Cuatro simboliza la tierra. El octógono es el cuadrado que quiere convertirse en círculo, que es la perfección total. Si sobre ese octógono colocamos una cúpula tendremos una imagen de cómo eran las primitivas iglesias cristianas. Sobre la casa de Pedro se ha construido una moderna iglesia sustentada sobre pilares que respeta la casa del pescador. Los arqueólogos encontraron en 1968 lo que consideran la casa de Pedro, se trata de un conjunto de dos plantas cuyos habitáculos estaban organizados en torno a un patio central, que los comunicaba. También las habitaciones del segundo piso tenían salida al patio por medio de escaleras. Más que de una casa, se trataba de una comunidad de vecinos, uno de los cuales era Pedro y su familia. A la casa se la conoce como la ínsula (o isla) sagrada, no porque esté en el mar o cerca de él, sino porque así es como se llamaban en latín dichos edificios de más de un vecino. La casa tenía un patio delante, donde sin duda se agolpó la gente para ser sanada el día en que unos hombres tuvieron que izar a un paralítico para meterlo por el tejado. La iglesia bizantina octogonal construida sobre ella se hizo tomando como centro una de sus habitaciones, todo lo cual hace pensar que era la habitación donde vivía Jesús durante su estancia en Cafarnaum. A medida que la iglesia se hacía más grande en miembros y éstos no cabían se fue ampliando y ampliando, siempre manteniendo su planta octogonal, todo lo cual ha quedado al descubierto en las excavaciones. El conjunto recuerda a un árbol cortado en cuya sección se ven sucesivas capas de anillos, que son las ampliaciones de la iglesia. Las ruinas de la casa de Pedro y de la posterior iglesia bizantina todavía se pueden ver, pues la moderna iglesia que se ha construido encima respeta los restos que hay abajo, ya que se sostiene sobre ellos por medio de unos curiosos arbotantes sin dañarlos. En el suelo de la iglesia moderna hay, además, un cristal que permite observar la habitación de Jesús y las posteriores ampliaciones.

“La estancia sólo tenía una puerta, parcialmente conservada en el lado norte, junto al ángulo noroeste; comunicaba con un gran patio a cielo abierto, en forma de L, que abarcaba un espacio de cerca de 84 metros cuadrados. Como dicho patio, provisto de una escalinata y de un hogar de tierra refractaria, comunicaba no sólo con la tradicional casa de San Pedro sino también con otras estancias techadas, se puede pensar que compartían el uso del patio más de una familia.

Al este, una puerta, con umbral bien conservado, comunicaba el patio con la calle principal que bordeaba la casa de San Pedro. Había un espacio libre entre la amplia calle y la puerta del patio. Las excavaciones han rastreado otras estructuras murales en la parte sur de la misma isla. También ahí los patios al aire libre constituían el punto central de algunas pequeñas estancias techadas. No existen más viviendas entre la isla sagrada y la orilla del lago, que en tiempo de Jesús estaba mucho más cerca de la tradicional casa de Pedro.”

Para más información podéis acudir a la siguiente dirección:

198.62.75.1/www1/ofm/sites/TScpIntr_Es.html

Por las ruinas de las casas y edificios de Cafarnaum se ve que éste era un pueblo próspero. Los edificios tenían muros sólidos. Cafarnaum era puerto, no sólo por dar al mar, sino porque por ella pasaban muchas rutas comerciales. Se ve por la distribución de los huecos que la gente solía vivir en comunidad, pues las casas daban a patios de vecindad en donde sin duda se desarrollaría el día a día, como sucedía en la casa de Pedro. Las edificios, eso sí, no parecían muy grandes. Jesús elige esta ciudad porque en ella todavía queda un núcleo judío culturalmente importante. En otras, como la vecina Betsaida, la romanización es ya muy fuerte. Esta última incluso tiene un templo dedicado a Lidia. Casi parece que Jesús intuye el avance del paganismo y por eso va a Cafarnaum, a salvar a esa gente judía que se opone a la nueva cultura. Y llegamos a la sinagoga de Cafarnaum. Hoy en día se han restaurado las columnas interiores. A un lado hay una grada en la que los hombres se sentaban. Los que estamos acostumbrados a las iglesias cristianas actuales nos sorprenderíamos si pudiéramos ver cómo era el día a día de una sinagoga. En ella no reinaba el silencio debido en los centros sagrados. En la sinagoga se discutía a gritos, se lanzaban opiniones diversas sobre temas diversos y se cerraban negocios. Era un centro social. En ese ambiente, Jesús enseñaba. Y la gente no era ignorante, si algo caracterizaba al pueblo judío era su cultura, ya que sabían leer y escribir. Pero eso los hacía orgullosos. Por eso, Jesús tuvo que discutir con su audiencia. Así, en Juan 6, 26- 59, Jesús habla de que él es el pan vivo y que deben comer su carne y beber su sangre, y no acaban de creerlo y lo discuten, porque son un pueblo orgulloso que recuerda que Dios les alimentó en el desierto, y no conciben nada mayor. Es más, a partir de ese momento muchos de sus discípulos le abandonan. Visto el alcance de la crisis, Jesús se encaró con los doce y les preguntó si también ellos querían irse. Es entonces cuando Pedro dijo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” En Cafarnaum también se puede ver una de esas piedras de molino con las que nos “aconseja” Jesús que nos tiremos de cabeza al mar, caso de escandalizar a uno de los pequeños, y una prensa de aceite. Por si acaso quedaban dudas de que la piedra de molino era grande me puse yo enfrente en una foto. A continuación nos dirigimos al autobús. El calor es insoportable. Una ligera calima que flota sobre el agua hace que la otra orilla se diluya, haciendo que el parecido del lago Tiberíades con un mar de verdad sea mayor que nunca. Es lógico que la gente de esa época lo llamara “mar”. Todavía hoy nos cuesta concebirlo como “lago”. 4- La multiplicación de los panes y los peces: Llegamos a la iglesia de la multiplicación, en Tabgha. Situada entre Cafarnaum y Tiberiades, en el lado occidental del lago. Damián nos explica la importancia del olivo. El aceite era importante en la antigüedad porque a través de él se conseguía luz. Es por eso que se establece una triple relación: el aceite es luz, y la luz simboliza la verdad. Por ejemplo, los reyes de Israel no se caracterizaban sobre todo por llevar corona, sino por estar ungidos en aceite por un profeta o enviado de Dios. Al propio Mesías se le llama “El Ungido”. Damián también nos explica por qué celebramos la noche del nacimiento de Jesús el día 24 de diciembre. En primer lugar, hay que saber que en época de Jesús no se festejaban los cumpleaños. Eso dificulta la investigación para saber en qué mes y día nació realmente. El que fue encargado de calcularlo, Dionisio, se basó en primer lugar en la tradición romana, que era la que tenía más a mano. Por una parte pensó que podía tomar el equinoccio de la primavera como fecha para el nacimiento de Cristo, pues ese momento simbolizaba la victoria de la luz sobre la oscuridad, dado que a partir de ese momento los días ya no menguan. Pero luego se fijó en que entre los judíos existe la tradición de prensar el aceite en diciembre. Es la fiesta del ungido o “Banuká”. Escogió esta fecha por su significación de aceite = luz = verdad. Y llegamos por fin a Tabgha. Se escogió éste lugar como el más probable escenario de la multiplicación de los panes y los peces y se construyó una iglesia. A la entrada se encuentra una pila bautismal con capacidad para cuatro personas, lo cual nos recuerda que los antiguos cristianos se bautizaban adultos. La razón por la cual se construyó la iglesia de la multiplicación aquí fue porque se encontraron unos mosaicos (que todavía se conservan en el suelo de la iglesia) en los que aparecían cuatro panes y dos peces. Algunos explican la falta de un pan en la cesta (en realidad el evangelio nos dice que el número de panes de la multiplicación era cinco) de manera muy ingeniosa: el quinto pan es Jesús. Todo eso sería muy bonito de no ser porque los mosaicos no son cristianos. El autor era egipcio, ya que aparece un kilómetro, una torre para medir el nivel de agua del Nilo, como firma suya. Es posible, por tanto, que la localización de la iglesia como lugar en donde el milagro se produjo no sea la exacta. Entramos en el edificio de la iglesia. Delante hay un claustro y dentro del claustro un estanque con plantas de agua y peces de colores. Al fondo del patio se abre una sencilla iglesia, pequeña, vacía, sin bancos, para admirar mejor los mosaicos, que están además protegidos con cordones. Debajo del altar, la representación de los dos peces, uno a cada lado de una cesta con cuatro panes. También aquí hacemos una pequeña reflexión. Como punto de partida nos planteamos una pregunta: ¿Por qué Jesús hacía milagros? Obviamente no era para entretener a su público. Ni para divertirse. De hecho en este milagro de la multiplicación (como en otros muchos) Jesús sufre, porque siente compasión. Algunos responderán: “Jesús hacía milagros para dar una señal de quién era él”. Pero en este caso, tampoco es esa su intención. De hecho, aquí hace un milagro por necesidad, porque ve a la gente en ese despoblado y siente compasión. Es evidente que el lugar no era un desierto, tal y como lo imaginamos por la influencia de las películas: un lugar seco y lleno de arena. Sólo hay que recordar que estamos a orillas del mar de Galilea, un lugar verde y apropiado para los cultivos. El término que usa la Biblia para describir el lugar es “despoblado”, es decir, que era un sitio en el que los que seguíann a Jesús no podían ir a comprar comida ni encontrar refugio para la noche. Entonces les dice a sus discípulos que, en lugar de despedirlos a sus casas, les den de comer ellos. Lo milagroso es que, con lo poco que tienen, todos comen. Sin duda Jesús habló de alguna enseñanza mientras comían, pero no se ha conservado, aparentemente. Pero con ese milagro sí les enseñó algo importante, les enseñó a compartir. 5- Pedro, ¿me amas? A continuación llegamos al lugar donde Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar y habló con Pedro. El relato está en Jn 21, 1-22. En él se dice que, estando siete de los discípulos de Jesús pescando, y tras haber pasado toda la noche sin atrapar nada en el mar, Jesús se les apareció en la orilla, aunque ellos no lo reconocieron. Él les preguntó si habían pescado algo. Quién sabe lo que pensarían sobre ese hombre que así les interrogaba. Entonces él les dijo que echaran la red a la parte derecha de la barca y que encontrarían peces, y así fue. Eran tantos peces que no podían sacarla. El discípulo amado por Jesús, que todos identifican con Juan, fue el primero en darse cuenta de quién era el hombre que les había ayudado en esa pesca milagrosa. Entonces Pedro se puso sus ropas exteriores, pues estaba desnudo, y se echó al agua. Curiosa reacción la de Pedro, pues se echa al agua vestido cuando antes estaba desnudo. No me cabe duda que lo hizo por amor a Jesús. Y eso se muestra en la impaciencia por llegar a la orilla, pues podía haber esperado a que el barco llegara. Los demás navegaron con la barca hasta tocar tierra. Cuando llegaron, Jesús les tenía preparado un pez hecho en unas brasas. Mientras comen nadie le dice “¿Tú quién eres?” Saben quién es. Y luego viene la conversación entre Pedro y Jesús. Jesús le pregunta tres veces a Pedro si le ama. Él le responde tres veces que le quiere. Es importante saber que la Biblia establece una diferencia entre el verbo que usa Jesús para preguntar y el que usa Pedro para responder. Jesús pregunta si Pedro le ama, eso significa un amor grande, de entrega. Pedro le responde con un verbo que indica un amor no tan sacrificado, porque sabe que él en la última cena le dijo que no le abandonaría, pero después le negó tres veces. Esas tres negaciones están reflejadas en las tres interrogaciones repetidas que Jesús le hace a Pedro a la orilla del mar. Por eso al final Pedro se entristece y le dice a Jesús que ya sabe que le ama, porque él lo sabe todo. Es, en cierto modo, como decirle: “¿Por qué me atormentas preguntándome si te amo? Sabes que no puedo corresponder a tu amor más que un poquito, pues tú eres Dios y tu amor es infinito. Ya me has demostrado que no puedo llegar a amarte de igual modo, entonces, ¿por qué me atormentas con tus preguntas?”. Ahí Jesús le ordena, también por tres veces, que apaciente sus ovejas. Al igual que Moisés tuvo que sufrir una cura de humildad para apacentar al pueblo de Israel, Pedro tuvo que pasar por la humillación de comerse sus impulsivas palabras para entender qué significaba seguir a Jesús y qué le estaba pidiendo éste. Le estaba pidiendo que fuera como él, que siguiera su camino y sirviera a los demás. De hecho, a continuación Jesús le dice a Pedro: “Sígueme”. No es un “sígueme” que indica una acción física, sino espiritual: “Sigue mis pasos, sé igual que yo en tu vida”. ¿Que el lugar en el que sucedió esta conversación no fue ese? ¡Quién sabe! Ése se escogió porque la tradición así lo indicó, porque hubo alguien con la suficiente autoridad, bien porque fue discípulo de Jesús, bien por su influencia entre los primeros cristianos, que así lo declaró. Por eso ahora hay una iglesia y una estatua de Jesús y Pedro. Damián nos invita a que nos fijemos en lo que hay en la arena, dentro del mar. Cuando entramos en sus tibias aguas nos damos cuenta de que hay una gran cantidad de conchas. Se nota que el mar de Galilea está muy vivo. A continuación, comenzamos a cogerlas. A nuestro lado hay dos muchachas que estaban antes que nosotros entráramos bañándose en el mar. Nos sorprende ver que lo hacen vestidas. Tal vez sean musulmanas. Algunos cogen piedras, como recuerdo del lugar, el cual, presidido por una iglesia de estilo medieval en honor a Jesús y Pedro, parece sacado de una leyenda artúrica. El momento es muy bueno, pero había llegado la hora de continuar viaje en autobús. Por el camino pasamos por Magdala. Al pasar por ella Damián, siempre atento a contarnos las cosas de manera entretenida, nos explica quién era María de la Torre. María de la Torre sería el nombre de María Magdalena si lo tuviéramos que castellanizar completamente. 6- ¡Qué suerte tenéis vosotros, los pobres!: Pasamos por el monte de las bienaventuranzas, el mismo monte donde Jesús realizó su gran sermón. En él se ha edificado una iglesia. Al lado, con un calor tórrido y un viento que secaba la boca, Roberto Velert, el pastor, nos habla de las bienaventuranzas. El lugar es sorprendente, porque está sobre una ladera. Jesús debió escogerlo como un auditorio natural, ya que el público desde abajo podía verle y escucharle sentado tranquilamente. Y es que Mt 5, 6 y 7 constituyen el discurso programático de Jesús. Es lógico que buscara un lugar adecuado para transmitir las ideas revolucionarias que iba a proclamar. Jesús empieza con lo más importante: las bienaventuranzas, es decir: ¿qué es lo necesario para ser feliz? En primer lugar, para ser feliz no debes estar entristecido por tu pasado, debes estar satisfecho con quién eres ahora y debes tener confianza en el futuro. Pues bien: esa misma es la traducción de la palabra que usa Jesús: Macarios. Es una palabra que sin duda sorprende a su auditorio, que el evangelio nos presenta conformado por “turbas de gente”: por enfermos, lunáticos, endemoniados, a los que él había curado. Era un pueblo oprimido, pero él les dices: “¡Felices vosotros porque no tenéis ya cargas del pasado, porque cada uno de vosotros ahora no estará solo, y porque Dios va a estar con vosotros en el futuro!” Pero Jesús les sigue sorprendiendo y proclama: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos” (Mt 5, 2). Esto va en contra frontalmente de lo que dice el mundo, que parece proclamar: “¡Bienaventurados los ricos!” ¿Quién tiene, entonces, razón? En primer lugar, hay que considerar que cuando Jesús dice “pobres de espíritu” no se refiere a gente apocada ni falta de dinero. Se refiere a gente que se da cuenta de la necesidad que tiene de Dios. Esos que sí que son felices, pues Dios se les va a dar por completo, y les va a llenar. Aquellos que no reconocen su necesidad de Dios, los que creen que las cosas les pueden llenar, esos sí que son desgraciados. El principio de la dicha es reconocerse necesitado de Dios. Más adelante Jesús lanza una contundente bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Hay tres maneras de “ver”: Se puede tener una visión física (por los ojos), para nosotros es la más evidente. Se puede ver por el oído. De hecho, cuando nos explican algo que no entendíamos y al final comprendemos decimos: “¡Ahora lo veo!”. Por último, vemos con el corazón, que es el modo de ver a Dios. Es por eso que los que tenemos suciedad en el corazón debemos limpiarlo, para que podamos verlo. Los griegos tenían un término para expresar ese tipo de “visión”: catarsis. De hecho, contemplar tragedias griegas provocaba en ellos una catarsis, un choque en el corazón muy potente, porque de repente veían la realidad con total claridad, con la claridad que sólo da el corazón. 7- Los altos del Golam Llegó la hora de la comida. En ella los que quisimos tuvimos la oportunidad de probar el “pez de San Pedro”. Se trata de un pez que la tradición dice que es el mismo que Pedro pescó por mandato de Jesús, y en el que encontró una moneda para pagar el tributo. En la comida nos sirvieron, como siempre, pan de pita y diversos platitos con cosas para meter dentro de él. Los judíos comen muchas verduras y salsas, algunas de ellas picantes, que meten dentro del pan. Quizá lo que menos me gusta es una especie de puré hecho de garbanzos. Dentro del pan sabe bueno, pero fuera resulta muy pesado. También tuvimos oportunidad de probar la Macabee Beer, sin duda así llamada en honor a la familia de los Macabeos, los últimos luchadores contra el poder helenista. También hoy en día hay un equipo de baloncesto, el Macabee de Tel Aviv. Tras la comida fuimos por una carretera que corre paralela a los altos del Golam. Los altos del Golam son territorio arrebatado a Siria en la guerra de los seis días. Se trata de lugares muy codiciados por ambos países, porque en los costados de los montes hay manantiales que bajan por la ladera y crean verdaderos vergeles. Son, de hecho, las fuentes del Jordán, y el que tiene las fuentes tiene el agua y su control. Vemos de lejos el monte Hermon, desde donde a Abrahán le fue dada palabra de que toda la tierra le pertenecería. Si nos subiéramos a ese monte, veríamos desde Arabia a Egipto, lo cual es como el 38% de lo que realmente ocupa Israel. En las cumbres de los altos, según nos señala Damián, hay una cadena de volcanes que de vez en cuando se activa. Él nos dice que la solución que ve más factible es pasar la frontera por dichos volcanes, pero añade que los árabes son orgullosos y no aceptarían fácilmente un acuerdo de paz. Llegamos a Banias, uno de esos parques naturales bañados por el río Jordán. Al llegar ahí y ver ese arroyo puro y cristalino que refleja el verdor de una naturaleza exuberante no puedo evitar pensar en lo que dijo Isaías y que a veces cantamos en nuestra iglesia: He aquí, yo haré algo nuevo. Pronto saldrá a la luz ¿no lo conoceréis? Abriré otra vez ríos en la soledad, sendas en el desierto. Algo nuevo haré. Y es que Banias realmente parece un sitio que, en medio de un sequedal, de repente aparece como surgido de la nada, con ese arroyo de agua gélidas. Seguimos el curso del río, pasamos por un puente romano al cual la naturaleza prácticamente lo ha vuelto un puente natural, pues las raíces de los árboles y la acción del agua han diluido en gran medida todas las huellas que hacían de él una obra humana, y llegamos a un antiguo molino de agua. Ahí, una familia ortodoxa estaba pasando la tarde, pero pronto nos hicimos hueco. Ahí estuvimos un momento mientras Roberto nos aleccionaba con una charla, luego nos volvimos. Damián nos dijo que en los alrededores, cerca de donde estaba el autobús, había dos templos paganos, uno de ellos dedicado a no sé qué deidad romana, puede que fuera a un emperador, y el otro dedicado al dios Pan. Como había tiempo decidí acercarme al templo del dios Pan. Se trata de una divinidad de origen asiático con patas de cabra y que toca la flauta, es alegre y vive en los bosques. El hecho de que se encuentre aquí un templo dedicado a ese dios demuestra que los antiguos israelitas eran politeístas. El templo en realidad es un conjunto de ruinas situado en un una pared del la garganta que forma el arroyo Banias. En la pared hay varias hornacinas preparadas para albergar las imágenes de los dioses que aquí se adoraban. Por su aspecto y por estar excavadas en roca a mí me recordaron enseguida a Petra. Las hornacinas me recordaron también las de los santos de las iglesias y catedrales católicas. Nuevamente pasado y presente se juntan. Nihil novum sub sole (nada nuevo bajo el sol). Hice unas fotos apresuradamente, pues no quería perderme del grupo, y salí corriendo. El complejo parecía extenderse más allá del muro donde estaban las hornacinas, había pasarelas de madera para visitarlo, pero yo no tenía tiempo que perder, así que salí corriendo a reincorporarme al grupo sintiéndome como un pequeño héroe que había visto lo que otros no vieron. Seguimos nuestro viaje y de vez en cuando nos encontramos con el Jordán. En algunos tramos incluso se ve gente bajándolo en piragua. El río Jordán nutre el mar de Galilea, que riega gran parte de la zona norte de Israel. Si tuviéramos que comparar ambos mares, el de Galilea, de agua dulce, y el Muerto, de agua salada, diríamos que son como dos ojos. El primero simboliza vida (la leche y miel de Dios para su pueblo). Es el ojo piadoso de Dios. El segundo, sin embargo, es el ojo de la muerte. No en vano ahí sitúa la tradición las ciudades de Sodoma y Gomorra, destruidas por Dios por sus numerosos pecados. El mar muerto invadió la depresión sirio-asiática hace millones de años, y con el tiempo se quedó aislado. Desde hace doscientos millones de años no reparte su agua con ninguna otra parte del mundo. Es un mar realmente muerto. Y es el símbolo de que todo lo que no se da se pierde. Creo que fue allí, en las fuentes del río sagrado, cuando Roberto nos habló de cuando Jesús llegó al Jordán. Él entonces preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Es una pregunta inocente, sin compromiso (bravo por la astucia de Jesús), y por eso los discípulos se animaron a intervenir: “Unos dicen que Elías, otros que uno de los profetas…” Sin embargo, enseguida vino la pregunta comprometida: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro es el único que le respondió, guiado por el Espíritu Santo. Jesús le dijo entonces ese famoso versículo de “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.” Dichas palabras han sido tomadas por los católicos como la declaración del primado de Pedro: es decir, que Jesús le proclama ahí a Pedro como jefe de la Iglesia, pero leídas en su contexto también parecen referirse a que la roca es el propio Jesús, la afirmación de que Jesús es Cristo, es la roca. Otra prueba de que Pedro ni fue ni se sintió Papa en ningún momento es que en sus cartas se declara uno más con los apóstoles. Nos acercamos al Líbano, donde eran famosos los Hashshashin (de ahí la palabra “asesino”), una secta ismaelita de crueles soldados adictos a la droga, que usaban para que les diera ánimo en el combate. Llegamos a Cesarea de Filipo. Hoy en día es un parque natural, aunque desde la guerra de los seis días está minado. Por ello la ciudad de Filipo continúa enterrada. En ese lugar todavía se conservan esqueletos de camiones abandonados y un mausoleo en lo alto de un monte en honor de las vidas de los soldados judíos que se perdieron para conquistarlo. Todo sigue rodeado de carteles que advierten del peligro de minas. Eso me dio que pensar. ¿Cómo es posible que el pueblo judío, amante de la paz, hasta el punto que en su saludo está esa palabra, se haya visto envuelto en tantas guerras? Su historia está llena de muerte y sufrimiento, deportaciones e intentos de aniquilación. El más famoso quizá ha sido el holocausto nazi, pero no ha sido el único. Además, en los últimos tiempos los judíos también se han visto en guerras, como la de los seis días, cuyos restos veíamos en los machacados altos del Golán. ¿Dónde está la paz tan ansiada por ellos? Y sin embargo, en su trato, al menos en el caso de la gente con la que pudimos contactar era una gente amable y hospitalaria. ¿Cómo…entenderlo?

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