Celebración eucarística: Domingos a las 11:00h - ¿cómo llegar?

Viaje a Israel (12-08-2009): Tiberias-Mar Muerto-Eilat

  1. El bautismo de Lorenzo:

Salimos de Tiberíades río abajo siguiendo el cauce del Jordán, al lugar donde suelen realizarse bautismos. Nuestro propósito es celebrar el de Lorenzo. Se trata de un hombre mayor, de unos ochenta años, que viene acompañado de su sobrino Rubén. Él es bautista y por eso cree que el bautismo hay que realizarlo de adultos, así que como todavía no se ha bautizado como tal, vamos a hacerlo en aguas del Jordán. ¿Qué mejor sitio que éste? Llegamos al lugar. A la entrada y también por dentro del recinto hay escrito en diferentes idiomas el texto del bautismo de Jesús en el Jordán que aparece en el evangelio de Marcos. Curiosamente, en las paredes de la entrada y en una del interior hay dos versiones repetidas de dicho texto: una en castellano y otra en español, aunque están puestas como si se tratara de dos versiones distintas en dos lenguas distintas. También hay una versión rumana. Sabemos que el bautismo de Jesús no fue aquí, que probablemente sería en el desierto, como viene señalado en la Biblia, pero éste es un bonito lugar, fresco y rodeado de una hermosa vegetación. El lugar está perfectamente habilitado, tiene varios espacios para realizar los bautismos, cada uno con un pequeño estanque de forma semicircular, como si fuera la escena de un teatro griego, sólo que inundada de agua hasta cubrir los tobillos. El parecido con un teatro griego se afianza por el hecho de que el estanque está rodeado de gradas para los espectadores. El que va a recibir el bautismo se mete en dicho espacio con agua. Hay un camino marcado con barreras en zigzag que parte del estanque y se adentra en el río. A medida que el que va a bautizarse avanza por el camino el agua cubre más, hasta que se llega al lugar más profundo, donde se puede sumergir. A mí ese camino con barreras en el agua me recuerda las colas de los aeropuertos antes de facturar las maletas. Mientras esperamos a que vengan Lorenzo, Roberto y Rubén para llevar a cabo la ceremonia, permanecemos sentados en las gradas de esa especie de teatro acuático, hacemos fotos y nos reímos mucho. Llega el momento del bautismo. Roberto Velert dice una breve reflexión y a continuación él, acompañado por Rubén, sobrino de Lorenzo, y éste último, se adentran en el agua siguiendo el tortuoso camino marcado por las barreras hasta un lugar no muy profundo. A continuación, en un visto y no visto, lo echan hacia atrás sujetándolo por los hombros y lo levantan. La ceremonia ha acabado. Entonamos algunos cantos conocidos por la mayoría y los tres salen del agua. Hay muy pocos curiosos, muchos de los cuales abandonan enseguida el lugar. Pero a nosotros nos da igual que estén o no, el momento es muy bonito para todos y lo estamos disfrutando sin importarnos nada más. Antes de partir, le compramos como regalo a Lorenzo el vídeo de su bautismo. Una cámara de videovigilancia ha estado grabando la ceremonia, que luego se ofrece a la venta en vídeo (en este caso DVD). No me cabe duda de que a Lorenzo le hará mucha ilusión verlo luego, en casa, y recordar ese momento, porque aunque no es mi bautismo yo mismo estoy emocionado, y no soy el único. ¿Qué ha podido significar para Lorenzo llegar a Israel, sumergirse en el mismo río en el que se sumergió Jesús y donde Juan bautizaba, como lo hicieron al principio todos los primeros discípulos? No me lo puedo imaginar, eso ha sidd algo entre Lorenzo y Dios, pero sin duda ha sido un momento especial.

  1. Los trescientos de Gedeón:

Seguimos viaje, pasando cerca de la frontera con Jordania. Por el camino, nos paramos en el arroyo Harad, en el que Gedeón se detuvo a probar quiénes eran aptos para ir a la guerra con él (Jue 7). Gedeón no era más que un agricultor cuando se le apareció el ángel de Dios y le dijo que fuera a liberar a su pueblo de los madianitas. Constituido en caudillo de un ejército, y aconsejado por Dios, decidió quedarse sólo con los mejores. En primer lugar advirtió a los medrosos que no fuesen, y se retiraron veintidós mil y quedaron diez mil. Luego pidió a los que quedaban que fueran al arroyo a beber. Sólo se quedó con los que bebían sin doblar las rodillas, llevándose la mano a la boca, y rechazó a los que se arrodillaban, pues los primeros tenían una postura preparada para entrar en combate rápidamente. Éstos eran solamente trescientos, y con ellos liberó Dios a su pueblo de la amenaza de los madianitas. Nosotros también nos paramos en el lugar. Unos hombres están fumando en el arroyo. Están sentados tranquilamente en sillas bajas de plástico puestas sobre el cauce del río, con lo que no se mojan, sólo sus pies están en el agua, aunque eso parece no molestarles, más bien al contrario. Hacen pasar el humo de sus pipas por unas vasijas sumergidas dentro del agua. Parecen estar disfrutando del momento, del frescor del río y de la conversación distendida. El lugar es agradable y han desplegado una sombrillas para protegerse del sol. Nos observan curiosos. Yo también observo sus exóticas cachimbas (las vasijas por las que hacen pasar el humo) mientras fuman, y me paro a pensar. Dicen que la sensación de recibir el humo aromático pero fresco en los pulmones es muy agradable. No sé, yo no lo he probado. Ni pienso hacerlo. De momento. Recordando el episodio de Gedeón, algunos del grupo beben del arroyo (o hacen como que beben) usando para ello la mano. Resulta muy difícil, porque sólo podemos acceder a una parte del arroyo que baja encajonado por entre piedras muy grandes, y para llegar al agua hay que tumbarse sobre dichas piedras y alargar la mano hacia abajo. Aguas abajo hay una piscina en la que la gente, sobre todo las mujeres, se bañan vestidas, de lo cual deduzco que los que así lo hacen son musulmanes, aunque la bandera que ondeaba es israelí. La realidad política y social del país es más compleja de lo que parece desde fuera, pues como vemos también hay musulmanes viviendo en Israel.

  1. Por el camino del desierto:

Seguimos viaje por un paisaje definitivamente seco y hostil. La tierra prometida no parece el colmo de la abundancia, como se dice en algunos lugares de la Biblia, una tierra que mana “leche y miel”. Sin embargo, también se habla de la dureza del terreno en el libro sagrado. En Deut 7, Dios promete a su pueblo que va a darle la tierra que habitan otras naciones, aunque éstas son más poderosas que él. Es la tierra prometida, Israel. Dios le asegura también que no debe temer, porque aunque los enemigos son más poderosos, él estará con su pueblo, y va a volver a actuar, como hizo en Egipto. También en Deut 11, 10 y ss. (es decir, “y los versículos siguientes”) advierte que la tierra que le va a dar a su pueblo no es como la de Egipto, una tierra fértil. En Egipto estaba el Nilo, que regaba todos los campos y producía abundantes cosechas; en Israel, en cambio, todo depende del ciclo de lluvias. Así, si caen en abundancia, la cosecha es buena; si no, no hay cosecha y se pasa hambre. Pero eso, que en principio es un inconveniente, ha sido el acicate para que el pueblo de Israel sea especialmente resistente a todas las desgracias. En efecto, desde el principio ha tenido que trabajar duramente para conseguir los productos de la tierra, luchando con una naturaleza, que a veces no era (no es) propicia. Todo esto le ha hecho un pueblo fuerte ante la adversidad, y como vemos a lo largo de su historia, ha permitido que sobreviva a muchas desgracias que lo podrían haber aniquilado hace siglos. Seguimos hacia el sur, en busca del golfo de Aqaba y el mar Rojo, acompañados durante el camino por un paisaje desértico, parecido a aquél que vieron los antiguos israelitas cuando llegaron a esta tierra. Pronto vemos la frontera entre Cisjordania y Egitpto. Hay una valla que no es la verdadera frontera, sino que marca la zona de contención entre el Jordán (que es la verdadera frontera) y la propia valla. El Jordán no se ve desde la carretera por donde pasamos, porque está oculto en el fondo de un valle. Vamos a atravesar el territorio que pertenece a la autonomía palestina. En dicha zona hay también asentamientos beduinos. Los beduinos son un pueblo nómada, dedicado al pastoreo. Últimamente, sin embargo, se puede observar un cambio en sus costumbres, pues empiezan a asentarse en poblaciones estables y poseen ya ciertas comodidades en sus viviendas, como por ejemplo antenas parabólicas. El aspecto de las casas, sin embargo, deja todavía bastante que desear. Sigue habiendo personas, sobre todo las de edad avanzada y las muy apegadas a las costumbres, que todavía viven en su jaima, aunque ya lo hacen cerca de las poblaciones en las que está viviendo de manera estable el resto de la familia. Los beduinos son un pueblo singular, pues mantienen costumbres que se remontan a la época de los patriarcas. Por ejemplo, cerca del Mar Rojo todavía existe un anciano beduino que Damián conoce y al que suele visitar en su tienda. El hombre, siempre que Damián llega a su hogar, le ofrece su hospitalidad y algo de beber, cosa que en ellos es ley. Su tienda está dividida en dos partes por medio de un velo. La parte de dentro es la reservada para las mujeres. De esa manera, la mujer puede estar dentro y oír la conversación de los hombres, pero el que está fuera no la ve ni sabe que está ahí a no ser que haga ruido. Parecida distribución tenían las tiendas de los patriarcas del Antiguo Testamento. Eso explica por qué en el episodio de la Biblia en el que se le aparece Dios a Abrahán en la figura de tres ángeles (Gen. 18, 1-15), su esposa Sara sigue toda la conversación, aunque los visitantes no la vean. En un momento determinado, Dios le dice a Abrahán que Sara va a quedar encinta y que dentro de un año será madre. Ella se ríe, pues sabe que es muy mayor, su esposo ha cumplido ya noventa y nueve años y además ella ya no tiene el período. Aunque no está con su marido y los ilustres visitantes, éstos la oyen reírse. Dios le pregunta a Abrahán cómo es que Sara se ríe de esa noticia. Sara interviene por alusiones diciendo que ella no se había reído, pero Dios insiste en que sí lo ha hecho. Esa conversación es posible porque Sara está hablando con ellos desde su parte de la tienda, al otro lado del velo reservado para las mujeres. Para los beduinos la hospitalidad es fundamental. Son personas que viven en el desierto y saben que si no son hospitalarios condenan a muerte a todo aquel al que le nieguen comida y bebida. Pero hay todo un protocolo para acercarse a los hombres del desierto. En primer lugar, hay que acercarse a la tienda de un beduino por el norte y gritar de una manera especial. Si el beduino responde, eso significa que te acepta como huésped y que puedes permanecer tres días y medio con él. Más tiempo significaría que estás abusando de él, y menos tiempo significaría que desprecias su hospitalidad. Nada más entrar también hay una ceremonia de recibimiento. El beduino ofrece al visitante café amargo y té dulce. Es el símbolo de las amarguras y dulzuras de la vida. El desierto es también el lugar en el que acostumbran a vivir los jóvenes de la montaña: se trata de judíos, generalmente jóvenes, que quieren vivir en la misma tierra en que vivieron los profetas. Eso no constituiría un problema de no ser porque esta tierra ahora está en gran parte dentro del territorio de la autonomía palestina, con lo cual la presencia de unos jóvenes judíos fervientes y fanáticos a veces provoca altercados entre ellos y la gente que vive en el desierto. Por lo demás, son personas de aspecto curioso, muchos de ellos llevan siempre una guitarra o una metralleta (o ambas cosas). Los primeros colonos israelíes de finales del XIX se basaron en las profecías de Isaías, que veía el desierto florecido. Por ello, se establecieron en él y empezaron a trabajar duramente, con la intención de sacar cultivos en donde no crecía nada. Lo curioso es que dichos colonos que no eran gente religiosa, sino comunistas, y tenían muy claro que la religión es el opio del pueblo, pero esa máxima de Marx no impidió que toda su educación, que era profundamente judía, aflorara cuando empezaron a crear las primeras granjas y cultivos comunitarios. Tenían en mente que Dios había prometido a sus padres que ese desierto iba a ser para ellos, y que en él habría flores y fruto. Pero no eran unos fanáticos cegados por profecías imposibles de cumplirse. Tenían sentido común, y sabían que si esas promesas habían de llevarse a cabo, sería tras mucho trabajo y esfuerzo. La profecía de Isaías para ellos no era, por tanto, una promesa en la que el que la recibe se queda de brazos cruzados y espera que Dios actúe. No. Al contrario, sabían que si querían conseguir algo en un terreno tan duro tendrían que trabajar de firme, y eso es lo que hicieron. Su esfuerzo no fue en balde, pues tras muchos sacrificios, lágrimas e incluso sangre tenemos como resultado el actual estado de de Israel. Esta es, por tanto, la base social sobre la que luego creció el país: un grupo de soñadores comunistas que quisieron cambiar el mundo, o por lo menos crear un país nuevo. Pero, curiosamente, es precisamente por ese pasado ateo por lo que los judíos ortodoxos no reconocen el estado de Israel, ya que no está fundado por judíos piadosos, como ellos habrían querido, sino por idealistas marxista. Hoy en día, sin embargo, el gobierno de Israel es democrático, y en él tienen representación toda clase de partidos políticos, y no sólo los de izquierda. Más adelante vemos el Tel de Jericó a lo lejos. Jericó es una de las ciudades más antiguas del mundo. Ese lugar ha estado habitado desde tiempos inmemoriales. Algunos incluso han llegado a decir que es la primera ciudad de la historia. Si entendemos por ciudad la agrupación poblacional en la que hay una división de tareas es difícil saberlo, ya que hay otras por el estilo en todo el fértil creciente (que es la región que va de Egipto a Mesopotamia, la cuna de la civilización), pero sí es cierto que es una de las zonas en donde se han localizado las poblaciones con una mayor antigüedad. 4- Qumram y el misterio de los esenios: Damián nos informa de algunas cosas según nos acercamos a nuestro próximo destino: el monasterio esenio de Qumram. Se trata de un lugar misterioso, hoy en ruinas, donde vivía una comunidad de monjes que se dedicaban a copiar manuscritos de los libros sagrados de los judíos. Posiblemente Juan el Bautista realizaba su ministerio en el desierto, no lejos del Mar Muerto y el monasterio esenio de Qumram. La zona hoy día tiene valor por su paisaje, pero también por los cosméticos que se consiguen a partir del barro y los minerales del mar. Y llegamos por fin a Qumram, nuestra siguiente escala. El lugar, ya lo hemos dicho, albergaba un monasterio esenio del que sólo quedan ruinas, aunque muy bien conservadas, y además se pueden visitar. De los esenios no nos habla la Biblia, pero sí el historiador judío Flavio Josefo. Por él sabemos de las diferentes escuelas judías de la época: saduceos, fariseos y esenios. De los dos primeros tenemos referencias por la Biblia, ya que Jesús discute en ocasiones tanto con los fariseos como con los saduceos. Los primeros no coincidían con Jesús en cuanto a la manera en que decían que la ley había de ser cumplida, y los segundos no creían en la resurrección de la carne. Respecto a los esenios, Josefo menciona que había entre ellos un gran maestro. Algunos identifican dicho maestro con Juan el Bautista, pero ese punto no se puede afirmar ni negar rotundamente. Si bien es cierto que hay puntos en común entre Juan y los esenios, no hay pruebas de que fuera el maestro que menciona nuestro historiador judío. No obstante, puede que sí fuera un monje esenio durante un tiempo, y que después se separara de la comunidad para formar un grupo aparte. Los esenios vivían en el desierto, en los alrededores del Mar Muerto, en comunidades caracterizadas por una vida sencilla, alejada de las grandes poblaciones humanas, ya que buscaban a Dios. Dedicaban su vida a orar y copiar libros sagrados de los judíos. Todos los días realizaban baños rituales en una piscina de purificación. Estos baños recuerdan al bautismo de Juan, aunque éste insistía en que el bautismo era único, y lo realizaba en el Jordán en aguas vivas, no todos los días en una piscina, como los monjes del desierto. En principio se pensó que no había mujeres viviendo con ellos, pero se han encontrado restos de casas donde vivían niños y mujeres en las cercanías del monasterio. Posiblemente su alejamiento de la familia fuera temporal, alternando períodos en que convivían con sus mujeres e hijos con otros en los que se alejaban a vivir en el monasterio y se “purificaban”. Visitamos las ruinas del monasterio. Vemos algunas piscinas (hoy en día, por supuesto, sin agua) las cuales tienen siete escalones a ambos lados, siete para sumergirse en el agua y otros siete para salir. De nuevo el siete como un número importante entre los judíos: siete son los días de la semana, siete brazos tiene la menorá (el candelabro judío), en siete días creó Dios la Tierra y descansó. Por otra parte, tres es el número de Dios (recordemos la Trinidad) y cuatro el de la tierra (recordemos los cuatro elementos: agua, viento, fuego y tierra), y juntos hacen siete, la suma de todo. También vemos, entre otros edificios, el que podríamos describir como “la caja fuerte” o “banco” de los esenios. En efecto, cuando un discípulo llegaba al monasterio entregaba todas sus pertenencias al tesorero, el cual lo almacenaba todo ahí para sustento de la comunidad. A decir verdad, el monasterio no era un edificio único, como el que inmediatamente nos viene a la imaginación al hablar de monjes europeos, sino que había varias edificaciones. Era, ciertamente, una verdadera ciudad, y el hecho de que tuviera grandes muros para defenderse no apoya la idea de que los esenios fueran pacíficos. Estaban preparados para rechazar un ataque violento usando la fuerza, si fuera necesario. Cuando los romanos destruyeron el templo en el año 70, a continuación se dedicaron a hacer lo mismo con todos los textos judíos que pudieron. Se trataba de no dejar ni rastro de los vencidos, que se borrara su memoria, en un intento de hacer desaparecer no sólo su raza, sino también la cultura hebrea. Los esenios de Qumram, al saberlo, intentaron salvar todos los libros sagrados que pudieron metiendo los pergaminos en vasijas de barro que luego escondían en cuevas. El clima seco del desierto las conservó, hasta que un pastor por casualidad las encontró en los años sesenta del siglo XX. Pronto los pergaminos llegaron a manos de expertos que se dieron cuenta de su importancia, pues se trataba de manuscritos originales de textos de la Biblia, concretamente los más antiguos encontrados hasta entonces (y hasta ahora). No son del Nuevo Testamento, sino del Antiguo, pero son muy parecidos a los textos que todavía hoy manejamos en nuestra biblias, lo cual demuestra la fidelidad de la tradición judía. Algunos exploradores aventureros (uno de los cuales de hecho ha inspirado la figura de Indiana Jones) han buscado también en las cuevas de la zona los tesoros de los esenios, pues ya hemos dicho que los guardaban en su “caja fuerte”, pero hasta ahora no han aparecido.

  1. David y Saúl en Enguedi:

Pasamos por el oasis de Enguedi, en el que hay un kibbutz. Enguedi es uno de los más grandes oasis de la costa oeste del Mar Muerto. Una fuente de agua potable y una pequeña colina rodeada de vegetación abundante constituyen su único paisaje. La presencia de agua potable en abundancia es la razón por la que siempre ha sido un lugar habitado desde la época calconítica, ya que sólo hay otra fuente de agua dulce en esta costa del Mar Muerto. Enguedi significa “La fuente del cabrito”. Luego nos daríamos cuenta de por qué, pues toda la zona del desierto está llena de cabras. En este oasis, situado al lado de una pequeña colina, fue donde Saúl entró a una cueva a hacer sus necesidades (I Reyes 24). El rey Saúl estaba en guerra con David, y le buscaba para matarle, pues unos espías le habían dicho que David estaba en ese lugar. En plena búsqueda, entró Saúl a una cueva a desocupar el vientre. David también había entrado a dicha cueva junto con sus hombres, pero para huir de Saúl. Al ver a Saúl sólo e indefenso en la cueva, los hombres de David, que estaban escondidos detrás, le conminaron a que lo matara y consiguiera así ser rey. Sin embargo, David se conformó con cortarle la punta de su manto sin que se diera cuenta. Al salir, David habló a Saúl desde lo alto (desde lo alto de la única colina que todavía domina el osasis, para que éste no lo atacara) y le preguntó por qué le perseguía, siendo así que él no le deseaba mal, ya que lo había tenido en sus manos y sólo le había cortado una punta de su manto. Saúl se tentó el manto y vio que, en efecto, faltaba una punta. Se dio cuenta que su enemigo le había perdonado la vida en un momento de debilidad, cuando podía haberle matado con facilidad. Fue entonces cuando reconoció que iba a perder la guerra frente a David, y que éste iba a ser el próximo rey de Israel. Sin embargo, no fue hasta la batalla de Beit Shean, debajo del monte Gilboe, batalla muy posterior, que Saúl fue derrotado, aunque contra los filisteos. Murieron él y su hijo Absalón, amado por David. El propio Saúl se inmoló arrojándose sobre su espada cuando se vio perdido (I Reyes 31).

  1. Los defensores de Masada:

Luego llegamos a Masada. Se trata de un peñasco imponente, e inaccesible, con una meseta en la cima en la cual se alzan las ruinas del fantástico palacio de Herodes el Grande. Unos cuantos animados habíamos hablado de subir la montaña a pie, pero la verdad es que no teníamos mucho tiempo y además la temperatura rozaba ya valores de locura cuando llegamos, o sea que al final hicimos el trayecto fácil, en funicular. El billete era de ida y vuelta, con lo que cada cual debía guardárselo y tener cuidado de no perderlo, porque si no te quedabas ahí, y aunque hay escaleras la bajada es larga y abrasadora. La visita consistía en el visionado de una película en que te explicaban la defensa de la fortaleza y te mostraban los trabajos de restauración realizados ya en los años sesenta, cuando se descubrió. Las altas temperaturas, pues estaban subiendo por momentos en la meseta, y el horario comprimido, hicieron que la visita fuera poco menos que una competición de obstáculos. Damián se afanaba en explicárnoslo todo rápidamente, como si no tuviera tiempo (y posiblemente no lo tuviera). Yo, personalmente, quedé fascinado por el lugar, aunque hubiera preferido una visita más tranquila. Como ya he dicho, el palacio se encuentra en una meseta. Desde ella Herodes podía contemplar a lo lejos el Mar Muerto y todo el fascinante desierto de lomas que le rodea. En él se puede distinguir desde el azul del mar, el blanco de los depósitos de sal que van quedando en la costa, hasta todas las gamas de colores que descubre un desierto cuarteado y muerto desde hace millones de años. El paisaje parece de otro planeta. No hay nada vivo. Damián nos explicó que en Masada Herodes tenía un hermoso palacio. El desierto en aquella época estaba lleno de fortalezas, ya que era un lugar fronterizo. Masada no era el único palacio del lugar, aunque sí era uno de los más impresionantes. De hecho, Herodes lo había construido sobre todo para controlar a los judíos, que siempre estaban descontentos con él porque no lo era, aunque se había casado con una descendiente de los Macabeos. Herodes no fue un rey tan malo como lo ha pintado la historia sagrada. Construyó un templo como no se había conocido antes (del de Salomón y del posterior al cautiverio no tenemos ni rastro). Además, en las pinturas de Masada, se demuestra también su preocupación por no escandalizar a sus súbditos judíos, pues en sus frescos no hay ni una representación de la naturaleza, siguiendo la ley de Moisés, que lo prohibía. La decoración está basada en líneas geométricas que, salvando las distancias, podrían recordarnos obras de arte moderno, por ejemplo del cubismo o incluso de Miró. Si nos pudiéramos trasladar a los tiempos de Herodes podríamos imaginarnos el esplendor de ese palacio. Si fuéramos comerciantes venidos de Hispania que quisiéramos vender las excelencias de sus productos naturales al rey de los judíos, a Herodes el Grande, él nos conduciría en primer lugar a su baño. Eso puede que llame la atención hoy en día, pero de la misma manera que hoy cerramos los tratos en un almuerzo de trabajo, entonces se hacía en el baño. ¿La razón? En el baño se te ve como eres en realidad. Además, desnudo es imposible llevar armas. Los baños eran muy importantes para la vida social durante la época del Imperio. Toda ciudad, todo palacio que se preciara, debía tener uno. En ellos los hombres charlaban, establecían relaciones y cerraban tratos. Todo baño estaba compuesto de tres habitaciones, a las que el bañista iba accediendo siguiendo siempre el mismo ritual. En primer lugar estaba el frigidarium (zona de baño con agua fría), posteriormente, el bañista tomaba un baño tibio en el tepidarium (zona de baño con agua templada). Para acabar, y con el objetivo de abrir los poros, se accedía al caldarium (zona con agua caliente). Ésta última estancia se calentaba gracias a que el suelo estaba hueco, y en dicho espacio se encendía fuego. Hoy en día todavía las casas rústicas castellanas poseen este sistema como calefacción para el invierno. Lo llaman, muy acertadamente, “gloria”, porque donde está el hueco de la gloria el suelo está calentito y da gusto en invierno estar sobre él. El caldarium era muy parecido a una sauna, pues los esclavos llenaban cubos de agua y los arrojaban en el suelo, creando vapor de agua. Podemos imaginarnos a nosotros mismos, viajeros en el tiempo, agasajados por Herodes con este recibimiento, que se agradece mucho más tras pasar un desierto. Y mientras pasamos por las diferentes salas de los baños podríamos hablar tranquilamente de negocios con Herodes atendidos por sus esclavos. Los evangelios hacen referencia a esta costumbre que tenían los soberanos de construir sus palacios en el desierto y pasar ahí largos periodos vacacionales, algo difícil de imaginar actualmente. En Lc 7, Jesús recibe una comisión enviada por Juan. Los discípulos del Bautista, enviados por él, le preguntan directamente a Jesús si es él el Mesías o si había que esperar a otro. No es que Juan desconfíe de que Jesús fuera el Elegido, de hecho él había sido el que lo había bautizado y había visto los prodigios que sucedieron en ese momento. Sin duda, lo que quería Juan era acallar las voces de protesta de sus propios discípulos que verían en este nuevo profeta a un rival de su maestro. Así pues, Juan les envia para que ellos vean por sus ojos el poder de Jesús. Y por su parte, el propio Jesús realiza un elogio del Bautista a continuación (Lc 7, 24b-28): “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? Entonces ¿qué habéis ido a ver? ¿A un hombre vestido con telas delicadas? Pero los que andan con vestidos espléndidos y lujosos están en los palacios. Entonces ¿qué habéis ido a ver? ¿A un profeta? Ciertamente, os digo que a uno más que profeta. Éste es de quien está escrito: He aquí que envío a mi ángel delante de ti, el cual, delante de ti, preparará tu camino. Porque yo os digo: Entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan.” Las palabras en negrita son mías. Como vemos, Jesús alaba la actitud de Juan, que vive como los antiguos profetas, en el desierto, y lo compara con un hombre que viste con ropajes delicados y vive en palacios. No me cabe duda que ese hombre al que hace referencia Jesús es Herodes y que uno de los palacios de los que habla es Masada. La caída de Masada la conocemos por nuestro ya viejo conocido Flavio Josefo. Sabemos de las razones geoestratégicas y políticas por el contexto histórico. En efecto, cuando el Templo cayó los romanos no tuvieron piedad con los judíos, su crueldad fue metódica, pues entre otras razones intentaban impresionar a los vecinos persas y no dar ante ellos muestras de debilidad. Por eso la destrucción del símbolo más poderoso del poder político y religioso de los judíos fue total. Y por eso tampoco podían consentir que un grupo de zelotes resistiera en Masada. Se trataba de los últimos supervivientes que habían huido de la masacre de Jerusalén. El palacio-fortaleza de Herodes podía resistir durante años sólo con el agua de lluvia acumulada en su cisterna y los víveres de sus impresionantes almacenes. De hecho, los ataques comenzaron en el año 72, dos después de la caída del templo, lo cual demuestra que los romanos se lo pensaron antes de iniciar esa dura empresa. Durante siete largos meses asediaron la fortaleza, hasta que al fin cayó. En primer lugar, pusieron a su alrededor hasta ocho campamentos romanos, lo cual habla de que el número de atacantes era de diez mil, mientras que Flavio Josefo calcula que por parte de los resistentes sólo había novecientos sesenta, aunque también habría mujeres y niños. Todavía hoy en día desde la cumbre de la fortaleza se pueden ver, amenazantes, los restos de dichos campamentos. A continuación comenzó la guerra psicológica, con conminaciones a la rendición inmediata y sin condiciones. Flavio Josefo nos describe cómo los dos cabecillas, Silva por el lado romano y Eleazar Ben Yair por el zelote, conversaban, pues aunque la altura es impresionante la acústica también, teniendo en cuenta que el lugar está rodeado de rocas y montañas que producen eco y recogen el sonido. Una y otra vez los romanos instaban a los zelotes a que se rindieran, y una y otra vez éstos respondían orgullosos negativamente. Agotada rápidamente la opción de la rendición incondicional, los atacantes pasaron a la acción. Empezaron a construir una rampa que llegara a la puerta de la fortaleza para desde allí entrar con la ayuda de un ariete. Naturalmente los de arriba pronto empezaron a lanzar piedras sobre los que estaban trabajando, pero eso lo solucionaron los romanos poniendo en su lugar esclavos judíos. Así, la gente de la fortaleza se veía en un dilema moral al tener que matar a sus compatriotas para impedir la construcción de la rampa. En seis meses los romanos estaban ante la puerta. Los zelotes construyeron entonces tras la puerta una muralla hecha de madera y tierra. El ariete no podía romperla, pues era flexible, así que al final los romanos le prendieron fuego, aunque con tan mala suerte que el viento sopló en dirección de los atacantes y éstos tuvieron que suspender el ataque. Aunque al final del día el viento cambió y volvió hacia la fortaleza, esa noche los dejaron en paz. Los judíos que estaban dentro sabían que al día siguiente iban a morir. Sabían que sus mujeres iban a ser violadas y después salvajemente asesinadas, ellos mismos sufrirían una muerte horrible y verían morir a sus niños y mujeres. Caso de que alguno de ellos siguiera con vida lo haría humillado y convertido en esclavo de los romanos de por vida. Así que echaron a suertes para elegir a diez de ellos, los cuales se ocuparon de matar a todos los demás y luego a ellos mismos entre sí, ya que el suicidio es pecado entre los judíos. Cuando los soldados romanos entraron en la fortaleza sólo quedaban con vida dos ancianas, a través de las cuales se sabe la historia. Sería una historia perfecta de resistencia y honor de no ser por el hecho de que es falsa en muchos detalles. Es falsa por quién la narra, el buen Flavio Josefo el cual, qué casualidad, estaba en la insurrección contra Roma que acabó con la destrucción del templo. Era un rebelde contra los romanos, de hecho, era el comandante en jefe encargado de la defensa de Galilea ante los romanos. Cuando estaba defendiendo la casi inexpugnable fortaleza de Jotapata, capituló. Sus compañeros de lucha, de manera muy parecida a como se cuenta que sucedió en Masada, decidieron matarse, pero él no lo hizo. Al llegar Vespasiano (que todavía no era César, sino sólo el general de los ejércitos) Josefo le saludó de esta guisa: “Salve, César”. A Vespasiano le cayó en gracia que le llamara de esa manera, y más cuando al poco tiempo llegó un correo anunciando que el César había muerto y que el nuevo emperador era él. Impresionado, decidió perdonar la vida a ese judío que había predicho su entronización. Tiempo después ese mismo judío que salvó su vida casi de milagro escribiría sus libros, pretendiendo contar en ellos la historia de su pueblo, pues estaba convencido de que tras la destrucción del Templo su raza y su cultura no lograría sobrevivir, pues se mezclaría con las demás y desaparecería. La obra de Flavio Josefo está pensada, así pues, para que el futuro recordara a los judíos. Era como un último legado de ese pueblo para que la posteridad supiera quiénes fueron una vez desaparecidos. Pero al llegar a narrar la toma de Masada, el autor se encontró con un problema ético: por un lado, el episodio en cuestión constituía la narración de un acto heroico, el último, quizá, de su nación. Por otro, no podía dejar mal a los romanos, para los cuales, en cierta forma, escribía. Así que exageró el número de personas que resistían en la fortaleza, que posiblemente no pasaría de unos pocos cientos. Seguramente pensó, además, que no quedaba bien que las invencibles legiones romanas se hubieran visto desafiadas durante meses por un puñado de desharrapados. También dijo que todos se suicidaron, un final heroico y noble desde el punto de vista de los gentiles, que no creían en la resurrección, pero no desde el punto de vista judío. Un judío no se mataría, pues siempre hay esperanza y además, como ya he dicho, el suicidio es pecado. Los resistentes de Masada posiblemente lucharon hasta el final. Masada sigue siendo hoy en día un símbolo de la resistencia judía. De hecho, los primeros trabajos arqueológicos que se llevaron a cabo en el lugar se hicieron rápidamente, pues coincidieron con los primeros años de la creación del estado de Israel, y la historia de Masada se veía como un aliciente en la lucha contra todas las adversidades que estaban pasando en esa época los judíos. Por otro lado, algunos arqueólogos criticaron las conclusiones a las que llegaron los expertos judíos en sus excavaciones precisamente por esta celeridad. Visitamos también la sinagoga de Masada, situada en la misma explanada a gran altura en la que se encuentra el palacio. Como sucedía en el caso de Qumram, Masada no es un edificio, sino un conjunto de varios. No sólo está el palacio de Herodes, sino también la sinagoga, una de las de la época que mejor se conserva, junto con la de Cafarnaum. Es impresionante también la visión de los enormes almacenes, que también forman parte del conjunto. Se ha reconstruido uno de ellos y los demás se han dejado como estaban, destruidos y con las piedras que formaban sus muros tiradas por el suelo. Todos ellos son salas de grandes dimensiones y con capacidad para almacenar vasijas enormes con alimentos secos para resistir en caso de asedio. Masada es un prodigio arquitectónico situado en un lugar que parece el fin del mundo. La visión desde el borde del acantilado es impresionante. En una parte de la roca que sobresale a pico, colgadas debajo de un balcón con una vista impresionante, hay varias construcciones, incluido un depósito de agua. Cuando Herodes se asomase a ese lugar situado sobre las montañas erosionadas por el desaparecido Mar Muerto ¿qué pensaría?

  1. Sodoma, Gomorra y el Mar Muerto:

Seguimos viaje en dirección al misterioso Mar Muerto. Damián nos comenta que, aunque parezca ilógico para nosotros, occidentales que sólo vemos riqueza en lugares del mundo de clima agradable, esta zona del desierto era un lugar codiciado, rico y próspero. Lo demuestra el hecho de que aquí Herodes tenía su palacio. Los persas, el imperio rival de los romanos, también querían apoderarse del lugar, y no soportaban que sus enemigos lo tuvieran bajo control. Pero ¿qué tenía el desierto, o por lo menos este desierto, que no hubiera en otros lugares del mundo? En primer lugar, aquí se producía el bálsamo. No sabemos qué tipo de planta era, tampoco estamos seguros de para qué se usaba, pero desde luego se cotizaba como si fuera oro. Es más: un gramo de bálsamo valía, exactamente, uno de oro. También Cleopatra quería el Mar Muerto, pues había oído hablar de las virtudes de sus barros para el rejuvenecimiento de la piel, y además la zona era una fuente de minerales que aparecían a flor de tierra. Por el camino seguimos viendo maravillas naturales. El Mar Muerto no lo está tanto como podría parecer. Aparte del Jordán, que es su fuente fundamental, recibe aportaciones de arroyos de agua dulce que lo nutren, aunque no lo bastante como para que aumente su nivel, que no ha hecho más que bajar en los últimos doscientos millones de años. Dichos arroyos transcurren en ocasiones como aguas subterráneas que van minando las rocas y creando cuevas bajo tierra en zonas cercanas a la orilla del mar, hasta que un día el techo de la cueva cede y se convierte en un pozo de enorme diámetro y profundidad, que deja al descubierto una laguna. Eso es lo que se llama un “volán”. Los “volanes” suelen ser lagos de colores imposibles: verde, azul intenso, violeta… Por eso es tan peligroso acercarse a la costa de este mar. En efecto, una persona que se acerque descuidadamente a la orilla, aún conociendo el terreno, puede de repente hundirse y caer en uno de esos “volanes”. Desgraciadamente, ha habido varios casos. En época de lluvias el Mar Muerto recibe también las aguas de torrentes que bajan en cascada de manera repentina, llevándose todo lo que encuentran a su paso. Pero el suelo no engaña: el Mar muerto sigue perdiendo agua. Efectivamente, a gran altura y muy por encima del actual nivel actual e incluso de la carretera que lo circunda por las montañas encontramos restos de antiguas playas y marcas que nos señalan que la costa estaba a una altura muy superior en la antigüedad. De hecho, el Mar Muerto está ahora a 400 metros bajo el nivel del Mar, y hace veinte años estaba a 200. Hay quien dice que nunca se va a secar, pues si sigue quedándose sin agua por evaporación llegará a un punto en el que estará tan salado que no podrá evaporarse más, y hallará un equilibrio. Sin embargo, la acción humana puede truncar ese proceso y acabar con este maravilloso lago salado. Y si la memoria no me falla, después de todas estas explicaciones de Damián llegamos por fin al Mar Muerto. Tras la comida, que hicimos en un restaurante a pie de playa, hubo quien se sentó en la terraza a tomar algo, y quien fue lo suficientemente animado y se sumergió en el Mar Muerto. Y no ha sido un error mío: hubo quien se sumergió o por lo menos lo intentó. Dicen que es imposible hundirse en ese mar por su salinidad, pero ahora mismo os contaré cómo yo intenté hacerlo y casi lo consigo. Según había advertido Damián, no había que realizar movimientos bruscos ni chapotear al entrar en el agua, pues el cuerpo flota sin necesidad de mover las extremidades. También nos advirtió que, si entraba agua en los ojos, sólo había que abrirlos y mirar al sol. De hecho, el agua del Mar Muerto es también beneficiosa para los ojos, pues es como un colirio. La profundidad a la que se encuentra el mar es tal que la capa de ozono que tienen que atravesar los rayos de sol sirve por sí sola de protección aún bajo las más altas temperaturas y la piel no se quema. Dicen que con diez minutos que estés en el Mar Muerto la piel se te rejuvenece muchos años, no sé si veinte. Eso sí, tampoco hay que pasarse, pues un exceso, como todo, puede perjudicar. Entre otros motivos el agua de ese mar rejuvenece porque la sal cierra los poros de la piel y cicatriza rápidamente las heridas. También es agua rica en minerales beneficiosos para la salud en general. Un simple baño aporta muchos beneficios al organismo a través de la piel. Una vez dicho esto, la verdad es que mi experiencia en el Mar Muerto fue un tanto frustrante. En principio metí los pies en un agua que más parecía sopa, por la temperatura y la densidad que tenía, ya que la sal le da una consistencia parecida a la del aceite. Cuando el agua me cubrió por la cintura intenté sentarme. Recordaba lo que se decía sobre ese mar, que una persona podía permanecer sentado en sus densas aguas leyendo el periódico. El resultado fue otro: fui incapaz de sentarme, los pies se me levantaron y todo yo parecía una colchoneta, hinchada y torpe. Intenté sin éxito adoptar una postura más parecida a la de un cuerpo nadando al estilo braza o crol. Para ello, como es lógico, tuve que mover los brazos, cosa que nos había dicho Damián que no hiciéramos. El resultado fue que me encontré chapoteando de espaldas y salpicando inútilmente como una cucaracha en el agua. Intenté otra vez volverme y esta vez casi consigo ser el primer ahogado en el Mar Muerto. Luego me decidí a hacer lo que suelo hacer en una playa normal, que es mojarme el cuerpo incluida la cabeza (otra estupidez). Por favor, esta es una advertencia seria: no se os ocurra meter la cabeza bajo el agua en el Mar Muerto. No es porque no se pueda bucear, que no se puede, porque el cuerpo no se hunde, es que te entra agua salada por todos los sitios, y tú notas cómo te va escociendo. Notaba, en efecto, cristalizarse los pelillos de la nariz, convertirse en púas que se me clavaban, enseguida noté cómo el agua entraba hasta la garganta, no sé si por los oídos, y me escocía dentro. Para mi horror, me di cuenta de que había cometido una estupidez demasiado tarde, pues normalmente cuando me sumerjo en el mar abro los ojos, pero ahí eso era imposible, porque si los abría la sal del agua me los abrasaría, así que permanecía con los ojos cerrados y sin saber qué hacer. Entonces saqué la cabeza y al hacerlo abrí los ojos y el agua entró en uno de ellos ¡Dios, cómo escocía! Me acordé de lo que había dicho Damián, así que me puse de pie y miré al sol, aunque no sé cómo puedes hacerlo cuando el ojo te escuece como si tuvieras lejía. Sin embargo, al final el agua dejó de molestarme y me consolé con la idea de que este lavado de ojos me los había dejado limpios para una larga temporada, yo que suelo tenerlos llorosos y ojerosos. Al final me di cuenta de que lo mejor que podía hacer era tumbarme en el mar boca arriba, y avanzar hacia atrás, impulsándome con los brazos como si fueran remos. La verdad es que conseguía ir a una pasmosa velocidad, como si el cuerpo casi no tocase la superficie del agua, aunque tenía miedo de chocarme con alguien. Con la práctica llegué a avanzar haciendo la bicicleta, que al final era la mejor forma de avanzar. Te colocas verticalmente y mueves las piernas como si estuvieras pedaleando, de esa manera consigues avanzar recto y mirando al frente y además sin hundirte y sin quedarte tumbado en la superficie como un flotador. El tiempo pasó rápidamente (de hecho estuvimos, creo yo, diez minutos solos o eso me pareció). Era apasionante estar en ese lugar que parecía sacado de otro planeta. Partiendo de la orilla e internándose en el mar, una alucinante barra formada por sal separaba la playa en dos zonas. Yo me subí a esa barrera, los bloques de sal que la formaban tenían el aspecto de formaciones de hielo globulares, redondas y lisas, pero sus bordes cortaban las palmas de las manos con la precisión de un cirujano. Era difícil convivir en ese medio repleto de sal. No sólo estaba en el agua, sino también sobre cualquier superficie. La arena se parecía sorprendentemente a la de cualquier otra playa. Yo la recuerdo como de un amarillo oscuro. Parecía a la vista una arena fina y suelta, pero en realidad estaba formada por granos de arena cristalizados que pinchaban las plantas de los pies. Y no estaba suelta, estaba petrificada. A lo largo de la orilla, en la propia arena, había rocas constituidas enteramente por sal. Enteradas de sus propiedades para la piel, Sara y Susana cogieron algunas. A mí me hubiera gustado coger una, como recuerdo, pero no soy tan vivo. No sé cómo lo hacían estas chicas pero todo lo interesante lo veían ellas primero. Lo que tengo que aprender…Débora me dio un granito de sal arrancado de la barrera en la que me había subido, era muy pequeño, menor que un terrón de azúcar. Lo metí en el bolsillo y. claro, se convirtió en granos de sal dentro de él. Adiós al recuerdo que me iba a llevar del Mar Muerto. Entonces nos llamaron para volver al autobús, así que recogimos todo y de vuelta con Gideon. Angelita enfermó, creo que por la profundidad a la que estábamos. Se pasó todo el tiempo que estuvimos en el Mar Muerto sentada en una silla y pasándolo muy mal. Hasta que llegamos a Eilat estuvo tumbada en el autobús todo en los asientos de atrás, en los que nadie se sentaba, porque no éramos tantos como para llenarlo. Poco a poco se fue recuperando. De hecho, según nos alejábamos del mar se encontraba mejor, y llegó a Eilat completamente recuperada. Damián nos explicó en el autobús que en la orilla del Mar Muerto estaban situadas las ciudades de Sodoma y Gomorra. De hecho señaló el lugar exacto de dichas ciudades, pues pasamos al lado. También pasamos al lado de una roca a la que se conoce como“la mujer de Lot” Se trata de una peñasco enorme, situado al lado de la carretera. A mí me decepcionó. Es cierto que, vista desde un cierto ángulo recuerda a una mujer, o al menos a una persona, pero es enorme. Yo me esperaba una roca más parecida a una estatua y con dimensiones humanas. El resto del camino se nos hizo muy largo. Recuerdo una puesta de sol impresionante y una parada en un área de servicio en donde pasamos un calor increíble, y eso que era ya noche cerrada. Pocos kilómetros antes de llegar a nuestro destino nos recibieron las luces de Aqaba, ciudad situada del lado del golfo que está en territorio jordano. Llegamos al hotel y cenamos.

  1. La noche de Eilat:

Esa noche unos cuantos nos fuimos a conocer la ciudad con Damián. Nuestro hotel estaba cerca del ascensor que te permite ver el fondo del mar, el cual a su vez está en un parque natural situado en los arrecifes coralinos, en el propio Mar Rojo. Se trata de un lugar fascinante que, como podéis suponer, no tuvimos tiempo de visitar como se merecía. Pero, desde luego, no estábamos lo que se dice cerca de la ciudad, aunque de eso fuimos mucho más conscientes después de esa noche. Le preguntamos a Damián si sabía de algún sitio donde ir a tomar algo y que tuviera un ambiente agradable. Él en Tiberíades nos había dicho que conocía un lugar así en Eilat. Nos dijo que él nos acompañaría a ese lugar, pero que teníamos que ir en taxi, dos taxis por lo menos. Entonces a alguien se le ocurrió preguntar “¿Y no se puede ir andando?” Damián dijo que sí, y que andando se podían tardar veinte minutos. Tardamos más de una hora en llegar. La verdad es que la noche estaba calurosa, demasiado. Íbamos caminando por el arcén de la carretera. Algunos coches disminuían su velocidad cuando pasaban a nuestro lado, creo que pensaban que estábamos haciendo auto-stop, o que queríamos que alguien nos llevase en coche a la ciudad. La luna estaba que se caía del cielo de lo grande que era, una luna rojiza cercana al horizonte, en cuarto menguante, aunque yo siempre la recordaré preciosa, redonda y llena. Y es que la memoria te juega malas pasadas y te hace creer que sucedió lo que nunca pasó. Comenzamos a hablar, poco a poco las conversaciones se hicieron distendidas, tocando todo tipo de temas interesantes. La noche invitaba a las confidencias. Al cabo de un tiempo que nos pareció eterno (ya nos habíamos dado cuenta de que íbamos a tardar más de los veinte minutos prometidos por Damián) encontramos una discoteca, pero ése no era el lugar. En ese momento Damián se sacó una de sus zapatillas, pues desde hacía un buen rato le dolía el pie; según él, le hacía daño “un clavo” que se le había metido por la suela. Continuó descalzo por la carretera (qué tío más duro, yo de mayor como él o como su primo Rambo) y nosotros detrás de él, hasta llegar a un embarcadero, donde nos sentamos con los pies colgando sobre el agua. Mientras tanto, Damián luchaba con su clavo, que al final logró sacar de la suela de su zapatilla. No era un clavo, era un cristal. Lo dicho, qué tío más duro, y había caminado más de media hora así, con el cristal cortándole el pie. Seguimos el camino, alucinados de la dureza de los pies de Damián. Tras algún tiempo llegamos a la ciudad. Pero el lugar al que íbamos estaba al otro lado de la bahía. Nos tocó pasar por toda una zona en donde había adolescentes comiendo helados, paseando como si estuvieran poseídos por sus hormonas, entrecruzándose entre nosotros. Estuvimos más de una vez a punto de perdernos los unos de los otros. Atravesamos un puente. Aquí la gente no parecía ser estúpida (perdón, tan joven) y al final llegamos a un agradable chiringuito al lado de la orilla del mar, con cómodos sofás plantados sobre la arena de la playa. El camarero parecía el nieto de Bob Marley, aunque me imagino que era más semita que Abrahán. Siempre con una sonrisa simpática en la boca, nos sirvió las bebidas y nos enseñó sus conocimientos de español, que se reducían a “papito”, para llamar a los hombres, y “mamita”, para dirigirse a las mujeres, pero la intención es lo que cuenta. Y ahí estuvimos un largo rato hablando de la vida, la civilización, la barbarie, los europeos, que según Damián somos unos brutos, y las guerras de Oriente Próximo (que no Medio, qué manía de traducirlo todo del inglés). El lugar era paradisíaco. Entonces un chico que estaba sentado con sus amigos en un sofá vecino a los nuestros se levantó y echó una meada en el mar. Vaya. Se rompió el encanto. Sin embargo, eso no nos desanimó. Al poco tiempo, unos chicos se metieron en el agua. Luego algunos de nosotros nos animamos a entrar también. Para mí era una tentación irresistible, porque la noche estaba muy cálida y la temperatura del agua, buenísima. Al final acabé metiéndome hasta las rodillas, así como Susana y Sara, aunque no nos atrevíamos a mojarnos la ropa y entrar del todo, sumergirnos en ese mar que de noche parecía tan negro y amenazador. Sin embargo, Damián sí se metió entero, se quitó la camisa y nadó con sus pantalones cortos como bañador. Lo malo fue la vuelta. Estábamos muy lejos del hotel y muy cansados y además era muy tarde. Demasiados “muis” Así que nos animamos a volver en taxi. El problema era que ya éramos seis sin contar a Damián. Cuatro entrábamos en uno, pero dos nos quedábamos fuera: Sara y yo. Tendríamos que ir en otro aparte. Damián no era problema, porque en principio no quería volver tan pronto al hotel. Pero yo para mí que le debimos dar pena Sara y yo, porque cambió de opinión para acompañarnos. Me imagino lo que se le pasaría por la cabeza: los dos solos en un taxi con un conductor que vete a saber por dónde nos llevaría o lo que nos cobraría… ¿Quién sabe qué podría pasarnos? Además, sólo teníamos euros y seguro que nos timaban en el cambio. Así que nos dijo que por favor esperásemos un momento, que iba a la máquina de la esquina a un recado y luego nos acompañaba. Sólo tardó un momento en comprar un paquete de tabaco (Damián, Damián, ese vicio que te puede) y se metió con nosotros en el siguiente taxi. Llegamos sin problemas. San Damián.

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