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Viaje a Israel (13-08-2009): Eilat

  1. Una visita panorámica a la ciudad:

El día 13 es un día de descanso, aunque también aprovechamos para dar una vuelta panorámica por Eilat. Pasamos al lado de la orilla del Mar Rojo y vemos los lugares en los que estuvimos la noche anterior. Ahora nos damos cuenta de la enorme distancia que recorrimos anoche andando. Al lado del mar vemos de nuevo tiendas de campaña al estilo de los beduinos, aunque no son tales. Como sucedía en el mar de Galilea, se trata en muchos casos de judíos ortodoxos disfrutando junto al mar de su semana de vacaciones. Aunque Eilat no es la típica ciudad, como en el caso de Tiberiades, destino de tales judíos. Tiberíades es una ciudad tranquila, donde las familias pueden disfrutar por la noche y dejar que sus hijos vayan solos por ahí, porque saben que no les va a pasar nada. También Eilat es tranquila, pero me da la impresión de que es… ¿cómo lo diría? más mundana, más occidental y alejada de las prácticas religiosas de los judíos ortodoxos. El propio Damián nos dice que él venía aquí de joven para huir de ciertos lugares de ambiente opresivo, como Jerusalén, porque aquí se sentía libre. A la luz del día descubrimos que el Mar Rojo tiene, curiosamente, un bonito color azul. También nos damos cuenta de lo cerca que estamos de Jordania y Arabia Saudí. En efecto, la noche anterior nos saludaron al llegar a Eilat las luces de la vecina Aqaba, que está en Jordania. En la visita panorámica de esta mañana vemos Aqaba a la luz del día. La ciudad jordana nos observa desde el otro lado de la bahía. Parece que está a un tiro de piedra, pero nos separa una distancia enorme, nos separa una frontera. Una gigantesca bandera jordana ondea a modo de advertencia para sus vecinos judíos. También sabemos que Egipto no está muy lejos. Tenemos, por lo tanto, en un pañuelo a cuatro países disputándose la primacía en el golfo. Pasamos por un embarcadero con algunos bonitos barcos de recreo atracados. Entonces recuerdo el embarcadero en el que nos sentamos a descansar anoche, cuando ya estábamos cerca de la ciudad. Me acuerdo de la luna, que se me aparece tozudamente en mis recuerdos como llena, aunque no lo era, y de que Damián estuvo luchando para quitarse de la suela de su zapatilla el supuesto clavo, que luego resultó ser un cristal. No puedo por menos que admirar la dureza de nuestro guía. Una curiosidad de la ciudad es que tiene el aeropuerto justo en medio de la población, de tal manera que los aviones aterrizan en mitad de los edificios. En eso se parece a Gibraltar, que tampoco tiene sitio para su aeropuerto. Pero lo más sorprendente de la ciudad quizá es su modernidad. Es un enclave occidental en pleno Oriente próximo. Vemos en un centro comercial un letrero anunciando una tienda de Mango con una foto de Penélope Cruz. También McDonald’s y Zara están anunciados en el mismo lugar. Sorprende ver tantos edificios nuevos, torres de apartamentos, hoteles imposibles de soñar y más aún de pagar… En algunos lugares han hecho auténticos embalses recogiendo el agua del mar para uso y disfrute de los hoteles. A continuación nos llevan a ver una tienda que trabaja piedras, y joyas, algunas de ellas muy bonitas, y podemos realizar algunas compras. Esto es quizá lo que menos me gusta de la mañana, porque mirar tiendas me aburre, pero también hay que dejar tiempo para eso. Hay entre mis compañeros de viaje gente a la que sí le gusta ir de compras, y tiene que haber tiempo para todo y para todos.

  1. Practicando submarinismo entre corales y peces de colores:

Por la tarde, después de comer, cuando por fin nos dejan de verdad libres, vamos al parque natural situado dentro de la costa, en la playa que estaba al lado de nuestro hotel. Gran parte del terreno de esa playa está acotado con boyas, para que la gente no se meta en los corales, pero sendas pasarelas te llevan a unos lugares en los que sí se pueden ver cosas interesantes: peces de colores, por supuesto corales y especies extrañas de animales marinos prácticamente al alcance de la mano. En la taquilla del parque nos atiende una chica, rubia y de ojos azules que podría haber sido o atleta de la extinta Unión Soviética, o modelo, o guarda de discoteca, por las malas pulgas que tiene. Alguien, creo que Damián, nos había comentado ya antes que hay muchos judíos de origen ruso. Los primeros llegaron a Israel huyendo de las persecuciones de los zares. Ya habíamos visto dos chicas que podrían ser rusas en el mismo día: una dependienta de la tienda de joyas en la que habíamos estado y esta otra tan desagradable del parque natural. Ambas tienen algo en común: no se ríen ni pagándolas. La rusa (así me referiré a ella en el futuro), nos explica que las gafas y el tubito para respirar hay que pagarlos aparte de la entrada. Al cogerlos nos damos cuenta que las boquillas de los tubitos están usadas. Al hacérselo saber la rusa nos señala con voz de telediario que tienen unas instalaciones para lavarlas. Las instalaciones consisten en una pila de agua con unos grifos. Sin jabón, sin nada. Eso no desinfecta ni evita que a quien lo use le dé asco meter en su boca el plastiquito para respirar, ya mordisqueado y baboseado por quién sabe. José Néstor y yo, como tenemos gafas de buceo para piscina, y no nos importa no tener tubo para respirar, decidimos pasar de esos complementos. Antes de entrar la rusa nos advierte que cierran a las seis, y son ya más de las cuatro. Parece que quiere deshacerse de nosotros, pero si es eso lo que pretende, la jugada le sale mal, porque entramos, vaya si entramos. Éste es quizá uno de los mejores momentos del viaje. Las aguas del mar Rojo son cristalinas y están llenas de vida. En la primera pasarela de las dos que te llevan a las zonas en que puedes nadar vemos multitud de peces que se refugian debajo de las tablas de la misma, así como entre las rocas de un arrecife coralino cercano. En mi vida había nadado tanto y durante tanto tiempo, creo que lo cristalino de las aguas me da confianza para flotar y permanecer tranquilo mientras observo los peces. En otras circunstancias, estoy seguro, habría salido corriendo (perdón, a toda prisa) del agua, tosiendo y diciendo mientras me sentía morir que me ahogaba y asegurando que no sabía mantenerme en el agua. Nadie me ha enseñado a nadar, he aprendido por intuición, con un estilo mío, propio, y por eso todavía tengo una cierta inseguridad. Pero en el Mar Rojo parece que se me han quitado todos los temores. Nado con tranquilidad; es más, cuando en alguna ocasión intento sumergirme no puedo, es como si me hubiera quedado pegado a la superficie, que me sostiene como un delicado colchón transparente. Después de ver los peces que hay en la zona de la primera pasarela nos animamos y vamos a la otra. Es todavía mejor, hay un arrecife a unos metros de la pasarela (de hecho hay que nadar un poco) que queda casi a flor de agua. Si nadas por encima de él te acompañan multitud de pececitos con rayas blancas y negras. Débora llegó a agarrar uno, pues le vino casi a las manos. El arrecife está coronado por multitud de animales tentaculares fijos a la roca que se mecen al ritmo del agua como plantas. A nuestro lado pasa un pez trompeta de más de un metro, brillando al sol como si fuera de metal, y alguno vio a Nemo, perdón, a un pez payaso. Es igual que en los reportajes de “National Geographic”, pero mejor, porque es en vivo. Pero también hay sorpresas desagradables: algunos peces muerden. Creo que son unos pequeños y negros. A Débora le arrancaron parte de un granito o bultito que tenía en una pierna. A mí me suelen atacar también en las piernas, sobre todo cuando, de vez en cuando, se me ocurre sentarme a descansar en las escaleras de la pasarela. Entonces vienen por debajo de las tablas y atacan a traición picoteando como gallinas en los pies que estén colgando descuidadamente o en los dedos o manos que se atrevan a estar en su territorio sin su permiso. La verdad es que no hacen daño, sólo es un sustito. Al salir, la rusa nos indica con su habitual simpatía (es decir, con ninguna) que debemos lavar el tubito en la pila y bajo el grifo, y nos dedica un saludo de despedida estilo “adiós y no volváis”. Para colmo, tenemos que entrar de nuevo a reclamarle el resguardo de la visa con la que hemos pagado, porque a la señorita no le ha dado la santa gana de dárnoslo y a ver cómo reclamas si te han cobrado mal. En fin, tras un tira y afloja en el que Saint Joseph Nestor, políglota oficial del grupo, discute con ella serena pero firmemente en inglés (era eso o la lengua de Abrahán) lo conseguimos. Adiós, rusa. Antes de volver al hotel nos metemos en otra playa, ésta abierta al público. Está junto a un chiringuito en el que nos tomamos una cervecita o lo que se tercie (el granizado que pide Noemí tiene una pinta impresionante). Nos atiende otra rusa, pero ésta debe ser de más al sur, de cerca del Mar Negro o así, que son más parecidas a las andaluzas nuestras, con su gracia y su sal. Aparte de servir mesas, sabe sonreír. Bueno, pues como decía, que después de tomar algo nos damos un baño en el mar ya por la tarde, con lo que tenemos oportunidad de ver más peces, entre ellos un pez escorpión. Se trata de un hermoso pez que está rodeado de escamas largas, que más parecen plumas, y se mueve con elegancia dentro del agua, casi como si bailara. Eso sí, sus hermosas aletas parecidas a blandos pinceles son venenosas. Atardece sobre las siete, más o menos, pero lo bueno, a la hora de nadar, es que en Eilat la temperatura baja muy poco por la noche. A las diez o las doce, si cierras los ojos podrías creer que estás en España en una tarde de verano cuando más calienta. Y la brisa muchas veces no es refrescante, es una bofetada de calor. Con todo ello, cuando salimos del agua, a pesar de estar mojados, no nos quedamos fríos. Es imposible quedarse frío en Eilat.

  1. La última noche en el salón del hotel de Eilat:

Por la noche salimos un rato a ver si hay alguna actuación en el hotel. Parece un hotel muy familiar, ya que está lleno de matrimonios que están pasando unos días de vacaciones con sus hijos. Eso nos aporta una tranquilidad que se agradece, después de un día entero nadando entre peces. Esta noche, en el salón principal, el ambiente es muy agradable. Hay una chica cantando que no le tiene nada que envidiar en cuanto a su voz a las grandes divas del Soul de EEUU. Bueno, sí, les puede envidiar lo que cobran por actuación. Canta casi a capella, con el acompañamiento de la música que sale de un pequeño ordenador conectado a los altavoces. Y suena muy bien. La chica está sentada sobre una silla alta, del estilo de las que se usan en el bar para sentarse en la barra, y con las piernas un poco cruzadas, en un equilibrio que a mí, hombre un tanto torpe, me parece complicado. ¿Cómo puede mantenerse sentada así sosteniendo el micrófono, buscando canciones en su cercano ordenador portátil y encima no caerse? La forma que adopta su cuerpo así sentado me recuerda a una garza o a alguna ave zancuda (salvando de las comparaciones que la chica es increíblemente más guapa que esas aves, que más que pájaros parecen garabatos de Dalí). A su alrededor, por los sofás del salón y en un espacio que queda frente a ella, hay niñas (sobre todo niñas, claro) bailando. Destaca una niña rubita que realiza unos molinetes que hacen que parezca una veleta, y pega unos saltos que parece un ángel a punto de elevarse al cielo. Nosotros, que contemplamos la escena desde una cercana mesa, la aplaudimos más de una vez para animarla. Es genial. La niña está en su mundo y es feliz. Alguien, sin duda su padre, la llama en un momento dado para que vaya donde él, pero no es para reñirla o decirle que no debe bailar en público, sino para darle un abrazo rápido, y después deja que de nuevo se vaya a su diversión preferida: bailar. Salvando ese momento con su padre, la niña no para de mover el esqueleto en todas las canciones, inventando para cada una de ella una coreografía diferente. Es rubia. ¿Será rusa? Niña, espero que no cambies y te vuelvas como esas otras rusas que hemos conocido hoy. Sigue así de simpática y no te dejes engañar por ellas. No obstante, creo que si es rusa será una mezcla, porque su padre es muy moreno y peludo, o sea que de mayor puede que no así de desagradable. Al final de la actuación ella y otras niñas le piden un autógrafo a la cantante, como si se tratara de una conocida artista. Y nosotros nos vamos a la cama con una sonrisa en los labios. Por lo menos yo.

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