Viaje a Israel (14-08-2009): Beer Sheva-Jerusalén
1- Adiós a Eilat: Dejamos el hotel de Eilat con una cierta nostalgia, pues a pesar de que en esa ciudad en la calle hace un calor inaguantable el hotel no estaba mal, prácticamente estaba a pie de playa y tenía una piscina fantástica (que yo no usé). Además era muy abierto, en mi caso, cuando salía de mi habitación, la puerta no daba a un pasillo, sino a la piscina del hotel. Y cuando me asomaba a la ventana, veía palmeras, y vegetación tropical, como atestiguan las fotos. Aparte de la distribución de las habitaciones, las lámparas también me parecieron curiosas, pues recordaban barcos en plena regata. Pero todo lo bueno se acaba, y comenzamos un nuevo día en el que de nuevo tendremos que cruzar muchos kilómetros. Antes de partir, el autobús nos da una última vuelta por la ciudad y los alrededores y de nuevo reconsideramos lo exiguo del terreno que ocupa Eilat. Ya tuvimos ayer ocasión de hacer una visita panorámica, pero en ésta llegamos más lejos. La gigantesca bandera jordana nos sigue saludando desde el otro lado del golfo, proclamando y advirtiendo que estas aguas tienen más de un señor. Un poco más adelante emergen del mar las montañas graníticas del desierto de Arabia Saudí. Por último, y siguiendo por la carretera del lado israelí por la que nos desplazamos y que nos lleva al Norte, llegamos casi hasta el último de los países que comparten las aguas de este golfo. En efecto, pasamos por delante de un puesto fronterizo con Egipto. Las banderas de ambos estados vecinos, el país de Abrahán y el de los faraones, se saludan recelosas desde ambos lados de la frontera. Este abigarramiento de países en un punto tan pequeño se debe, por supuesto, a que el acceso al mar Rojo en este punto aporta muchas ventajas a todos esos estados. Por ejemplo, desde que Israel conquistó Eilat éste tiene acceso al Mediterráneo y el Mar Rojo sin necesidad de pasar por el canal de Suez. Y por fin dejamos Eilat. ¡Eilat, Eilat! ¡la ciudad moderna entre el desierto y el mar! El lugar para huir, como decía Damián. Huir de la rutina, huir del qué dirán. Huir de las formas, las costumbres, huir sin más. Nunca entenderé el sentido de tus grifos, Eilat. Cuando abrías el agua caliente te podías quemar, y cuando abrías la fría, daba igual, quiero decir, que salía caliente igual. ¡Eilat, Eilat! tus playas, tus peces y tus rusas ¿quién las olvidará? Tu calor de medianoche, que no se podía aguantar, tus chiringuitos en la playa, el amor de tu enorme luna clavada en el cielo serán difíciles de olvidar. ¡Oh, Señor, déjame ir de nuevo a tu Santa Ciudad, mas permíteme hacerlo también a este dichoso lugar! 2- De nuevo en el desierto: Otra vez vamos a tener que pasar por el desierto y soportar temperaturas extremas. Primero atravesamos el desierto de Arava y luego el del Négev, muy parecido al del Sinaí. La roca que aparece en estos lugares es fundamentalmente ígnea, la primera que surgió de las entrañas de la tierra. De nuevo la figura del patriarca Abrahán, el amigo de Dios, acude a mi imaginación, deambulando por lugares como estos. Hay quien dice que el desierto es uno de los sitios en donde más fácilmente se encuentra a Dios. Los israelitas estuvieron cuarenta años en el desierto en su compañía. Muchos profetas también se retiraban al desierto. Jesús mismo se marchó al desierto a ayunar y orar. ¿Por qué tanta gente ha buscado algo, bien sea a Dios, bien sea un sentido a su vida, en un lugar en el que parece que no hay caminos, o que si los hay poco importa, pues el paisaje siempre es el mismo? Tal vez sea porque el desierto es lo más parecido al mundo como fue al principio. En ese mundo recién creado sólo existía el desierto y Dios. El desierto es como un lecho de mar que espera ser cubierto por aguas y habitado por peces, como el proyecto de un paisaje en el que falta de todo: hierba, árboles, y vida que lo habite. Todo parece por hacer, incluso las rocas de las montañas parecen apiladas en desorden, como esperando que alguien haga algo útil con ellas. En el desierto todavía se pueden ver las últimas paletadas que dio Dios en el undo antes de irse a descansar. Parece que hubiera dejado el desierto así, sin hacer, como testimonio de que no todo en la creación es orden y armonía, y que donde no está él todo parece vacío. La gente que vive ahí no necesita templos para orar, porque el desierto entero es una muestra viva de quién es Dios, precisamente porque lo necesitas más que nunca. Miran al suelo y no ven nada más que piedras secas, y al cielo y sólo ven plomo a punto de derretirse sobre sus cabezas. Por eso sólo les queda concentrarse en el único, el que no parece estar pero tiene que estar, en el que existe aunque las piedras lo nieguen con sus secas bocas. Sólo ahí adquiere sentido especial el significado de las siguientes palabras: “Dios mío, no me abandones, porque dependo de ti.” Seguimos nuestro camino en el que, lógicamente, no faltan referencias bíblicas. Pasamos por el monte de Salomón. Conocido es el hecho de que éste fue un rey considerado en su época el más sabio. Su influencia llegó hasta África, de donde llegó por ello a visitarle la famosa reina de Saba, atraída por su talento y sapiencia. Pero a pesar de su inteligencia, tenía un “talón de Aquiles”: las mujeres. La Biblia nos dice que tuvo cien mujeres y trescientas concubinas. El problema no era sólo estar casado con tanta mujer (aunque eso hoy en día se ve como un gran pecado, tal vez el único que se considera que cometió) el problema es que las mujeres de Salomón incitaban al politeísmo. Eso es quizá lo que más molesta de esa actitud de Salomón y por eso se le critica en la Biblia. En efecto, cada vez que Salomón se casaba con una mujer extranjera firmaba un compromiso que incluía respetar su país (el pueblo de Dios se convertía en aliado de ese país) y a sus dioses, pues no se entendía un país sin un dios o dioses que le protegieran. Por eso, cuando una nueva mujer venía a la corte de Salomón traía también un nuevo culto a alguna nueva deidad. El pueblo cayó en la idolatría por los pecados de su gobernante. Y Dios castigó a su pueblo y lo dividió. A la muerte de Salomón Jeroboán, su hijo, no recibió el vasallaje de Roboán, uno de sus generales, que se constituyó en rey de una nueva nación: Israel. En el Sur continuó el reino de Judá. El reino de Israel acabó desapareciendo, una vez que todos sus habitantes fueron definitivamente deportados por los asirios. Constituyen las tribus perdidas de Israel. Hay indicios de ellas en distintas partes del mundo. Así, en la India, una tribu dice ser descendiente de la tribu de Manasés, y los judíos etíopes dicen serlo de la de Dan. Sin embargo, al final sólo ha quedado la tribu de Judá, y por eso todavía a los que profesan la religión de Moisés los llamamos judíos, y a la provincia en la que habitaban y donde estaba el templo los romanos la denominaron Judea. El desierto que atravesamos está lleno de restos que corresponden a culturas muy primitivas. Ya hemos dicho que Jericó podría ser la ciudad más antigua del mundo, o al menos eso era lo que se creía durante mucho tiempo. La arqueóloga Katleen Kenyon realizó importantes descubrimientos en dicha ciudad, entre otras cosas excavó una zona de enterramientos, y lo que ella creyó que era una capilla, con su altar. También descubrió una torre, lo cual le valió para proclamar que Jericó era la ciudad más antigua del mundo. En efecto, no se puede construir una torre sin una organización social, que es una de las características que tiene que tener una ciudad. El hombre nómada subsiste realizando todas las tareas: caza, pesca, recolección de frutos silvestres… la única especialización es que las mujeres se dedican a la prole y los hombres salen a cazar. En cuanto el hombre se hace sedentario convive con otros, y llega a un punto de especialización a partir del cual ya no todos realizan todas las labores, sino que unos se dedican a la agricultura, otros a la caza, otros al pastoreo, otros a la artesanía, y otros a defender a los demás. Toda esa estructura conlleva la existencia de un líder que domine a todos. Eso es el principio de la civilización. Ahora bien, si tuviéramos que destacar dónde está el cambio, cuándo el hombre se hace sedentario, tendríamos que mencionar el invento de la agricultura. Dicho descubrimiento posibilita que las poblaciones no dependan completamente de los frutos silvestres ni de la escasez de animales. El hombre nómada al principio se movía siguiendo sus presas. Si éstas se desplazaban él debía desplazarse o se moría de hambre. La agricultura impide que pase eso y supone una auténtica revolución, pues permite que el hombre se organice en ciudades y mejore su nivel de vida. La primera vez que se usan semillas cultivadas es en el Fértil Creciente, esa zona que va de Egipto a Mesopotamia y que es la cuna de todas las civilizaciones. Jericó es una ciudad muy antigua, desde luego, pero no se puede asegurar que sea la más antigua. Sin duda, había otras ciudades en las que ya se empleaba la agricultura. También dicen los arqueólogos que posiblemente la agricultura la creó una mujer. Efectivamente, mientras los hombres ocupaban el tiempo en cazar, sin duda las mujeres tenían más tiempo para pensar en formas de subsistir, o al menos de conseguir alimento. Y sea por casualidad o porque se fijaban en los procesos naturales, dieron en pensar que si plantaban unas semillas cerca del poblado y de éstas salían plantas comestibles no habría que ir a buscarlas lejos. De ese primer asentamiento estable no hay indicios, pero lo cierto es que a partir de una vida estable se pueden desarrollar otras actividades como la cerámica o la construcción de viviendas más sólidas. También se desarrollan las armas para defenderse de otras ciudades o pueblos y surge toda la estratificación social. Ese paso de nómadas a sedentarios lo ejemplifica el primer padre de los hebreos: Abrahán. ¿Cómo sería la vida de Abrahán en el desierto? ¿Cómo serían sus conversaciones con Dios? No puedo evitar incluir aquí un pequeño poema de un escritor vasco, Patxi Loidi, que lo imaginó antes que yo: Salió Abraham a caminar por el desierto y no había más que arena. Caminó muchos días y muchas noches. Aprendió a mirar lejos, muy lejos. Sus ojos eran profundos como la Tierra Prometida que estaba al fondo del desierto después del último montículo de arena. Se hizo su mirar largo como el horizonte. Sabía pisar la tierra con la mirada colgada del infinito. Plantaba cada noche la tienda del futuro sobre la arena fugitiva del presente. Y gritaba cada mañana: ¡Tierra! ¡Tierra! como el navegante del océano perdido. Y anunciaba día a día lo nuevo y maldecía lo viejo, lo razonable y lo honesto. Caminó Abraham hasta su muerte sin saber a dónde iba en busca de la Tierra Prometida. Y llevaba consigo a cuestas la Tierra Prometida… (Francisco Loidi, Mar Rojo, ediciones DDB, no lo busquéis, está descatalogado, no se imprime). Abrahán pasó toda su vida en el camino hacia la tierra que le había prometido Dios, y al final sólo fue propietario en dicha tierra de su tumba. Los israelitas se pasaron también cuarenta años en el desierto del Sinaí y una generación entera, incluido el propio Moisés, no vio la tierra prometida. Jesús, como una especie de recuerdo de esos episodios, estuvo orando en el desierto cuarenta días. Ya hemos dicho que el desierto es un sitio especial. No es sólo un lugar de enormes contrastes y aparentemente sin vida, es también un lugar para encontrar a Dios. Cuando leemos la Biblia nos llama la atención el uso de los números. Los cuarenta años que pasó el pueblo judío en el desierto nos parecen excesivos. Ese número, como otros que aparecen en la Biblia, tiene una explicación. El número cuarenta, por ejemplo, se repite mucho, así como el doce (recordemos las doce tribus y los doce apóstoles), su múltiplo ciento cuarenta y cuatro o el número siete. Todos ellos son números simbólicos, con un significado oculto. Hay una corriente judía, la cábala, que estudia la numerología en la Biblia. Relacionado con este tema, Damián nos sigue hablando de la fecha del nacimiento de Jesús. Aunque mucho se ha hablado de cuándo nació Jesús, y parece evidente para todo el mundo occidental cuándo fue (de hecho los años se miden a partir de dicha fecha) el que la calculó sin duda se equivocó. La primera equivocación consiste en contar diciendo “año uno antes de Cristo” y “año uno después de Cristo” ¿dónde está el año cero? Por sorprendente que parezca, éste no existía. Las matemáticas de la época desconocían el número cero. Habrá que esperar muchos siglos para que lo descubran los matemáticos árabes. Dionisio, el monje que hizo los cálculos, debió contar a partir del año que él calculó como el del nacimiento de Jesús, y ése sería el año 1. Ahora bien, se da la paradoja de que, como Jesús nació según la tradición el 25 de diciembre durante todo el año 1 después de Cristo éste no vivía, al menos, no de forma visible, claro, pues estaba en gestación. Queda esa alternativa o que Cristo naciera (¡sorprendente!) el 25 de diciembre del año 1 antes de Cristo. Pero es que hay más, el emperador que reinaba entonces era Octavio Augusto. Augusto fue su nombre durante parte de su reinado, y más tarde se lo cambió por Octavio. Pero hay unos años en los que Octavio reina como Augusto en los que (otra vez) se equivoca Dionisio, pues no los cuenta. Total, que lo más probable es que Jesús naciera el año cuatro o cinco antes de Cristo. Son muchos también los que, usando los números, han querido calcular sin éxito la fecha del fin del mundo. En los primeros años del cristianismo eso era una obsesión, pues el propio Jesús había anunciado que volvería pronto, y que muchos de los que le estaban escuchando le volverían a ver en su segunda venida. El propio Pablo, en una de sus cartas, habla de la segunda venida de Jesús en términos que no dejan lugar a dudas de que él esperaba estar vivo cuando eso ocurriera. Juan, el discípulo amado, murió muy mayor, pero todos creían que iba a estar vivo cuando Jesús volviera, y así parece manifestarlo el propio Jesús al final de su evangelio. La pregunta es evidente ¿nos ha mentido Jesús? La respuesta es no, ya que ¿quién sabe qué es poco tiempo para Jesús? ¿Quién sabe si estas palabras, dichas hace miles de años, no son para él recuerdos recientes, si para él no ha pasado ni un día desde su resurrección y ascensión al cielo? Por otra parte, el propio Jesús nos advierte que vendrán falsos profetas que nos engañarán, diciendo que ya es el fin. Jesús nos dice que todo eso es un anuncio del fin, pero no el propio fin. La clave para saber cuándo es la da luego: dice que llegará como un ladrón entra en una casa que va a robar, es decir, sigilosamente y de improviso, y que por lo tanto no debemos dormirnos, sino estar alerta. Jesús vendrá cuando quiera llegar, y no avisará. Sin embargo, ha habido gente que, al observar la llegada de algunos grandes desastres, guerras, epidemias o destrucciones masivas por motivos naturales, no ha dudado en proclamar que ésas eran las señales del fin del mundo. Tampoco han faltado los que, aún sin tener a la vista catástrofe alguna, han asegurado tras una lectura atenta de lo que se dice en la Biblia, sobre todo en el Apocalipsis, que pronto volvería Jesús. Pero aunque el fin del mundo ha sido anunciado para el año mil, o el dos mil u otro año cualquiera, todos esos vaticinios han resultado fallidos. En cualquiera de los casos, el mundo sigue adelante, y los profetas y visionarios pasados han resultado ser unos ilusos o unos manipuladores. Pasamos frente a un monte, que según Damián es el más alto de la montaña de Judea en el que, según la tradición, se abandonaba una cabra que llevaba todos los pecados del pueblo de Israel. De ahí viene la expresión “servir de chivo expiatorio”. Se trataba de un ritual del antiguo pueblo de Israel (Lev 16) en el cual se elegían dos chivos. Se echaba a suertes cuál de los dos era ofrecido a Yahveh. Éste era sacrificado por el sacerdote; mientras que el otro era cargado con todas las culpas del pueblo judío. Este último, conocido como “chivo expiatorio”, era abandonado en mitad del desierto, acompañado de insultos y pedradas. En la actualidad se utiliza la expresión “ser el chivo expiatorio” o “servir de chivo expiatorio” para denominar a aquél que ha pagado las culpas de la gran mayoría, librando a estos de represalias. El monte en que dicho chivo era abandonado también ha sido identificado con aquél en el cual Satanás le enseñó a Jesús todos los reinos, dado que es el más alto la montaña de Judea y desde él se podían ver los reinos de los alrededores, como se dice en la Biblia. Además, cobraría pleno sentido que Satanás llevara a Jesús a ese lugar. De alguna manera Jesús es nuestro chivo expiatorio, aquel que llevó nuestras culpas y fue expulsado de nuestra presencia. Como más adelante veremos, Jesús fue escarnecido y arrojado fuera de la ciudad santa para morir como un criminal, porque no podíamos soportar en él la exhibición de nuestros propios pecados, que él llevaba como si fueran suyos. El desierto de Judea aparece mencionado muchas veces en la Biblia. fue un refugio importante durante muchos períodos de la historia antigua. Allí David se escondió del rey Saúl (1 Sam. 26:1–3). Jesús ayunó en este lugar cuarenta días y cuarenta noches (Mateo 4:1–11; Mar. 1:12–13). También Jesús utilizó la ruta que va de Jerusalén a Jericó a través del desierto de Judea como escenario de la parábola del buen samaritano debido a que los viajeros solitarios solían ser una presa fácil en esta zona (Lucas 10:25–37). Y seguimos el camino. En algún momento Damián nos indica la presencia de campamentos paleolíticos. Él los conoce bien, porque hizo el servicio militar en esta zona. Se trata de formaciones muy sencillas, compuestas por unas piedras redondas colocadas en forma de cuadrado con uno de sus lados abiertos. Damián comenta que en ocasiones todavía dichos campamentos son usados por soldados o por beduinos. Él mismo recuerda que, cuando estaba haciendo el servicio militar, solía ir a dichos campamentos. Allí calentaba un café o un té a la caída de la tarde sobre los restos de unas cenizas que llevaban ahí miles de años. Era una sensación inquietante la de estar en el mismo lugar en el que estuvo esa gente y ver y sentir lo mismo que ellos sintieron. Te ata al pasado de una forma que es difícil explicar. Ya he comentado que todo en el desierto parece muerto, pero eso no quiere decir que todo esté muerto. De hecho, hay un árbol gigantesco que crece en estos lugares: la acacia. Vemos muchas, esparcidas por el paisaje que se ve desde el autobús mientras avanzamos; cubiertas de polvo, convertidas en parte del terreno, prácticamente hechas mineral puro. Sabemos que hay acacias enormes en la sabana africana, nos las imaginamos como decoración de fondo de una manada de elefantes. La acacia de Israel es más pequeña, debido a las condiciones climáticas, pero tiene su interés, pues se dice que es el árbol con el que se construyó el arca de Noé. También atravesamos un campo de entrenamiento de tanques israelíes. Israel tiene un tanque de fabricación propia, llamado “Makabá. Tal es el nombre del carro en el que Elías subió al cielo. 3- Visita al cráter Ramón: Tras algún tiempo de viaje por el desierto llegamos por fin a nuestra primera parada: el Machtesh (leído “Majtesh”) Ramón. Es decir: el cráter Ramón. Según nos explican, no se trata de un cráter provocado por la actividad volcánica ni por el choque de un meteorito, sino por la lluvia. En efecto, en épocas geológicas anteriores este cráter era en realidad un anticlinal, un plegamiento del terreno que dejó una superficie a gran altura. La acción de las lluvias torrenciales del desierto provocó que el agua penetrase en el terreno y disolviera las rocas blandas. A medida que pasaba el tiempo esa acción de erosión fue aumentando, dejando a ambos lados del anticlinal los estratos con rocas más resistentes prácticamente intactos, mientras que las rocas blandas continuaban desapareciendo bajo la acción del agua. El resultado es un cráter enorme de gran profundidad y paredes graníticas separadas por muchos kilómetros en su parte más ancha. Visto desde el espacio el cráter Ramón parece una enorme mordedura en mitad del desierto. Según nos acercamos vemos más y más de cerca sus impresionantes paredes graníticas. Luego, el autobús va ascendiendo por una carretera sinuosa hasta llegar a la parte de arriba de una de las paredes del cráter. El espectáculo es increíble, en el fondo del precipicio se ven rocas de todo tipo de tonalidades, como si Dios hubiera esparcido los colores de la paleta que le sobraban por todo el desierto. En el borde del cráter hay un centro de interpretación, en donde vemos una película que nos explica la formación de este fenómeno geológico. Además, en los pasillos y salas del centro hay una serie de dioramas (reproducciones artísticas de un paisaje en tres dimensiones) en donde se representa la fauna y flora del desierto. Aparte del centro de interpretación, también hay en el lugar algunos edificios y cabras. Nada más. Salimos del centro y damos un paseo a lo largo del acantilado hasta un cercano mirador donde nos hacemos unas fotos. En dos de ellas Susana y Antoni posan sentados en el borde de la barandilla del mirador, con un terrible precipicio a sus espaldas. Débora, al ver a Susana en ese equilibrio precario, se pone enferma sólo con verla y le echa la bronca. Y es que es madre y no puede evitarlo. A continuación tomamos unas fotos de un rebaño de cabras que se interponen casi en nuestro camino. Las cabras nos miran de reojo, con una mezcla entre la vergüenza, la prevención y la costumbre, pues seguro que a lo largo del año ven a miles de turistas. Después deshacemos el camino andado y ¡Yala, yala! (voz en árabe con la que Damián nos advierte siempre que debemos partir de un sitio). Carretera y manta. Y a seguir el camino a nuestro destino. A Jerusalén. 4- De la tumba de Ben Gurión y de otras cosas que nos sucedieron en el desierto: Continuamos ruta a través del desierto de Néguev. Se trata de un desierto en que ya no hay sólo roca volcánica, sino que ya aparece la tierra en estratos. Se trata, pues, de una tierra fértil, que puede dar cosechas. Sin embargo, no crece nada debido a las condiciones climáticas. La Biblia dice que en este lugar vivían los nabateos y que cultivaban viñas. Hoy en día se ha vuelto a esa explotación. Damián aprovecha para contarnos también que la tradición dice que Séfora, la mujer de Moisés, era negra. También hoy en día hay judíos de raza negra que vienen en emigración desde EEUU. María Luisa tiene ocasión de comprobarlo. Hacemos una parada para comer y en el restaurante hay un chico negro trabajando de camarero. María Luisa, que ha vivido en el Yemen como misionera y habla árabe, siempre que ve gente de rasgos que le pueden parecer propios de países islámicos aprovecha para hablarles. Así que deduce que el chico en cuestión sabe árabe y se dirige a él en ese idioma, y como es una mujer, digamos, muy comunicativa, no para de hablar. El chico, muy educado por cierto, no puede aclararle hasta casi el final de la comida que no está entendiendo nada pues sólo sabe inglés, ya que viene de EEUU. Son sorprendentes algunas cosas que nos dice Damián sobre los judíos y su extensión por el mundo. No quiero decir que no las crea, pero son difíciles de creer. Según él, se ha descubierto últimamente una comunidad de judíos indígenas de América. Parece ser que siguen tradiciones y cultos enseñados por conquistadores españoles judíos. Bajo la iglesia de un cierto lugar (no nos lo dijo Damián) se había encontrado una sinagoga en la que dichos indígenas judíos adoran todavía a Yaveh. Por otra parte, se ha especulado con la posibilidad de que Colón fuera judío. No lo era, al parecer, pero sí su mujer, que era judía conversa. Es decir, era judía, y aunque seguía las doctrinas católicas para ser aceptada socialmente, practicaba en secreto las costumbres judías en su vida diaria. Esta situación de criptojudaísmo era muy común en España durante la época de la Inquisición. Un indicio que apoya todo lo anterior sobre la mujer de Colón es el hecho de que Colón no escribía nada en su cuaderno de bitácora en sábado. Nuestra siguiente parada será la tumba de Ben Gurión. Un tipo curioso este Ben Gurión. Nacido como David Ben Grün, fue un estadista judío de origen polaco y proclamó la creación del estado de Israel. Su padre le inculcó el amor por la lengua hebrea, que en ese momento ya se estaba estudiando en círculos judíos de Polonia para volver a usarla como lengua de uso común, y también puso en él las semillas del sionismo y el socialismo. En su juventud fundó un grupo, el Ezra, de orientación sionista y socialista, y pronto vino a Palestina, a la sazón una provincia del imperio otomano, con la intención de participar en su repoblación junto a los primeros colonos de corte marxista, de los que ya he hablado. También intensificó su actividad política, ya que estuvo en el origen del partido laborista que luego lideraría, y llegó a defender por medio de las armas los asentamientos de los colonos judíos frente a los bandidos. Comenzó también a firmar artículos en el periódico con el nombre con el que se le conocería: David Ben Gurión, en honor a Yosef Ben Gurión, uno de los líderes de la rebelión contra los romanos. Tuvo que emigrar a EEUU ya que el Imperio turco le consideraba un agitador. Allí conoció un país democrático por primera vez y eso le marcó, pero no dejó de lado sus ideales de creación de un estado judío independiente, y tomó parte en organizaciones secretas como «Hejalutz» ( en hebreo, “el pionero”). También, en ese sentido, cuando Gran Bretaña tomó Palestina como protectorado y se mostró partidaria de la creación de un estado judío él mismo se enroló en la “legión judía”, un cuerpo de soldados judíos bajo el mando del Imperio británico. De vuelta en Israel, Ben Gurión, no podía ser de otro modo, fue el verdadero artífice de la creación de la “Sojnut”, embrión del futuro gobierno hebreo, un verdadero “poder paralelo” en la sombra. A pesar de ser un líder de marcadas ideas sionistas, las posturas políticas de Ben Gurión casi siempre fueron pragmáticas y moderadas, al contrario de las de otros dirigentes del estado de Israel contemporáneos suyos. Por ejemplo, tenía muy claro que la solución del conflicto árabe-israelí tenía que partir de una división del territorio. Sin embargo, se mantuvo en contra de las restricciones a la inmigración de judíos, aunque dio su apoyo a Gran Bretaña durante la II Guerra Mundial, porque el Imperio combatía al régimen totalitario y antisionista de Hitler. En 1948, cuando Ben Gurión proclamó la creación del Estado de Israel inmediatamente el recién nacido país fue atacado por siete estados árabes: Egipto, Siria, Jordania, Líbano, Iraq, Arabia Saudita y Yemen. El país estaba despoblado y sin materias primas, pero logró resistir gracias, precisamente, al tesón que puso Ben Gurión, el cual, ya como primer ministro israelí, unió todos los grupos armados y guerrillas para que lucharan organizados contra el enemigo común. También abrió las puertas a los inmigrantes, aunque casi no tenía sitio ni instalaciones para acogerlos, e instituyó unas fuertes medidas de racionamiento que duraron hasta los cincuenta. Obsesionado por repoblar el desierto del Néguev, durante un período de tiempo se trasladó a vivir a su kibbutz de Sedé Boker para dedicarse a leer, escribir y recibir todo tipo de personalidades internacionales. Durante ese período, aunque en teoría estaba retirado de la política, muchos decían que era él el que seguía gobernando y no el Primer Ministro que dejó en su lugar. Por eso, tras un tiempo, volvió a ser Primer Ministro, aunque tuvo que dejarlo poco después en medio de escándalos, acusado de despotismo. Enemistado con sus correligionarios, creó el partido Rafi con Moshé Dayán y Shimón Peres, pero no consiguió muchos votos. Con el tiempo se vio cada vez más solo y aislado políticamente hablando, hasta que por fin decidió retirarse a su cabaña de Sedé Boker, dedicado a la gimnasia y la lectura de la Biblia. Sin embargo, siempre mantuvo hasta su muerte una opinión muy clara de las cuestiones políticas fundamentales. Por ejemplo: tras la guerra de los seis días propuso devolver todos los terrenos arrebatados excepto Jerusalén oriental y los altos del Golán a cambio de una paz verdadera. Murió el 1 de diciembre de 1973. Hoy en día está enterrado junto a su esposa, que murió antes que él, en 1968, en su kibbutz, en el desierto que él no logró hacer florecer. Llegamos por fin al kibbutz Sedé Boker, en el que están enterrados los dos, Ben Gurión y su mujer. Dos líneas de árboles plantados a ambos lados de la carretera nos reciben, como un saludo y un deseo eterno de que el desierto se convierta algún día en un vergel, como Ben Gurión quería. El lugar está muy bien cuidado, un sistema de gotero mantiene fresco un césped que se extiende como una verde moqueta en el interior del recinto. El increíble verdor del césped resulta más sorprendente entre las rocas grises y cadavéricas del desierto. El calor es insoportable. Avanzamos por un camino rodeados de pequeños riscos a los que se asoman, curiosas, las cabras. Cabras, polvo y desierto, es lo único que parece producir este rincón del país. Son cabras que a mí me recuerdan los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente de los años 70 y 80, que retrataban los montes de España llenos de vida, de animales de diversas especies, de cabras ibéricas parecidas a éstas. Nos acercamos más y más a las tumbas. Una de las características de los judíos es su sencillez ante la muerte. Entre los judíos no hay tumbas suntuosas, sólo lápidas sencillas. Tampoco ponen flores en las tumbas de sus muertos, sólo piedras. Hay una explicación para ello, según nos dijo Damián. La piedra no se corrompe, las flores sí. Los judíos dejan piedras en las tumbas como un deseo de que el ser fallecido tenga la misma eternidad que poseen los minerales. Además, añade Damián mirando a nuestros amigos catalanes de forma significativa, las piedras son más baratas que las flores. Llegamos a una explanada cerca de un acantilado, desde la cual se ve una hermosa aunque desoladora vista del desierto. Allí están las tumbas de Pola, mujer de Ben Gurión (1892-1968) y del propio Ben Gurión (1886-1973). Los que vivieron juntos descansan eternamente juntos. Efectivamente, sobre ellas están colocadas, como recuerdo, algunas piedras. Tras explicarnos bajo un calor tórrido la importancia de este político y estadista judío para su país, Damián dice: “¡Yala, yala!” y nos vamos. A pesar de haber estado resguardados bajo unos árboles, éstos resultan ya insuficientes. El sol está muy alto y el día ya avanzado. El camino de vuelta hasta el aparcamiento lo hacemos pensando a cada paso en el tiempo que nos queda para llegar al autobús y el aire acondicionado. De nuevo en marcha, Damián aprovecha para mostrarnos y explicarnos cualquier cosa curiosa que se puede ver desde el autobús. Por ejemplo, en el camino a Ber Sheva, nos señala con el dedo un objeto de forma lenticular situado en mitad del cielo. El extraño aparato está suspendido en el cielo sin moverse. Parece uno de esos ovnis que uno puede encontrar descritos en algunos avistamientos de dichos fenómenos (existan o no dichos objetos, lo cierto es que las descripciones de naves con forma de platillo son muy abundantes). Pero no se trata de ningún ovni, sino de un globo provisto de una cámara y situado encima de una fábrica de bombas. Las nuevas tecnologías al servicio del ejército. A veces los adelantos científicos son terroríficos. No lo digo porque la ciencia sea mala, sino por el uso que hacemos de ella. La ciencia puede curar, puede quitar el hambre del mundo, puede ayudar a los que no tienen recursos, pero también, en manos de gente indeseable, puede matar. Los modernos aviones de combate son hermosos, poseen una línea aerodinámica que hace que parezcan sacados de una película de ciencia-ficción, pero sirven para matar al igual que una espada, una flecha o una bala. Es terrorífico pensar que a pesar de tener una mayor capacidad para pensar que la de los animales nos dediquemos a idear cómo matar y no cómo amar. Si Jesús vino a enseñarnos cómo hacerlo sin duda fue porque en ese aspecto, en el de amar, estamos muy por debajo de lo que cabría esperarse en unos seres civilizados que se llaman a sí mismos “adelantados”. Quizá si Jesús volviera, si volviera ahora, quiero decir, nos tendría que volver a enseñar todo lo que él enseñó en Galilea y Jerusalén hace tanto tiempo. Me lo imagino valiente, enfrentado a todos los poderes políticos y religiosos de hoy en día, avergonzándonos con su discurso, diciéndonos a nosotros, los cristianos: “No habéis entendido nada, creéis que sabéis, pero estáis ciegos. Toda la vida os han enseñado la verdad, la habéis tenido delante de las narices y no la habéis conocido.” Comprendo que muchos pueden pensar que soy un pesimista. Es cierto, lo soy, pero sólo tengo una vida y sé que cuando llegue ante Dios, si algo me va a justificar, es el amor. En mi caso el amor que Jesús tuvo por mí, claro. Pero eso no excluye que yo meta la pata en mi vida, me equivoque y caiga. Y si uno se equivoca y cae ¿qué no haremos los millones de cristianos que existimos en el mundo? ¿Cuánto sufrimiento podríamos habernos ahorrado a nosotros y a otros por culpa de nuestros pecados? Mi único consuelo es pensar que Dios nos quiere a pesar de que somos unos trastos, pues somos sus hijos. Por otra parte, tampoco hay que ser tan negativo. No hay que desesperar, pues buenos estaríamos. Tenemos que pensar que Dios nos puede cambiar y hacernos mejores. Nunca llegaremos a ser perfectos pero ¿quién lo es? Y llegamos a Ber Sheva. Y la pasamos, porque no nos detenemos. Tenemos que conformarnos con verla desde el autobús. Eso sí. Damián nos dice que es una ciudad grande (teniendo en cuenta la población de Jerusalén y la extensión del país, que no es mucha), de en torno a 500.000 habitantes. Después de Jerusalén y Tel Aviv es la ciudad más importante. En Ber Sheva es donde Abrahán se encontró con Melquisedec y el primero le ofreció su diezmo al segundo, por ser sacerdote del Dios Altísimo, tras ganar una batalla. El nombre de la ciudad significa “pozo de las siete”, porque ahí Abrahán entregó siete ovejas a Dios como firma de su pacto. Pasamos también cerca de Rahab. Se trata de una ciudad preparada para recibir a los beduinos que quieran asentarse. Ya hemos dicho que éste es un pueblo nómada y se resiste a sedentarizarse. No obstante, sí que es cierto que los más jóvenes ya están más interesados en integrarse a la vida moderna, y comienzan a habitar en esta ciudad. No así los más ancianos, que siguen aferrados a sus costumbres. 5- Elah, el lugar de la batalla entre David y Goliat: No pasamos por el valle de Hebrón, que también aparece en la Biblia. En su lugar, pasamos por el de Elah, lugar donde sucedió la batalla entre David y Goliat. Se dice que Goliat era filisteo pero, ¿quiénes eran los filisteos? Los filisteos llegaron del Mar Egeo, empujados por los griegos, que se habían expandido por dicho mar. Se trataba de un pueblo que poseía conocimientos técnicos superiores a los de los judíos. Es de destacar que conocían el hierro, con él forjaban sus espadas, que no se rompían como las de bronce, lo cual les hacían invencibles. Nada más llegar a la tierra de Canaán se instalaron en la franja costera. Los judíos, en cambio, tomaron la montaña. Con el tiempo, los filisteos desaparecieron, asimilándose a los judíos. Su nombre, sin embargo, se conserva mucho tiempo después. Así, cuando Adriano reprime la rebelión de los judíos del año 70 la persecución contra todo lo que huela a hebreo llega a tal punto, que también a la capital la cambia de nombre. Durante un tiempo Jerusalén es Elia Capitolina. También, asimismo, cambia el nombre del país, y a Israel la llama Palestina (es decir, “país de los filisteos”). Los británicos recuperan este nombre en honor la Imperio romano. Y todavía hoy en día conocemos como palestinos a los habitantes de este país que llevan siglos viviendo en él y son de raza árabe, que es la raza que con el tiempo se aposentó en él y hasta hace poco era mayoritaria (hoy en día, con las inmigraciones masivas de judíos de todo el mundo, eso ya no es así). En la época del rey Saúl en que David era un simple muchacho que apacentaba ovejas, sin embargo, los filisteos no estaban todavía asimilados a los judíos. Al contrario, eran sus enemigos. La batalla que se cuenta en la Biblia como aquella que enfrentó a los judíos con el terrible gigante filisteo Goliat sucedió en un lugar en el que una colina se yergue frente a un terreno de suaves ondulaciones. En otras palabras: era el principio del territorio de los judíos, que como he señalado se refugiaban de los filisteos en las montañas y terrenos escarpados del país. Cuando llegamos al lugar de la batalla nos metemos a la sombra de la colina, pues el sol, para variar, quema. Ahí Damián lee el capítulo de la Biblia que cuenta la batalla entre David y Goliat. También nos invita a coger piedras del suelo, y así aparecemos en algunas fotos. Mientras cojo la mía (que por supuesto todavía conservo) pienso que eso normalmente no lo hago cuando voy a visitar cualquier otro sitio. Normalmente, cuando voy de turismo, no me llevo del país sus piedras, su tierra o su agua, aquí sí. Tal vez porque aquí se siente que cada piedra, cada puñado de tierra, tiene una historia que contar. Tal vez porque éstas son cosas que haces en lugares a los que te sientes ligado de alguna manera por tu corazón. Damián nos pide a Llorenç y a mí que representemos por medio de mímica lo que él lee en la Biblia. Otros cualesquiera se habrían negado, no habrían aceptado el reto de hacer el payaso delante de los demás. Pero Llorenç y yo no somos de esos. Yo hago de David y él, claro, de Goliat. La verdad es que Llorenç es un “crack”, hay que ver las caras que pone el tío… Y yo, que me gusta hacer también el payaso, no le voy a la zaga. Me hace gracia cuando lee Damián que David era rubio y hermoso, porque yo no me considero a mí mismo guapo, de hecho me da vergüenza verme en fotos. Para reproducir con mímica esa descripción opto por hacer un gesto con las manos señalándome de arriba abajo el cuerpo y poniendo una cara como diciendo: “aquí estoy yo”, o bien: “no, si el que nace bonito…”. Luego simulamos que yo le lanzo la pedrada (aunque sin piedra, claro) y que él se duele. Por último hago como que le corto la cabeza. Para ello, él se tiene que agachar, porque mide mucho más que yo. En eso el papel le viene que ni pintado. Todos se ríen mucho. La verdad es que por momentos como estos valen la pena este tipo de viajes. 6- El rezo del peregrino ante la ciudad antigua de Jerusalén: Seguimos viaje hacia Jerusalén. Belén, que queda a un tiro de piedra, es, lo que son las cosas, una ciudad musulmana dentro de la autonomía palestina. También queda dentro de la autonomía palestina la cueva de Macpelá, la que Abraán compró como tumba para su amada esposa Sara y para él mismo. Dicho lugar constituye el primer territorio propiedad de un judío dentro del país de Canaán. Damián nos explica que vamos a llegar a Jerusalén justo la noche del viernes. Es decir, en la celebración del Sabbat. Se trata del día sagrado de los judíos. La palabra “sabbat” ha dado en castellano “sábado”. Dios manda en la Biblia que se descanse una vez a la semana. Se trata de algo lógico, pues el cuerpo, si no, no aguantaría. Dios es sabio también en eso, y como sucede otras veces, sus mandamientos son fuente de vida. También en esto los judíos se destacan del resto de los pueblos, pues fuera de Israel no existía un día de descanso, cosa que hoy en día vemos en todo el mundo como algo normal. Dios decreta el día de descanso, y con ello funda la semana tal y como hoy la entendemos: una semana de siete días. Los cristianos celebran su fiesta en el domingo porque ése es el día en que resucitó Jesús. Sin embargo, la celebración del sábado entre los judíos es especialmente ceremonial, y aunque nos puede recordar a las celebraciones cristianas del domingo por su carácter religioso, entre los judíos todo lo religioso está mucho más arraigado con lo social que entre los cristianos, más si tenemos en cuenta que muchos de los que celebran el domingo en el Occidente cristiano lo hacen como una pura tradición, sin vincularlo a sus vidas. La celebración del Sabbat es, ante todo, algo familiar. Comienza cuando cada madre (acompañada de su hija o hijas, si las tiene) enciende una vela ceremonial en su casa cuando se hace de noche el viernes por la tarde. Al contrario que entre nosotros, entre los judíos el día no empieza a las doce de la noche, o si se quiere al amanecer (que es lo que psicológicamente pensamos todos cuando sale el sol, ¿o no decimos entonces “nace un nuevo día”?). Entre ellos, los judíos, en cambio, el día empieza al anochecer. El sábado, (Sabbat) empieza, así pues, el viernes al anochecer. Mientras la madre y la hija encienden la vela en casa, el padre y el hijo (o hijos, si tienen varios), acuden a la sinagoga. Seguimos acercándonos a la ciudad santa, pasamos cerca de un pueblo palestino. Al lado de la carretera y delante de las casas más cercanas a nosotros hay una valla. Damián nos explica que la valla está ahí para proteger la carretera y los vehículos que circulan por ella, porque en ciertos momentos de tensión (y ahora, gracias a Dios, no estamos en un momento así), los palestinos suelen arrojar piedras a los vehículos que pasan desde esa parte de la carretera. En seguida llegamos a las inmediaciones de Israel, y recibimos una primera impresión nada agradable: el país se nos aparece por primera vez y de una manera clara como dividido. Un muro de kilómetros y kilómetros de longitud se extiende ante nuestros ojos separando la parte gobernada por la autoridad de Israel de la gobernada por la autonomía palestina. Damián, ante la triste visión del muro, hace especial hincapié en que las cosas no son como aparecen en los noticiarios españoles, claramente pro-palestinos. Es cierto que el muro existe, pero sólo en algunas zonas conflictivas su presencia es especialmente amenazadora, en otras es un muro mucho más bajo o casi inexistente. Pero lo cierto es que el muro impresiona y recuerda inequívocamente a aquel que separó la Alemania del Este del resto del mundo en Berlín. Puede que no sea lo mismo, pero resulta inquietante, por lo menos. Y puede que no haya problemas para pasar de un lado a otro por parte de nosotros, que somos ciudadanos europeos, pero ahí está. La visión del muro, por sí sola, me inquieta, me desasosiega. No sé qué pensar ante la realidad evidente de que en medio del país de Jesús, muy cerca de su ciudad santa y de Belén, el lugar de su nacimiento, sigue existiendo la división. Pero, aparte del muro, vemos muchas más cosas según nos acercamos. Ya cuando estamos a las puertas de Jerusalén, como quien dice, Damián señala a un lado de la carretera, a una iglesia. Se trata del monasterio cruzado de San Elías, levantado en el lugar en el que el profeta fue arrebatado al cielo en un carro. Más adelante el autobús para en donde antiguamente había estado una iglesia bizantina de planta octogonal. De ella sólo quedan los restos a flor de tierra de los muros, que dibujan en el terreno un polígono perfecto. Subimos de nuevo al autobús y un poquito más adelante Damián nos señala un valle. El autobús discurre con parsimonia por la carretera, como dejando que nos recreemos en los detalles. Damián sigue sus explicaciones, se le nota muy interesado en que apreciemos todo lo que aparece ante nuestros ojos, que él conoce tan bien. Nos dice que en el fondo de dicho valle discurre el arroyo Kidrón, mencionado también en la Biblia. En ese valle estaba la ciudad de David, que más tarde visitaremos. Isaías dice que ese es el lugar en el que se celebrará el juicio. Ya estamos muy cerca de la parte antigua de la ciudad. Gideón pone música hebrea. Una canción típica de Israel para recibir al peregrino. “Jerusalem, Jerusalem. Aleluya, aleluya”, dice la hermosa y triste voz del CD, y a mí se me olvida de repente todo el resto del viaje, el calor, el desierto y el cansancio; y me concentro sólo en ese momento. Y el autobús se para en el aparcamiento del monte Scopus. Y vemos una impresionante vista de la ciudad al atardecer, con el sol iluminando el domo de la roca, la mezquita azul, hermosa como una novia. Y bajamos deseosos de ver tanta belleza. En efecto, a la luz mortecina de la tarde, la ciudad, enorme y encaramada a los montes, parece un regalo a punto de abrirse a nuestra curiosidad. Y la mezquita azul, relumbrando bajo el sol, parece el presente más hermoso del día de Reyes. La mezquita azul (mal llamada por algunos mezquita de Al-aqsa) está situada sobre el monte Moria. Dentro de ella todavía es posible ver la punta del monte. Tanto dicha mezquita como otras se sitúan en lo que se ha llamado “la explanada de las mezquitas”, que ocupa el espacio de lo que a su vez fue el basamento del Templo en tiempos de Jesús. Todos nos sacamos fotos con la hermosa mezquita de fondo. La temperatura es muy agradable, con lo que olvidamos todos los días de calor pasados en el Sur del país. Aspiramos el aire cargado de frescor y de aromas y nos sentimos felices de estar este lugar. El momento parece mágico, preparado para nosotros. Damián nos reparte unas pequeñas copas talladas de madera de olivo. Son sencillas, como si las hubiera acabado de hacer Jesús en su taller. Luego nos explica que, al llegar a Jerusalén, no puede faltar una ceremonia sencilla, pero especial: el rezo de los peregrinos. Se trata de una antigua acción de gracias. Se dice que es un recuerdo del acuerdo sellado entre Abrahán y Melquisedec. Después de escanciar en las copas zumo de uva (que no mosto ni vino), Damián pronuncia las palabras de esa antigua oración en hebreo y todos, solemnemente, bebemos mientras el sol nos recuerda que este día va a morir. Nunca jamás volveremos a estar aquí, en este día, a esta hora. Todo es mágico. Todo es total. 7- El Sabbat en Jerusalén: Luego volvemos por última vez al autobús. Es el último tramo, antes de llegar al hotel. Todos estamos nerviosos por el viaje y las emociones vividas en este día. El hotel es bueno, uno de los mejores en los que hemos estados, si excluimos el Scot’s Hotel. Como en otros, está lleno de judíos ortodoxos con sus trajes que parecen sacados de otra época. Siempre que pueden, los judíos ortodoxos pasan el Sabbat en un hotel. Es muy práctico para ellos, ya que así tienen todo hecho, no tienen que trabajar y cumplen con rectitud sus leyes. Hay además un ascensor “kosher” (santificado a Dios) y otro normal para los gentiles idólatras, como nosotros. En el normal (para gentiles idólatras, como nosotros) hay que apretar los botones: si vas al primer piso aprietas el uno, si vas al segundo aprietas el dos, y así sucesivamente… El ascensor “kosher”, en cambio, se distingue por tres cosas, a saber: a) que encima del dintel de la puerta en lugar del número del piso por el que va llegando el ascensor en su viaje aparece un texto en hebreo; b) que no hace falta dar a ningún botón, porque él solo abre y cierra las puertas y c) porque va parando en todos los pisos. Dicho ascensor sólo funciona como “kosher” durante el Sabbat, el resto de la semana es un ascensor normal, y los rótulos con letras hebreas desaparecen para dejar paso a los números que te marcan el piso por el que está pasando el ascensor. Damián nos advierte nada más llegar al hotel de la existencia de dicho ascensor, para que no nos equivoquemos, porque el “kosher”, lógicamente, tarda mucho más que el normal. Hay un par de anécdotas que recuerdo respecto a este curioso ascensor. En una ocasión José Néstor y yo nos confundimos y entramos, cómo no, en el ascensor “kosher”. No obstante, como no teníamos prisa, nos quedamos. En el tiempo que nuestro ascensor hizo su trayecto al otro ascensor le dio tiempo a subir y bajar varias veces. Lo sé porque al llegar a nuestro piso a una persona de nuestro grupo le había dado tiempo para ir a su habitación y volver en el tiempo en el que nosotros estábamos encerrados en el ascensor. Al día siguiente, recordando la anécdota, David, el marido de Débora, y yo nos reíamos mucho. Yo le dije que cualquiera que estuviera encerrado mucho tiempo en ese ascensor podía acabar pareciendo un judío ortodoxo, porque empezaría a pegarse contra las paredes y jurar en arameo como si estuviera ante el muro de las lamentaciones. Recuerdo que yo empecé a hacer una de mis parodias, de las que hago sólo entre amigos, moviéndome de atrás adelante y diciendo con una voz entre irritada y burlesca: “¡Aah, que alguien me saque de aquí! ¡Aah, soy un “jodío” ortodoxo!” y luego añadía: “Y cuando la gente me viera tanto tiempo metido en el ascensor diría: ¡Mira, ése sí que es un verdadero judío! ¡Mira cómo reza, mira cómo se mueve, cómo gesticula!” Y nos reíamos mucho. Recuerdo ahora, cuando escribo en mi casa, esos momentos de risa, de cachondeo, con especial cariño. Así, aquí contados, puede que no tengan la fuerza que tenían en esa noche en que contábamos chistes como niños traviesos, pero momentos como ésos son los que hacen que los lazos de la amistad se estiren en el tiempo y el espacio y lleguen a nuestros corazones. También recuerdo otra anécdota relacionada con el ascensor. Al igual que nosotros nos equivocábamos, también sucedía que había judíos que lo hacían y entraban en el ascensor que no querían, lo cual para ellos también podía ser problemático. En una ocasión José Néstor y yo entramos en el ascensor (esta vez era el ascensor “normal”), en él había una mujer joven, judía ortodoxa por el aspecto. Ella se dirigió a José Néstor y le dijo algo en hebreo. José Néstor le aclaró tranquilo: “In English, please” (por favor, en inglés) y ella pidió en dicha lengua que apretase el botón de un piso, no recuerdo qué número. De lo cual deduje que si José Néstor no hubiera querido apretarlo ella no podría haberlo hecho, porque su religión se lo impide, y tendría que esperarse en el ascensor que alguien lo hiciera. Todo lo anterior demuestra lo a rajatabla que cumplen los judíos ortodoxos sus leyes, pues si no se puede trabajar o hacer fuego en sábado la ley ha de ser cumplida con todas sus consecuencias. En este caso, al apretar el botón éste se enciende, y al encender la luz se considera que se ha hecho fuego, lo cual está prohibido. También podemos ver que el no trabajar conlleva otras cosas. Por ejemplo: los niños en el hotel no paran, parece que les han dado cuerda, y creo que eso es porque nadie les riñe, nadie les dice lo que no deben hacer, puede que eso también sea trabajar y por lo tanto pecado, no sé. También es impresionante el hecho de que, al mirar por la ventana una vez anochecido, comprobamos que las carreteras están vacías. Ni en los días en que se produce el éxodo vacacional más importante se ven así las carreteras en nuestro país. Es impresionante. También Damián se ha marchado para cuando se ha hecho de noche sin esperar a la cena. Vive en Jerusalén y tiene que ir a casa a celebrar el Sabbat. Eso me hace pensar en lo importante que son para él (y para cualquier judío) la familia y las costumbres. Es algo de lo que hablamos cuando estábamos en Tiberiades. Damián estaba hablando (o eso creí entenderle) de que el judío tiene el problema de que, pase lo que pase, está marcado por Dios, como si fuese su pertenencia. El judío siempre estará ligado a Dios, pero esa ligazón es unívoca. Él no puede conocer a Dios. Sabe que está arriba, que todo lo contempla, que le juzga y que lo controla todo: las relaciones familiares, sociales, políticas e históricas están marcadas por la pertenencia a un Dios intocable. Y no es posible salir de su influencia. Aunque quiera dejar de serlo, un judío siempre se sentirá judío. A este respecto, Damián nos veía (o eso creí entenderle) como hermanos jóvenes en la fe. El pueblo cristiano tiene para él unos pocos siglos, y los judíos llevan milenios regateando con Dios y cayendo en sus redes de leyes que ahogan. Y si lo tomamos desde el punto de vista de la historia protestante, somos niños de pecho al lado de los judíos. Ir al Sabbat, a celebrarlo a casa de tu madre en Israel, tiene que ser como estar invitado a un banquete que te liga con los judíos que lo han hecho durante miles de años desde el éxodo. Todo está cerrado y en su sitio y no es posible escapar. 8- El judío verdadero: Esa noche (creo que fue, en efecto, la primera noche en Jerusalén) José Néstor y yo llegamos un poco tarde a cenar. Las chicas, Sara y Susana, y los demás con los que solíamos sentarnos, estaban ya en otra mesa y no había sitio para nosotros. Así que nos sentamos con Rubén, Lorenzo, Antoni y otros. Aún así, aunque éramos muchos, en nuestra mesa sobraban dos sillas. Se acercaron para ocuparlas dos personas: un hombre de mediana edad y su hijo adolescente. Y empezamos a hablar con ellos. Al principio tímidamente, luego nos animamos. Ambos hablaban inglés, con lo que sólo unos pocos podíamos seguir la conversación. El hombre nos preguntó de dónde veníamos. Conocía Barcelona (no recuerdo si le pasaba lo mismo con Bilbao). Él vivía en EEUU, aunque no había nacido ahí, y era judío. Había tenido que salir de su país, Irán, cuando se produjo la revolución islámica y todo lo que no fuera musulmán estaba mal visto. Llegó a EEUU, donde consiguió un buen trabajo y nació su hijo. Por su parte su hijo, que estudiaba en un instituto de Enseñanza Media en ese país, cuando se enteró de que yo era profesor de Lengua intentó chapurrear algunas palabras en mi idioma, porque decía que había estudiado español. En realidad era muy poco lo que sabía. La conversación fue en inglés y yo no me enteré de mucho. Me habló de su profesora de español, que al final resultó que era de Barcelona. Él aseguró que era muy buena, pero que tras un accidente (o eso creí entender) que le cambió la vida y el carácter ya no enseñaba tan bien. Lorenzo, que también sabía algo de inglés, quiso entrar en la conversación. Con sus ochenta años era envidiable la cabeza que tenía ese señor y su ánimo. Según avanzaba la conversación, nos dimos cuenta de un hecho: el padre suponía que nosotros éramos judíos, todos los del viaje. Cómo llegó a esa conclusión no lo sé, pero que lo creía lo dejó claro. Rubén, el sobrino de Lorenzo, era el que mejor sabía hablar inglés de los que estábamos en la mesa,. Era traductor, y por eso su inglés era claro y fluido. José Néstor se defendía, y yo recibía mamporros por todos los lados siempre que intentaba usar la lengua de Shakespeare. Ni entendía completamente ni sabía hacerme entender. El padre iraní preguntó a Rubén si en el autobús nos habían puesto música hebrea, dónde habíamos estado y qué habíamos visto. A cada sitio que decíamos él ponía los ojos como platos, admirado. Le recomendamos Eilat, para que fuera a ver los peces con su hijo. En ese momento Lorenzo dijo que había estado esperando toda su vida este viaje. Entonces el padre exclamó: “¡Tú sí que eres un verdadero judío!”. Todos reímos, pero por dentro. No queríamos ofenderle ni sacarle de su error. Más tarde nos juntamos todos a cantar canciones de alabanza y él estaba por ahí. Nos miraba con una sonrisa de satisfacción, como si estuviera contemplando a hermanos suyos que expresaban de distinta manera su fe en Dios, como si fuéramos los judíos españoles expulsados de sus casas de Toledo. No sé si salió de su engaño. Sólo sé que, cuando acabamos de entonar un conocido himno cristiano, al volverme, ya no estaba ahí.
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