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¡Yo tío, es que “passo” de la religión y todas esas movidas!

De mi propia pluma (XVI):

Roms 7; 19-22

 

– ¡Yo tío, es que “passo” de la religión y todas esas movidas! – me decían mis amigos, cuando era un chaval.

Así me lo decían, allá por los ochenta, arrastrando las “eses” y mostrando un aire de superioridad hacia mí porque yo, pobre de mí, no entendía, tenía el seso sorbido por los curas, y siempre andaba en las iglesias, en reuniones cristianas y movidas. Y es que allá por los ochenta no hacíamos más que “pasar” (decir que nada nos importaba) y estar o no estar en “movidas” (en actividades) o en “rollos” (más actividades, más “movidas” y, para algunos, más aburrimiento). Era nuestro modo de hablar. El pasotismo, la actitud del que nada le importa, se puso de moda, y para subrayar el hastío y la falta de compromiso la gente de esa década alargaba la “s” al hablar, como si tuviera pereza de pronunciarla: “passo de política”, decía uno; “passo de moda”, decía otro”; “passo de trabajar, que es un muermo”, replicaba el de más allá. La actitud reina en la época de la movida madrileña, el punk, el rock radical vasco, la reconversión industrial que dejó sin futuro a gran parte de familias obreras y las manifestaciones pro-ETA en las calles fue el pasotismo, la no implicación, el no compromiso, decir a todo: “Eso no va conmigo”. Mis amigos, como se ve, no eran una excepción: nunca se implicaban con nada que les fuera completamente ajeno a sus intereses inmediatos, y no me entendían a mí.

Y no me extraña que no me entendieran, porque en esa época de falta absoluta de implicación y de desidia yo no paraba de implicarme con mi iglesia y en reuniones que me ocupaban gran parte de mi tiempo libre. Y claro, mis amigos me decían que qué hacía metiendo tantas horas en reuniones, que siempre estaba reunido, y creían que alguien me había “comido el coco” (manipulado) porque siempre estaba en “movidas” y pocas veces iba con ellos a lo que interesaba: ir de bares y, de paso, conocer chicas.

Han pasado los años. De resultas de las actitudes diferentes que tuvimos mis amigos y yo tanto mi vida como las de ellos (así, tomadas en bloque) siguen divergiendo, siguen yendo cada una por su lado. También mi modo de ver la realidad y el suyo sigue siendo diferente. Eso sí, la mayoría de esos que “passaban” hoy están felizmente casados, con mujer e incluso hijos, y no pueden “passar” de ellos. Parece que al final encontraron algo de lo que no podían “passar”. Por supuesto, me alegro por ellos, y ese cambio hacia la madurez me hace pensar que yo tenía razón, que había cosas más importantes en la vida que la búsqueda inmediata de los propios intereses. Desde luego, no espero que ellos me digan: “tenías parte de razón”, pero sé que la tenía, al menos en ese aspecto.

¿Qué conclusión sacamos de esta experiencia vital? Que no es cierto que se pueda ser neutro, ni dejar de comprometerse: no servir a algo o a alguien. A lo largo de nuestra vida, al final, vamos a tener que decidir, y acabaremos sirviendo a alguien o a algo. Es solo cuestión de tiempo. Yo decidí servir a la Iglesia y buscar a Dios. Al principio siguiendo ese orden. Reconozco que también cometí, por ello, muchos errores. Servir a la Iglesia no siempre es servir a Dios (la Iglesia es una institución humana, y pobre del que se crea que es divina, pues se verá amargamente decepcionado). También tengo que reconocer que fui un poco pesado, intentando convencerles a mis amigos de que yo tenía razón y ellos estaban equivocados. Me refiero a que yo les decía que ir de fiesta y buscar mujeres era algo malo y que lo bueno era ir a reuniones de Iglesia. Fui un poco pesado, y con mi actitud no conseguí que ninguno de mis amigos me acompañara a ninguna de mis reuniones. Éramos dos mundos que se miraban, convivían, pero no se entendían. Lo bueno era que yo les respetaba (me reía mucho con ellos, con sus ocurrencias, y necesitaba gente con sentido del humor, bastante dura era la vida) y ellos me respetaban: sabían que tenía mis reuniones y no me podrían hacer cambiar de forma de pensar. Siempre he sido una persona con las ideas fijas. Algunos me llaman cabezota, yo prefiero considerar que tengo mis ideas claras, suena más interesante.

Pero a mis amigos no les faltaba razón también en un aspecto: muchas veces perdí horas y días en reuniones que no me aportaron nada, solo tal vez conocer gente buena. Con el tiempo me di cuenta de esa esclavitud a la agenda, de esa necesidad de acudir a reuniones que, a veces, oculta un deseo de estar ocupado, porque la vida personal es un desastre. Hoy voy a menos reuniones que en esos años y creo que intento buscar a Dios y vivirlo en mi vida, más bien que dentro de los muros de una iglesia y en reuniones inacabables que, además, me mantenían ocupado y lejos  de la gente de mi familia, con la que quizá debería haber pasado más tiempo.

Por otro lado, he de insistir que mis amigos pese a ser unos piezas, sí se salieron con la suya. Decidieron buscar mujer (ellos lo llamaban de otra manera más directa y soez) y la mayoría de ellos lo consiguieron, pero al final no pudieron dejar de comprometerse con las mujeres a las que se unieron y la mayoría acabó casándose.

Implicarse no es, por tanto, una opción: hemos sido creados para dar la gloria y servir a algo o a alguien, por lo tanto el sentido común parece aconsejar que elijamos con astucia la mejor persona a la que comprometernos, para que no seamos esclavos de algo o alguien que nos esclavice. Como veis, creo que todos aprendimos lo mismo: que solo debíamos comprometernos con lo que merece la pena en la vida.

Y en este punto es donde tiene sentido hablar del texto que hoy nos ocupa, porque nos dice algo parecido: o se sirve a Dios o al pecado, pero nadie puede mantenerse al margen. En nuestra vida puede que pensemos que ser una buena persona, no hacer daño a nadie y no meterse en problemas es suficiente para ir al cielo, es decir, para estar en paz con Dios. Pero no es cierto en todos los casos. Alguien puede ser, aparentemente, una buena persona y un día se levanta, explota y hace una barbaridad. ¿Qué ha pasado?, dicen los vecinos. Pues yo creo que lo que ha pasado es que había dentro del corazón de esa persona sitios enfermos, sitios vendidos a la esclavitud del pecado, sitios en donde esa persona no había sido sanada. Puede que alguno crea que soy exagerado, pero yo creo que, si no llevamos una buena vida y cuidamos nuestro corazón lo vamos a pagar y vamos a acabar, además, haciendo daño a alguien de nuestro entorno.

Porque si no entregas tu corazón a Cristo, si no te pones bajo su protección, acabarás cayendo en el imperio del pecado. Y es que, repito, no se puede servir a dos señores. O sirves a Dios o sirves al pecado. Eso sí: una vez que has entregado tu alma a Dios, la esperanza de una liberación y de una sanidad interior está ahí, al alcance de tu mano, porque Dios ha prometido que nos la va a dar. En efecto, Pablo dice en otro pasaje de Romanos que, si sirves a Dios, ya no eres esclavo del pecado. Y por el contrario, si eres esclavo de Dios (si te haces siervo, dice Pablo) Dios te liberará de la esclavitud del pecado. ¿No es maravilloso? Solo haciéndonos esclavos de Dios podemos alcanzar la libertad. Que así sea.

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